Estamos usando más y más electricidad y calor producidos por fuentes renovables, como, por ejemplo, la energía solar y el viento. Nuevas técnicas de conversión de «materiales biodegradables» en carburantes líquidos, no contaminantes, están haciendo su ingreso en el mercado. El plástico se usa cada vez menos y los coches reducen su impacto negativo en el ambiente. El reciclaje sistemático de residuos sólidos aumenta rápidamente y se han iniciado enormes proyectos de reforestación y protección de bosques a nivel global.

Estas Navidades, por primera vez en Dinamarca, el 100% de la energía eléctrica consumida provenía de molinos de viento. Todas estas tendencias positivas se están ampliando, consolidado y a la vez representan una nueva economía más sostenible y forma de vivir. Detrás de todas estas iniciativas, observamos un cambio de tendencia motivado fundamentalmente por la sostenibilidad de las actividades económicas y una preocupación por el calentamiento global y los cambios climáticos.

En este contexto, uno de los aspectos que no afrontamos seriamente es el consumo de carne que produce y constituye un importante porcentaje de las emisiones de gases que provocan el efecto invernadero. Algunos afirman que ésta correspondería al 30% del total, otros que llegan a superar el 50% y algunos hipotizan una cifra inferior al 20%. Los métodos de cálculo no son uniformes, pero demuestran claramente las implicaciones ambientales de la ganadería intensiva.

El consumo de carne representa un enorme peligro ambiental independientemente del porcentaje de emisión de gases, que ya es alto e intolerable. Este implica además: la contaminación de la tierra con desechos no tratados, un alto consumo de agua por kilo de carne producida, la conversión de tierras a la producción de forraje como monocultivo en vez de alimento para humanos, la contaminación de ríos y mares con los desechos líquidos de la ganadería intensiva y la propagación de micro partículas en el aire, junto con restos de penicilinas trasmitidos por vía aérea a personas, plantas y otros animales, aumentando el riesgo de bacterias resistentes a la penicilina, que son hoy un peligro para muchos, sobre todo en los hospitales.

Esta parte importante de la industria contaminante ha sido ignorada casi completamente y para muchos es una sorpresa descubrir el enorme impacto negativo, que la ganadería intensiva causa en el ambiente. Afortunadamente el consumo de carne está bajando, principalmente en Europa y esta tendencia podría propagarse al resto del mundo. Pero es necesario hacer algo ahora para crear «segmentos críticos» y las posibles acciones son comer menos carne y penalizar su consumo, como se ha hecho con el tabaco y las bebidas que contienen un alto porcentaje de azúcar a través de impuestos, que aumenten significativamente el precio de los derivados de carne.

Los recursos que entren a las cajas estatales, podrían ser destinados a campañas de recuperación de las tierras usadas por la ganadería y su limpieza, como se ha hecho con la minería, invirtiendo también en educación para facilitar la sustitución de la carne como alimento. En muchos países se invita a la población a una dieta vegana y la cantidad de personas, que siguen estos principios alimenticios y morales aumenta visiblemente. Nuevos productos a base de verduras y grano entran en el mercado y son presentados como sustitutos de la carne, apelándose a una actitud «verde» y saludable.

Por otro lado, esta forma de explotación despiadada de los animales, es moralmente condenable y tenemos que empezar a tratarlos como se merece cualquier ser sentiente. La ganadería intensiva, los criaderos de pollos y cerdos no son solamente fuentes de contaminación ambiental que causan enormes daño a la salud de las personas, sino además, una ilustración viva de nuestra decadencia moral.

Nuestra alimentación representa un espejo del mundo y la naturaleza que queremos y creamos, y en vez de producir contaminación, daño y dolor, ésta debe ser sostenible y responsable con el ambiente y las generaciones futuras: comer carne es un acto insostenible y, conociendo sus implicaciones, imperdonable.