Sin embargo, ¿qué es un mundo unipolar? (…) un centro de autoridad, un centro de fuerza, un centro de toma de decisiones. Es un mundo en el que hay un único amo, un único soberano.

(Vladimir Putin, Conferencia de Seguridad de Múnich 10 de febrero de 2007)

La democratización del mundo iliberal fue una ilusión, Vladimir Vladimirovich Putin se encargó de frenar lo que fue para él, la mayor catástrofe política del siglo XX con la disolución de la URSS. Esto se debió a que, solo el régimen había cambiado, mas no el sistema. En ese entonces, los agentes del KGB aguardaban su momento para retornar y revertir el estado de cosas (Belton, 2020) al que había llevado Boris Yeltsin a Rusia. De hecho, para 1998, Putin ya era el jefe del FSB y en el 2000 ya era presidente; esto, después de haber librado la Segunda Guerra chechena como primer ministro. Lográndose, la reconstitución del KGB en el FSB y el SVR, e iniciándose la eliminación sistemática de toda oposición; demostrando lo ilusorio que fue la década liberal ante el retorno de Moscú a la senda autoritaria.

En tanto, la geopolítica occidental de los años 2000 tenía otra prioridad, el mundo islámico radical. Bajo ese escenario, Rusia era un enigma. El despliegue de sus acciones de influencia debía ser inicialmente negable. Como en tiempos de la Guerra Fría, se desplegaron medidas activas, esta vez sobre partidos y grupos ultraconservadores contrarios a la idea de la globalización europea (Fridman, 2021). A esto, el sumar aliados antioccidentales fue esencial para revertir las pretensiones democratizadoras. Diluyéndose y revirtiéndose de manera efectiva las instituciones, así como la posibilidad de que la Iglesia, la intelligentsia, o los empresarios se levantaran contra el poder.

Asimismo, desde la caída del muro de Berlín, Putin, quien fue entrenado para ver en Estados Unidos al enemigo y quien defendió personalmente su estación del KGB en Dresde ante el silencio de Moscú, era receloso de cualquier revolución ciudadana y de toda influencia occidental. Las revoluciones de colores1, las revueltas de la «Primavera Árabe» -Bahréin, Egipto, Libia, Siria, Túnez, Yemen- de 2011, y las protestas en Moscú, fueron las que le alertaron de nuevas metodologías blandas para deponer proyectos no-occidentalizados. Además, las ejecuciones de Saddam Hussein en Bagdad (2006), Muammar al-Gaddafi en Sirte (2011)2 y la desestabilización en Medio Oriente que permitió el surgimiento del Estado Islámico (EI) -de rama suní- por la acción imprudente de Estados Unidos, no solo amenazaba a otro aliado de Rusia, Bashar al-Assad, sino que tenía como intención un cambio de régimen completo que podía llegar hasta Rusia.

Razón por la que Putin tomó la decisión de intervenir directamente en Siria en 2015 para frenar la expansión del EI, el cual planteaba un posible escenario de desestabilización no solo en Medio Oriente, sino en el norte del Cáucaso, de mayoría sunita. Una región en la que Chechenia representaba un punto de conflicto que fue neutralizado, primero con el autócrata prorruso Akhmad Kadyrov, y después de su asesinato, por su hijo Ramzan Kadyrov, un aliado incondicional de Moscú (Snyder, 2018). Para entonces, Putin no negociaba, ejercía el poder sobre sus aliados.

Así, es a causa de la volatilidad dejada tras la intervención norteamericana en Medio Oriente, que el mundo iliberal decidió apoyar a todos los dictadores, porque en ellos encuentran estabilidad. En cambio, lo que dejó el unipolarismo estadounidense detrás de sus intervenciones democratizadoras, fue una desestabilización e incertidumbre en sociedades que no se basan en la racionalidad, sino en la fe religiosa y medieval más estricta.

Sobre esto, Rusia lee el mundo en términos de seguridad, no de libertad. Sabe que Estados Unidos tiene problemas y pulsiones fundamentalistas y relativistas. Y mientras que en Estados Unidos los valores de la Ilustración lo llevan a un punto de conflicto interno entre lo que es la libertad y la seguridad. Para Rusia es mucho más natural decantarse por la seguridad.

