En el universo creado por el director Hayao Miyazaki, la imaginación es un océano de colores, ideas, figuras y fantasía, donde no existen los límites para lo extraño, lo mágico y lo asombroso. Acompañado casi siempre de la exquisita música de Joe Hisaishi, la filmografía de Miyazaki se conforma en películas que son viajes, donde los personajes principales sufren todo tipo de aventuras -y desventuras- hasta convertirse en seres diferentes, fortalecidos y auténticos.

A lo largo de los años hemos visto desde simpáticos vecinos en forma de peluche, una niña perdida que lucha por salvar a sus padres transformados en cerdos, una jovencita atrapada en un cuerpo de abuelita que debe salvar a un joven mago para salvarse a sí misma, un heroico piloto con cuerpo de cerdo y una aguerrida princesa del bosque que lo da todo para salvar a su gente, hasta la más reciente, un jovencito devastado por la muerte de su madre que vivirá una aventura mágica y surreal en la historia más personal que haya realizado el genial artista japonés.

Hablamos de El Chico y la Garza (2023), el regreso artístico de Miyazaki que lo sacó de su retiro -una vez más para nuestra suerte- y así anunciar al mundo que aún tiene cosas que decir a sus más de 80 años. Basada muy libremente en la novela homónima de Yoshino Genzaburo, presenta la historia de Mahito, un chico de 12 años que es trasladado junto a su padre a las afueras de Tokio para vivir con su tía -y a su vez nueva pareja de su padre- quien se encuentra en la dulce espera.

Mahito es un chico taciturno, callado, melancólico, aún atormentado por las espantosas imágenes del incendio que mató a su madre en un hospital por culpa de la guerra, pero que pronto será arrastrado hacia una aventura surrealista y extraña, gracias a una molesta garza parlante que se convertirá en su cómplice y guía durante la travesía y que parece saber más de lo que dice. El planteamiento bien podría ajustarse al molde de la Alicia de Carroll, aunque, claro está que dicha temática es una constante en el cine de Miyazaki (como bien pudimos apreciar en El viaje de Chihiro); sin embargo, el veterano director y animador aún puede sacar conejos bajo el sombrero para deslumbrarnos con otra aventura llena de momentos mágicos y memorables cuyos detalles no revelaré aquí para no arruinar la experiencia a aquellos que aún tienen pendiente verla.

Este nuevo viaje, como es usual, cuenta con una preciosa banda sonora orquestal de Hisaishi el cual acentúa el poder de las imágenes que nos cuenta el maestro, quien aborda temas tan complejos y profundos como la muerte, la aceptación de una pérdida dolorosa, el respeto por la naturaleza y -en cierto modo- la pérdida de la inocencia.

Muchos llaman a este filme como la obra «más oscura» y «deprimente» del autor, sin embargo, me parecen términos poco acertados para la que es quizá, la obra más «adulta» que hayamos visto dentro de su nutrida filmografía. Además, tiene un valor muy especial al tratarse de una película muy personal, con detalles autobiográficos que le otorgan una relevancia aún mayor a esta obra. Miyazaki invoca a su niño interior para acallar algunos viejos traumas y lo libera a través de su arte en una ficción repleta de entelequias visuales de gran inventiva.

Cada espectador suele ver una película diferente al momento de la ficción, pero desde el Pinocho de Guillermo del Toro que una obra animada no me conmovía. Si bien, no es una obra fácil -ya que está repleta de simbolismos y mitos del folklore japonés el cual es más entendible para los locales que para los espectadores occidentales- las emociones florecen cuando nuestro joven héroe Mahito, al fin supera las pruebas de su peligroso viaje para regresar como un chico diferente, ya no triste, ya no enojado, sino purificado. Un viaje de aprendizaje y madurez que al final, por fin abraza la vida, al aceptar con entusiasmo a su nueva familia.

La más reciente película de Miyazaki y el estudio Ghibli ya está cosechando un enorme -y merecidísimo- éxito taquillero y de crítica. Ya conquistó Estados Unidos con un Globo de Oro y se mantiene firme en su carrera a ganar el Oscar por mejor película animada, frente a fuertes contendientes como Spider-Man: Across the Spider-Verse y Elemental. Su calidad está siendo bien reconocida en las premiaciones ya que como bien dijo el también genial cineasta tapatío Guillermo Del Toro: «La animación es cine, no es un género».

Gane o no, la más reciente obra del maestro -¿o su canto de cisne final?- ya se ganó la entusiasta y masiva aprobación de la audiencia, la cual respondió muy bien en la taquilla mundial ya que probablemente se trata de la película final de una leyenda, no sólo de la animación, sino también del cine mundial.