Cada vez que escucho una discusión, en vez de participar en ella, que sería perder tiempo, pienso cómo podría reducir los temas en cuestión a unas pocas preguntas y después, con el tiempo, busco los datos que podrían darme una respuesta. Haciendo esto, os lo puedo confirmar, que la gente en general discute sin pensar y la percepción que tienen de la realidad y los problemas mismos, refleja principalmente prejuicios, que persisten como una fe gastada y ciega.

Uno de los ejemplos es la cantidad de emigrantes presentes en el país, que tiende a ser exagerada o, también, la cantidad de crimines que estos comenten o el impacto negativo que la emigración tiene en la economía, bajo forma de desocupación. Para no hablar de la percepción de los homicidios, la inflación, la crisis climática y otros temas de carácter económico-social. Mi triste conclusión es que la ignorancia es enorme y que a pesar de los alardes, nadie o pocos se informan debidamente y esto, en una era, donde el acceso a los datos es casi inmediato. Mientras más facilidad tenemos para informarnos, menos lo hacemos.

Desgraciadamente, estas tendencias son las que hacen posibles el populismo reinante en muchos países y la razón es que cada día son menos los que piensan. Mientras más alto es el nivel de ignorancia, mayor es la posible manipulación. Algunas encuestas sobre la desinformación a nivel global, muestran que en los países donde la desinformación es menor, la democracia se refuerza y en otros, donde la falta de informaciones, en vez, es mayor, como Brasil, Perú, Argentina, Italia, Chile y los EEUU, la ignorancia es desgraciadamente enorme y cohabita promiscuamente con la manipulación, corrupción, violencia y, el consiguiente, odio social. Os invito a consultar el «misperception index», que es una lista enorme de aspectos de la vida cotidiana que están sistemáticamente sobredimensionados con la excepción de la crisis climática que en sus consecuencias y gravedad está subvalorada.

Las personas luchan contra sí mismas, proyectando sus miedos en una realidad externa, que después describen pensando con convencimiento que esta su realidad proyectada es real y que además es la realidad de todos. Tendemos a personalizar los riesgos imaginados, a crear historias que justifiquen estos delirios y tejemos una narración que se aleja cada vez más de toda posible realidad y esta narración se sobrepone a ultranza y se convierte en una explicación múltiple a todo fenómeno, sin considerar la lógica, relaciones causales, conocimientos, datos ni correlaciones.

Lo hemos visto durante la pandemia y lo vemos hoy día en relación a la guerra en Ucrania. Se habla del «reset global», de los paladines de un nuevo orden mundial, donde las fuerzas oscuras del mal tienden su red para controlarnos, eliminarnos o someternos. La confusión es tal, que algunos nostálgicos de la vieja Unión Soviética ven en Putin el último defensor de la causa del proletariado, ignorando que entre sus aliados contamos personajes de la extrema derecha como le Pen en Francia, Salvini en Italia, Orbán en Hungría entre muchos otros.

Las ideologías persisten como un tejido de dogmas que son completamente independientes de la historia y los hechos y nos describen una historia paralela, que más que historia es paranoia sin sentido ni razón. La conclusión es que en el debate público hemos asesinado el sentido común y con este crimen nos estamos exterminado a nosotros mismos, socavando nuestra frágil capacidad de adaptarnos y sobrevivir.