En los últimos años en España se ha puesto en tela de juicio el acuerdo de la Transición principalmente por dos frentes: el independentismo catalán y por los nuevos partidos políticos a lo largo del espectro ideológico.

La amnistía apareció como una brasa que reavivó el fuego del debate territorial cuando ya se había olvidado el procés. Pero, el proceso soberanista ya tiene al menos 10 años o 14, según se mire. Durante todo este periodo ha habido intervenciones policiales en Cataluña (155), declaraciones de independencia breves, políticos presos, numerosas elecciones locales y nacionales, refundación, fusión y desaparición de partidos en el seno independentista y nacional, debacles electorales del bipartidismo, de Convergencia, de Esquerra Republica de Cataluña, de Junts, diversos procesos judiciales por los incidentes del 1 de octubre… Está claro que una década da para mucho y más sí tiene que ver con el encaje de un territorio dentro de un Estado.

Por otro lado, tras la crisis económica y la profunda corrupción de los grandes partidos, aparecieron otros: los que iban a reformar el statu quo. En esa batalla parecía estar mejor colocado que ninguno el antiguo Podemos como adalid de una reforma democrática necesaria. Pero, la mano derecha del partido y mente más brillante se fue y tras él se fueron progresivamente todos los fundadores, hasta su líder. Iglesias copó todos los medios de comunicación habidos y por haber en un exceso de soberbia, bajo su mandato se produjeron demasiadas purgas internas contra los disidentes o críticos, no existió nunca la autocrítica, desaparecieron los círculos, nadie acabó de responsabilizarse por la Ley Orgánica de Garantía Integral de Libertad Sexual… Por no hablar de la deriva ideológica: OTAN no, luego sí, salida de la UE, sí, luego no, ¿referendos en Cataluña y el País Vasco? Sí, sí…, luego no. Relaciones con Venezuela, sí, siempre, con el comandante Chávez siempre. Luego, no… y así. Había que asaltar al cielo, decían, pero no han pasado de ser un sobresalto político.

Todos estos dimes y diretes los hemos vivido y padecido los españoles, hasta los que en algún momento se dejaron de considerar bajo esta nacionalidad. Han sido tantas mentiras, tantos procesos eternos que nunca culminan, tantas veces que parecía que todo iba a colapsar y no colapsaba, tantas veces que se iban a cambiar las cosas, tantas decepciones y tantas mentiras, que, al final, solo queda resignarse. La principal alternativa es desvincularse de la actualidad política por higiene emocional y por empacho de tanta sarta de mentiras. La desafección con el panorama actual ha sido posible gracias a las grandes desilusiones que se han producido en el territorio tanto con Podemos como con el proceso soberanista en Cataluña.

¿Se acuerdan de qué partidos formaban en origen Podemos, cuántos se unieron a la coalición y cuántos se marcharon?, ¿Qué fue, por ejemplo, de Equo, actuales Verdes Equo?, ¿y de En Marea?, ¿qué peso tienen los distintos partidos de la coalición Sumar?, ¿son distintos a los del primer Podemos?

¿Qué partidos forman Junts per Catalunya?, ¿desapareció ya Convergencia?, ¿y Unió Democrática de Catalunya?, ¿Qué queda del PdCat (Partido Demócrata Europeo Catalán) que se fundó hace 7 años por Artur Mas y ya no existe?, ¿se acuerdan de sus programas electorales originales? Compárenlos con los actuales.

Toda esta maraña le conduce a uno a la inacción y le hace pensar que la mejor arma para mantener el orden es recordar la frase de Tancredi a su tío Fabrizio en el Gatopardo (1958) de Giusseppe Tomassi di Lampedusa:

Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi (Si queremos que todo siga como está, todo debe cambiar).