Putin, a diferencia de los estrategas de Occidente, fue más realista en la lectura de la geopolítica global, su gobierno, no solo apoyó directamente a la izquierda, sino también a ultraconservadores antiliberales3. Y es que, en política, vivir en medio de idealismos respecto a estrategias y tácticas es un error, Putin lo sabe y por ello apostó a victorias indirectas contra la Unión Europea, como el Brexit en 2020 (Belton, 2020).

Esencialmente, desde Moscú se trata de cultivar alianzas antioccidentales, sean Die Linke o el AfD en Alemania, el KKE en Grecia o el Frente Nacional francés4. Todos los que estén contra el liberalismo occidental son potenciales aliados de Rusia. Al respecto, las potencias occidentales deben recordar que, Rusia es un poder global militar pragmático, comparable a Estados Unidos; su capacidad nuclear y de intervención esta al mismo nivel que el norteamericano.

Rusia, además de su poder militar convencional, perfeccionó la doctrina de la guerra híbrida (Fridman, 2021), para manipular la información sobre acontecimientos, mejorar el ciberataque y desplegar efectivamente la guerra de información antioccidental. En esta realidad, las ideologías se desvanecen, predominan algunas versiones preaprobadas y algunos paradigmas se hacen más dominantes, llegando a imponerse a los más débiles.

Respecto a Putin, Barack Obama llegó a constatar el alcance de la nueva política de Estado rusa con la interferencia sobre la campaña presidencial de 2016 (Snyder, 2018). Para ese momento, Putin ya había dado asilo al excontratista de la NSA, Edward J. Snowden en 2013, reafirmó su posición de eliminación de la disensión interna5 y anexó Crimea en 2014 como respuesta a la salida de Viktor Yanukóvich debido al Euromaidán ucraniano mientras se desarrollaban aun los Juegos Olímpicos de Sochi.

A partir de aquel punto, todas las esperanzas de los lideres occidentales se desvanecieron, siendo testigos de una evolución en acciones más antioccidentales y con el apoyo de Xi Jinping. Putin de hecho, miraba hacia atrás, a Pedro el Grande, usando las herramientas de Iósif Stalin y proyectándose como un reconfigurador de la geopolítica euroasiática, un nuevo Zar, un conservador, un estadista, quien a través del multipolarismo daría certidumbre a sus aliados. Esto es, el paso de las confrontaciones meramente ideológicas del siglo XX a la división entre globalistas cosmopolitas y nativistas fundamentalistas.

A pesar de este dramático devenir para el mundo occidental, Estados Unidos aún tiene los valores de la Ilustración, aun es la única potencia que con su poder blando logró tocar las fibras de la imaginación, la memoria y la idealización sobre lo que significa Occidente. Enseñó al mundo que los hombres podían construirse y brillar intensamente a través de la búsqueda de un sueño; pero desde el 9/11 sus intervenciones y guerras militares fallidas, han dañado su soft power frente al mundo iliberal, que lo ha degradado a su propio nivel.

Aquí surge la pregunta: ¿Por qué Estados Unidos tendría que intervenir en cada conflicto del mundo? Realmente no existe razón por fuera de los estrictos intereses de Estado. El ideal de la democratización sobre el mundo iliberal termina siendo erróneo y fallido. La idea de liberalizar al mundo ha debilitado moralmente a su élite, que empatiza con la causa palestina —es esencialmente iliberal— que con el pueblo israelí —es esencialmente occidental—.

Esta decadencia moral de corrección política en las universidades estadounidenses y su incapacidad para condenar el antisemitismo6, ha planteado un duro cuestionamiento sobre las elites intelectuales, que van dejando de creer en sus valores fundacionales. Justamente lo que esperan las autocracias, que las elites caigan en el relativismo de principios y en el odio a su propia historia para deshacer su memoria identitaria en nombre de minorías irrelevantes.

Este tipo de errores basados en la idealización sucedieron a principios de los años 2000, cuando se creyó que la Internet traería el fin de los monopolios comunicativos hegemónicos; un mundo de libertad donde podríamos acceder al conocimiento libre sin fronteras ni barreras. Mas de dos décadas después, el mundo vive en permanente confusión, no sabe a quién creer, pero busca creer y lo hace en pequeños guetos cerrados, monetizados y vigilados, que alimentan las afirmaciones más absurdas.

