Desde el 7 de octubre de este año el conflicto y las alternativas de soluciones diversas entre Israel y Palestina han cambiado radicalmente y no tienen retorno. Ese día en el 50 aniversario del inicio por parte de varios países árabes de la llamada guerra de Yon Kippur, el grupo terrorista Hamas, atacó el sur de Israel, produciendo 1400 muertos y capturando 240 rehenes.

Para no ser tildado de antisemita, se reclama que declaremos previamente a rechazar la masacre, el genocidio del gobierno de Israel contra Gaza, definir a la organización Hamas como terrorista y que su ataque es repudiable y artero. Agrego que como la mayoría del mundo reclamamos la liberación de los rehenes, que esa es una demostración del carácter terrorista del ataque. Pero para el análisis completo de la situación faltan elementos fundamentales.

El primer testimonio de la colaboración y el apoyo de Israel con los fundamentalistas de Hamas se produjo en marzo de 1981. El general israelí Yitzhak Segev, gobernador de Gaza en aquel momento, reconoció en una entrevista con The New York Times algo que en los años siguientes admitieron otros muchos oficiales del Estado judío: que Israel participó activamente en la creación y expansión de Hamas, sobre todo, apoyando con fondos a las mezquitas en las que se adoctrinaba a sus seguidores. El objetivo de esta ayuda económica era crear una fuerza que hiciera de muro de contención del que era su principal enemigo: la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Yasir Arafat. Muchos se olvidan de este «pequeño detalle» Y esa relación siguió durante muchos años. Y no comenzó durante el gobierno de Netanyahu, sino mucho antes.

Durante este gobierno belicista y de extrema derecha se produjo algo mucho más grave. Es absolutamente imposible que dos de los mejores servicios de inteligencia del mundo, el Mossad (7 mil efectivos) y el El Shin Bet o Shabak (servicio de inteligencia interna, 5.000 efectivos) que se hizo famoso por la serie televisiva Fauda, más la vigilancia electrónica y satelital, no hayan alertado que, en una fecha cantada, previsible como el 50 aniversario de la guerra del Yon Kippur, Hamas iba a atacar a Israel. Imposible e increíble.

El ataque se preparó a lo largo de un año, tanto en la fabricación de los miles de cohetes Qassam y de transporte de sus componentes a través de los túneles, como de todo el dispositivo logístico, armas, transportes etc. En particular en los días y horas previas al 7 de octubre. Debe tenerse en cuenta que el muro que rodea a la franja de Gaza es considerado el sistema tecnológico y militar más seguro de mundo solo equiparable a la frontera entre las Coreas en el paralelo 38.

No se trata de una falla de los medios de defensa, cúpula de hierro, muro y alambrada por la que no pasa una ardilla sin que se activen todos los sistemas de alarma y peor aún la lentitud de reacción de parte de las fuerzas de seguridad y de defensa de Israel, que le permitieron a los terroristas, penetrar hasta treinta kilómetros en el territorio del estado judío. Más que imposible.

En gobierno de Benjamín Netanyahu y sus partidos aliados, que enfrentaban una grave crisis política, institucional y judicial, con manifestaciones de decenas de miles de personas para defender la separación de poderes democráticos y que habían producido una dura fractura en la sociedad israelí, necesitaban un pretexto para colocar la guerra nuevamente en el centro de la vida del país y los terroristas de Hamas, con la complicidad del gobierno de ultraderecha se lo dieron, con el ataque del 7 de octubre.

Para Netanyahu, el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, y el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, se trataba de la oportunidad histórica para cumplir el máximo posible de su lista de deseos: la destrucción de amplias zonas de Gaza, la eliminación del aparato político y militar de Hamás y, si es posible, la expulsión de miles de palestinos al Sinaí egipcio.

La guerra desatada a partir de ese momento, la devastación de Gaza en particular de la ciudad de Gaza, no tiene objetivos solo militares, sino de controlar directamente el territorio de la franja, o al menos de toda la zona norte.

También para ello bloqueó el suministro de energía eléctrica, de gas y combustibles líquidos y transformó a Gaza en un gigantesco campo de concentración y exterminio.

Las imágenes terribles del ataque de Hamas, de un viejo bulldozer derribando alambradas y de unidades terroristas recorriendo decenas de kilómetros en territorio de Israel, son absolutamente inexplicables. ¿No se tomaron ningunas medidas especiales considerando la festividad y el aniversario del Yon Kipur? ¿Se dejó organizar una fiesta juvenil por la paz en las inmediaciones de la frontera, sin tomar ninguna medida de seguridad? ¿Las unidades de helicópteros Cobra y Apache que en pocos minutos podían haber llegado a la zona y frenar cualquier avance no llegaron hasta dos horas más tarde? Entre ambos suman 94 aeronaves.

