Siete años después de la Primavera Árabe, uno de los países donde las protestas fueron más importantes no sólo no ha experimentado un avance democrático, sino que ha visto cómo lentamente se retrocede a niveles que creían parte del pasado. Ahora, Egipto se enfrenta a unas nuevas elecciones presidenciales fraudulentas para perpetuar un régimen militar que cuenta con la connivencia de Occidente y de parte de la ciudadanía, defraudada y temerosa de una posible nueva revolución sangrienta.

Esperanzas truncadas

Tras la revolución de 2011, con protestas masivas en la famosa plaza Tahrir de El Cairo, que ocuparon portadas de informativos durante varios meses, Egipto consiguió que el dictador Hosni Mubarak tuviera que renunciar al puesto de presidente y comenzó un proceso de elecciones democráticas que llevaron en 2012 por primera vez a un civil a la presidencia del país: el líder de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Morsi.

Sin embargo, apenas un año tras acceder al Gobierno, y después de perder alianzas por acciones criticadas por excesivamente islamistas, el coronel Abdel Fattah al-Sissi realizó un golpe de Estado que depuso a Morsi, instaurándose de nuevo el control militar que había caracterizado al país.

Un año después, en 2014, se pusieron en marcha unas elecciones presidenciales para tratar de dar credibilidad al mandato de al-Sissi, en unos comicios donde participaron el 47% de los 54 millones llamados al voto, y con una victoria para al-Sissi del 96,91% de los votos. La nueva votación, que tendrá lugar entre el 26 y el 28 de marzo, y cuyos resultados se conocerán el 2 de abril, lleva camino de seguir el patrón de la de 2014.

Secretos a voces

No obstante, existen datos preocupantes que hablan, como decíamos al inicio, de una regresión constante en la política egipcia. La extensión de las votaciones por tres días y el descenso de un 44% de grupos no gubernamentales que se encargarán de monitorizar las elecciones son sólo anécdotas frente al principal problema: la falta de una oposición creíble, algo que sí que ocurrió en las anteriores.

Al-Sissi considera que uno de los principales errores del exdictador Mubarak fue ceder a las presiones de Occidente, especialmente Estados Unidos, y permitir unas elecciones multipartidistas en 2005 que favorecieron la introducción de partidos políticos en las cámaras legislativas, lo que fue otorgando poder de convocatoria en estas organizaciones y alimentando los deseos de la población por una mayor apertura democrática.

Por ello, todos los potenciales competidores que se iban inscribiendo para contestar el dominio del presidente en las urnas han ido retirando sus candidaturas, bien por detenciones, amenazas o arrestos, entre las que se incluyen las de un antiguo Jefe del Estado Mayor de la Armada, un ex primer ministro y el sobrino del expresidente egipcio Anwar Sadat, asesinado en 1981.

Finalmente, el único contrincante para al-Sissi es Moussa Mustafa Moussa, lider del partido centrista al-Ghad, firme defensor de al-Sissi (hasta hace unos meses tenía la foto del presidente como foto de perfil en Facebook). Las facciones opositoras lo acusan de ser una candidatura fraudulenta, registrada tan sólo 15 minutos antes de que cerrara el plazo, para legitimar el proceso. De hecho, Moussa se ha negado a la posibilidad de un debate público con al-Sissi porque no es su tarea cuestionar al presidente, y su primer mitin político por el momento consiguió reunir a 25 personas. Ante toda esta situación, no son pocas las voces que alertan de una posible virulencia de las protestas frente a esta farsa democrática.

Atención: curvas peligrosas adelante

El gobierno de al-Sissi ha contado hasta ahora con la aquiescencia de la mayoría de la población por sus promesas de estabilidad, seguridad y de avance económico. De hecho, previamente a estas elecciones, un grupo de jóvenes simpatizantes del presidente lanzaron la campaña Egipto 1095, en la que destacaban los logros del régimen durante los 1095 días que ha estado al frente del mismo al-Sissi.

No obstante, las críticas, cautelosas frente a la persecución sistemática de todo tipo de oposición al régimen, señalan que al-Sissi no ha cumplido sus promesas en cuanto a estabilidad y a nivel económico. Por el momento, se ha demostrado la incapacidad de su régimen de contestar a la presencia del Daesh en la península del Sinaí, con diversos expertos alertando incluso de que la opresión y los abusos a los derechos humanos ejercidos por su Gobierno pueden estar incrementando aquello que quiere destruir. Asimismo, las penurias económicas son una fuente problemática de posibles futuras protestas, ya que afectan sobre todo a una juventud con altos índices de paro y trabajos mal remunerados (algunos trabajadores sobreviven con 2 dólares diarios).

Las elecciones, por tanto, al igual que las recientemente vividas en Rusia, están ganadas de antemano. La importancia radica en si se producirán protestas ante el flagrante atropello democrático, y hasta cuándo podrá alargar su mandato al-Sissi sin una gran contestación ciudadana o política. Sus detractores avisan de que su siguiente paso puede ser eliminar el límite constitucional de dos mandatos para permitirle ser presidente eternamente. No será un problema lograr el apoyo de la cámara legislativa, Shura, donde su Partido Nacional Democrático ostenta 80 de los 84 escaños.

Desde el exterior parece complicado que haya ningún toque de atención al mandatario. Su principal fuente de ingresos, Estados Unidos, que provee de 1.300 millones de dólares en ayudas, apenas ha avisado con reducir el 15% de estas ayudas por las violaciones de derechos humanos. La Administración Trump no se guía por principios democráticos como la de Obama, y parece claramente más interesado en mantener un aliado estable en la región, sobre todo tras los desastres revolucionarios en Libia y Siria.

La única contestación posible es la interna. ¿Despertará la población egipcia o podrá el miedo a los tambores de guerra?