Además, con la llegada de Internet, nos dimos cuenta de que, era un paso más en la colección y obtención de información en inteligencia de señales o SIGINT por parte de la NSA. Entonces, las operaciones ya eran globales, y en tiempos en que los teléfonos móviles eran un concepto exótico, ya se intervenía comunicaciones, evolucionando hasta la extracción de contenidos de fibra óptica, hackeo y la instalación de virus informáticos contra enemigos de Estado, como evidencian los casos de Stuxnet y Flame.

De hecho, la NSA acumula información que proviene de las señales interceptadas desde los barcos de la Marina, la Oficina de Acceso a Operaciones a la medida (Tailored Access Operations, TAO) -para ciberinteligencia, ciberataques, desarrollo de exploits, e infiltración de redes-, y los techos y habitaciones cerradas del «Special Collection Service» (SCS) en las embajadas y consulados estadounidenses en varias partes del mundo. Información esencial que alimenta los reportes diarios del despacho presidencial en la Casa Blanca.

Se trata pues, de la realpolitik del espionaje occidental, contra el cual, Vladimir Putin y Xi Jinping han tomado medidas similares e incluso más efectivas, no solo para tergiversar o filtrar aquella información, sino los hechos que reciben los ojos y oídos de la inteligencia occidental. Además de haber creado barreras al acceso digital hacia y desde sus países; desarrollando la metodología para diluir Occidente con el uso de medidas activas y guerra híbrida.

Putin, puede ser una figura trágica en la historia mundial, pero la metodología del reclutamiento de espías, la manipulación mediante proxies y la represión de la disidencia lo han llevado a visibilizarse como un hombre fuerte; quien cree realmente en lo que dice, en la historia e identidad de su país (Eltchaninoff, 2017), un líder que quiere ir hasta el límite de lo posible. Y ahí, es donde puede derrotar a los lideres occidentales, porque estos han dejado de creer que pueden ir hasta el límite para defender sus valores.

En este punto, donde las variables son muchas y los riesgos de un conflicto nuclear son más altos que en la Guerra Fría por la existencia de tres grandes actores nucleares, dos de ellos aliados; demonizar a Putin es contraproducente a un análisis realista de las causas que han llevado a las elites a la decadencia, el relativismo de sus principios y el surgimiento de alternativas conservadoras y antioccidentales. Debe comprenderse que los 90, no significaron esperanza para Rusia; sino al contrario, el surgimiento de los nuevos oligarcas, quienes profundizaron la pobreza de una población que no entendía cómo y qué hacer en una economía de libre mercado. Aquella gran incertidumbre creada tras más de seis décadas de estabilización soviética hizo que los rusos pobres vieran en Putin a uno de los suyos, un hombre fuerte que estabilizaría y traería de vuelta a Rusia al escenario global.

Así, ya no se trata solo de contención, sino de ser pragmáticos y realistas en la defensa de Occidente, debido a que el escenario es completamente adverso; la guerra iniciada en febrero de 2022 ha marcado un punto de inflexión para los occidentales que vemos ahora en ella el inicio de otras, que articuladas, no solo causarían un grave desgaste económico, sino que llevarían al mundo a unos segundos de la catástrofe nuclear (Plokhy, 2023). Y este escenario no es sorpresivo; 17 años atrás, Vladimir Putin alertó de la amenaza que representaba el unipolarismo norteamericano y la OTAN para Rusia en la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2007. Muy pocos lo tomaron en serio.

Finalmente, en la cabeza de Putin se articulan la sospecha del agente de inteligencia de Dresde, el análisis del realista interviniendo Siria y la visión del estadista que lee la identidad rusa a través de Dostoievski (Eltchaninoff, 2017).

Putin, un Zar, un hombre, quien logró controlar los medios de comunicación, la oligarquía, las elecciones y la ley; un hombre que hizo del pragmatismo, el control y el ejercicio del poder la versión del liderazgo ruso en el siglo XXI; un hombre que ha decidido revertir el destino occidental desde la fuerza y la guerra; un hombre que se ha levantado contra el unipolarismo estadounidense para retornar a Rusia al escenario global; un hombre que ya no se ve bajando de la cima del poder total en completa paz.