La ferocidad de los ataques de destrucción de todas las infraestructuras, edificios de vivienda, hospitales, mezquitas, oficinas de Naciones Unidas y de los medios periodísticos internacionales, la cantidad de muertos que supera los 11 mil, dentro de ellos 4.500 niños y más de 3.500 mujeres, no son un error de cálculo, son parte central del plan para destruir toda posibilidad de que esa zona de Gaza vuelva a ser ocupada por palestinos. Y todavía están muy lejos de terminar.

A nivel internacional el aislamiento de Israel se ha multiplicado, con manifestaciones multitudinarias, pero sobre todo con un creciente sentimiento anti sionista que involuciona hacia el antisemitismo. Y seguirá creciendo, porque ya no se trata de defender la causa palestina, sino de enfrentar el genocidio feroz.

La inmensa mayoría de las colectividades judías en el mundo, con algunas excepciones, solo consideran el ataque del 7 de octubre y los rehenes, y con eso justifican la feroz guerra desatada con una superioridad militar aplastante de Israel y que está produciendo miles de muertos civiles. Se han puesto verdaderamente feroces.

Ese era un doble objetivo, de Hamas, para fomentar el antisemitismo en el mundo y del gobierno de Netanyahu para sobrevivir a sus delitos comunes por los que debería terminar condenado y preso por la justicia de su país.

El pasado 4 de noviembre cientos de personas atravesaron las barreras policiales alrededor de la residencia del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en Jerusalén, en manifestaciones que reclaman su responsabilidad por los ataques perpetuados por Hamas el 7 de octubre, mientras que en Tel Aviv miles exigieron: «Liberen a los rehenes ahora a toda costa», según consignan medios israelíes.

La policía retuvo a los manifestantes que se encontraban frente a la residencia del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, en medio de una ira generalizada por los fracasos que llevaron al ataque mortal del mes pasado por parte de hombres armados de Hamas contra comunidades alrededor de la Franja de Gaza.

Ondeando banderas israelíes azules y blancas y gritando «¡Cárcel ahora!», una multitud de cientos de personas atravesó las barreras policiales alrededor de la residencia de Netanyahu en Jerusalén.

La protesta, que coincidió con una encuesta que mostró que más de tres cuartas partes de los israelíes creen que Netanyahu debería dimitir, subrayó la creciente furia pública contra sus líderes políticos y de seguridad.

Una encuesta para el Canal 13 de Televisión de Israel encontró que el 76 % de los israelíes pensaba que Netanyahu, que ahora cumple un sexto mandato récord como primer ministro, debería renunciar y el 64 % decía que el país debería celebrar elecciones inmediatamente después de la guerra.

El 8 de octubre, mientras los casi 10 millones de israelíes empezaban a asimilar que el ataque de Hamás en la víspera había sido la jornada más letal en los 75 años de historia del país, Gideon Avital-Eppstein se plantó solo en el bulevar Kaplan de Tel Aviv con tres pancartas. Los lemas eran «Bibi (el primer ministro, Benjamín Netanyahu) es responsable», «Sal de nuestras vidas y de nuestros muertos» y «Es el momento». La última era una respuesta a «No es el momento», la frase de consenso cada vez que alguien pide la cabeza de Netanyahu por el enorme fiasco de seguridad que permitió el ataque, su política hacia Hamás durante más de una década y su rechazo a entonar el mea culpa mientras los líderes militares asumen su responsabilidad uno detrás de otro.

Pese al creciente y profundo malestar de fondo con Netanyahu, la mayoría de los israelíes insiste en aplazar el debate sobre las culpas «hasta que acabe la guerra» (otra de las frases más escuchadas estos días), por la importancia de contar con un liderazgo estable durante los próximos meses. Un 56% de la población cree que debe dimitir tras terminar la ofensiva en Gaza, incluido un 28% de quienes votaron en noviembre a partidos del Ejecutivo de coalición, según un sondeo difundido por el Centro Dialog cinco días después del ataque. Una encuesta publicada la pasada semana por el diario Maariv muestra además que un 80% de los israelíes quieren que Netanyahu asuma ya su responsabilidad, entre ellos nada menos que un 69% de quienes lo apoyaron en las últimas elecciones. De celebrarse comicios, su partido, Likud, pasaría de 32 a 19 escaños, de un total de 120.

Avital-Eppstein, de 71 años, no quiere esperar. Y ya no está solo. Su iniciativa ha ido creciendo exponencialmente hasta congregar a cientos de personas en la noche del sábado frente al Ministerio de Defensa, en Tel Aviv, con cánticos y pancartas como «Bibi, terrorista para la seguridad de Israel», «Tú sí eres un peligro existencial para Israel» o «Alimentaste a Hamás para ganar elecciones».

Si «Bibi» no sale electo con inmunidad parlamentaria, seguramente deberá rendir cuenta en la cárcel, no tanto por su responsabilidad en la seguridad y en la guerra, sino en la corrupción.

La situación en Gaza y en Israel no tiene marcha atrás, para nadie.