Durante mucho tiempo he seguido los estudios publicados por el Dr. Michael Yapko (aún le sigo; los referentes conviene tenerlos cerca) a propósito de la idea de que la depresión, como enfermedad social, es contagiosa. Según este autor, la depresión se propaga a través de las relaciones conflictivas con otras personas.

La depresión no es un virus, no se contagia porque alguien deprimido estornudó cerca de nosotros. Que la depresión sea contagiosa o que no lo sea, tiene que ver con que el estado emocional de alguien, principalmente de alguien cercano, importante en nuestras vidas. De alguien que esté en el contexto de nuestra red social (no hablamos de redes virtuales como Facebook u otras, sino la formada por familia, pareja, amistades, personas del entorno laboral), donde las emociones entran en juego con facilidad.

Existe evidencia de dos fenómenos directamente relacionados con esta idea del contagio de la depresión. Por un lado, está el conocido como efecto automatic mimicry. Esto es, reacciones de mimetismo provocadas por empatía emocional. Existen distintos estudios1 que establecen una alta correlación entre los comportamientos imitativos automáticos y las personas con alta empatía. Por otro lado, la influencia de los estados de ánimo de unas personas sobre otras tiene relación directa con la vulnerabilidad cognitiva de unas y de otras.

La vulnerabilidad cognitiva en la depresión

La vulnerabilidad cognitiva tiene que ver con la percepción negativa que tiene una persona de sí misma frente a los eventos personales, ante lo cuales se siente como poco suficiente o con escaso control interno y externo sobre la realidad. Se trata de una vivencia muy estresante propiciada por un conjunto de creencias disfuncionales, que es la base sobre la cual aparecen los trastornos psicológicos. Es decir, el estado psicopatológico se presenta cuando los elementos estresores o desencadenantes ponen en jaque a las creencias de la persona.

La vulnerabilidad cognitiva es fundamental para la compresión y descripción de diversas patologías psicológicas en el ser humano. Está presente en trastornos como los de ansiedad, las fobias o los provocados por consumo de sustancias, pero, sobre todo, tiene una gran incidencia en la depresión. La forma cómo procesa la información el individuo con distorsiones cognitivas y creencias nucleares favorece la génesis de la depresión.

El concepto de vulnerabilidad ha sido ampliamente estudiado y explicado por la psicología cognitiva, además de haber proporcionado tratamientos eficaces para su intervención, identificando la vulnerabilidad psicológica latente como el eje de su expresión y su interacción entre los factores cognitivos y los estresores ambientales como claves del abordaje terapéutico de los patrones de activación negativa de la depresión.

La melancolía heredada

Aunque la depresión no es una cuestión genética, no es hereditaria, si existe la probabilidad de heredar una cierta predisposición a la vulnerabilidad cognitiva y psicológica. Conviene, dicho esto, entender la importancia de romper con el mito de haber transmitido la depresión y apartar de nuestras vidas el rencor de haberla heredado.

La depresión es una enfermedad compleja y tiene un origen multifactorial, por lo que, en realidad, nadie puede considerarse ajeno a ella. En algún momento de la vida, cualquiera puede sufrir por depresión. No obstante, que los genes tengan poco o casi nada que ver con la expresión de esta psicopatología, no se debe aplicar a los contextos en los que se han desarrollado nuestras experiencias vitales.

Personalmente, considero que, si hay algo capaz de «contagiarnos» de depresión son los tipos de experiencias que hayamos vivido, especialmente en determinadas épocas de nuestras vidas. Por ejemplo, las experiencias tempranas de niños que han sido víctimas de rechazo y críticas, particularmente por parte de sus figuras de referencia, generan esquemas disfuncionales que desarrollan una visión de negativa de sí mismos, de los demás y del futuro, y facilitan la aparición de estados depresivos.

Cuando vivimos o nos relacionamos con personas deprimidas, especialmente si esto ocurre cuando somos niños, la vulnerabilidad psicológica aumenta considerablemente; se experimenta una especie de melancolía contagiosa, heredada por aprendizaje vicario, que propician los pensamientos negativos autorreferentes. No debemos olvidar que a esas edades aprendemos, sobre todo, por lo que observamos.

La depresión se manifiesta a partir — ya lo he comentado— de que factores internos «dormidos» son activados por algún acontecimiento externo que tenga que ver con las preocupaciones centrales del individuo acerca del propio valor personal. Esta es una característica muy individual de quien sufre depresión, por lo que, en este sentido, lo que más parecería poder contagiarnos alguien con depresión es su pronóstico negativo de la vida, su manera improductiva de relacionarse con los demás en su contexto.

Quiénes son más propensos al «contagio» de la depresión

La depresión provoca un alto nivel de angustia entre las personas que la padecen, pero, también, daña significativamente las relaciones con las personas cercanas a partir de la manifestación sintomática de tristeza, falta de interés por las cosas, cansancio o irritabilidad.

No cabe duda de que una buena relación con las personas de su entorno más inmediato influye en el curso de la depresión de manera muy positiva. Una buena relación de pareja es básica para que la persona deprimida afronte mejor esta enfermedad. Cuando nuestro ánimo está decaído necesitamos más cariño, apoyo y comprensión que nunca.

Pero, la pareja es también quien más expuesta está al impacto negativo de la depresión de la otra persona. Es habitual que la pareja acabe perturbada ante las situaciones de aislamiento en sí misma de la persona deprimida, de su apatía y su desgana por todo. Cuando esto ocurre, la pareja puede empezar a pensar que está molestando o que no está llevado bien la relación, puede experimentar la aparición de cierta sensación de decaimiento, frustración y ánimo apesadumbrado, así como a la emergencia de sentimientos de culpabilidad. Cuando convivimos con la depresión es fácil olvidar que es poco probable que la depresión de nuestra pareja tenga algo que ver con nosotros.

Suele ser frecuente que una persona deprimida descargue su frustración sobre su pareja (a veces, también sobre sus hijos). Es fácil de comprender que, cuando convives con alguien que está muy a menudo de mal humor, descuida su aspecto, come demasiado o abusa de sustancias, se vea el presente y el futuro desde una profunda desazón y soledad.

Aunque la depresión no se contagia, el estado de ánimo de alguien muy cercano puede afectarnos significativamente. Teniendo esto en cuenta, quiero recomendarte algunas cosas que conviene practicar, principalmente si tenemos alguna vulnerabilidad o predisposición a que nuestro ánimo se decaiga con cierta facilidad.

Haz más ejercicio, no solo es bueno para el cuerpo; al segregar mayor cantidad de endorfinas por la actividad física (moderada y adaptada) aumentan nuestros niveles de bienestar. Tan importante como esto es mejorar la vida social, la interacción con otras personas; las redes sociales de apoyo son un factor esencial para una buena salud mental. Duerme bien, come bien y permítete pequeños descansos durante tu jornada laboral. Sin duda, estas actitudes y conductas son el mejor antídoto contra nuestra posible vulnerabilidad cognitiva o tendencia al mimetismo emocional, y a construir muros contra la tristeza que tampoco dejen entrar a la felicidad.

Nota

1 Sonnby-Borgström, M. (2002) , para la Universidad de Lund, Suecia.