Una parte importante de mi vida fue salir de casa a los 17 años para estudiar Biología en la Universidad de Oriente (UDO) de Cumaná. Eran tiempo holgados para la economía venezolana, y aunque mi familia que siempre fue de clase media con recursos limitados, debo agradecer a mis padres que me financiaran esos estudios fuera de Caracas. Mi padre me llevó en el carro familiar un febrero de 1982, y me dejo en casa de unos primos distantes que accedieron a ayudarme el primer semestre.

Aún no le daba sentido a administrar dinero que enviaban cada semana o quincena, pero lo mejor fue cómo los primos me integraron a sus grupos de vecinos y amistades. Recuerdo el calor y el sol directo de la ciudad oriental, sin embargo, me marco más la confianza o mejor dicho amabilidad extrema de los cumaneses, su hablar cantado y hasta casi altisonante. Gente muy muy alegre, humilde y sin egoísmos. Luego vino el tiempo de rentar habitaciones o apartamentos completos para independizarme.

Al regresar a Caracas con amigos de la capital que hice en la UDO como Martin Osuna y Luis Orive. Me refrescaba el clima caraqueño como nunca antes, además entendí mejor su grandiosidad de metrópolis latinoamericana. No obstante, me gustaba Cumaná. Por esa década el centro de la ciudad oriental tenía más actividad que hoy en día, los fines de semana en las noches tocaba la Banda Libertad, se iba a la playa de San Luis o las cercanas como Quetepe y Mochima. Había una heladería de unos argentinos que se llamaba Bariloche, y lo que nutrió mi amor por el cine o el teatro aumentó con la amplia oferta que había en ese entonces.

Recuerdo que cuando no era necesario estudiar mucho los fines de semana se podía ir a la playa al mediodía, luego de un buen almuerzo de pescado frito en el mercadito o un comedor popular del centro. En la tarde se podía ir al cine Pichincha frente a la plaza Bolívar, al Super cine en la Avenida Perimetral, el Ultra cinema en la Gran Mariscal que era el más lujoso en los años 80, y luego estaban las cinematecas o clubes de cine como el de la UDO en Cerro Colorado donde podías entrar al mediodía y luego entrar a clases de la tarde. También la opción del Palacio Episcopal, pero tenía cierta censura incluso para las películas más inocentes… cortesía de los curas.

Las discotecas nunca me atrajeron, porque no soy buen bailarín ni tolero la música estridente, aunque sí un buen concierto clásico, de Jazz o rock agrada mi oído. No obstante, fui a varias y muchas fiestas donde mejoré mi precario merengue y seguía pisando pies con la salsa. Una vez se presentó Ilan Chester en Cumaná y recuerdo que fue muy bueno el concierto, fui con mi novia Eva y mi amiga Rio. La pasamos excelente.

Una rutina importante eran los amigos locales como el gran Aquiles Penott quien disfruta el rock y música de todo tipo, con su amplia colección de discos de vinilo y libros o revistas con artículos de historia, política o primeramente Rock. Además, me invitaba mucho a comer especialmente cuando el bolsillo apretaba. Y las cervecitas siempre estaban cuando se requerían. Muchas veces nos quedamos dormidos oyendo música.

Fueron tiempos de los primeros amores, muchachas de todo origen y color. Alegres, inteligentes, no tan bellas y algunas locas. Muchas me invitaban a sus casas, otras venían de las ciudades vecinas, pocas me insistían en bailar, aunque boleros no era problema. El bar Sport cerca del cine Pichincha era un lugar de cervezas baratas y charlas de amigos y novias. Mucho recuerdo el grupo de tangos y poesías de los tíos de Eva Dubois. Qué gran grupo de señores.

Amistades con profesores muchas, como el memorable Rafael Pardo quien aparte de ayudarnos con el inglés, era una enciclopedia de las contradicciones del ser humano y más aún del rock de los 60 con su admirado Bob Dylan. Traducía las letras para mostrarnos la trascendencia del bardo de la guitarra eléctrica.

Mis soledades que disfrutaba eran la playa y el cine, cuando no me estaba con grupos o novias recuerdo que me agradaba caminar y bañarme en San Luis únicamente con mis pensamientos. Pero ir a ver una buena película era fijo. Amo el séptimo arte, recuerdo lo maravilloso que era el Pichincha con sus líneas Art Deco construido en 1930 y mejorado hasta los 1990. Luego en la segunda década de los 2000 cerró definitivamente; afortunadamente no ha sido demolido. Así se fue el Ultra cinema y el Super cine tomados por los evangélicos. Murió la heladería Bariloche, no más conciertos en la ribera del Manzanares, nació el centro comercial Marina Plaza que trajo las cadenas Cinex, pero el clásico Pichincha tenia un sabor especial donde vi el Karate Kid, Flash Dance, Home Alone, Jurassic Park, Silencio de los Inocentes y tantas comedias como dramas.

A la primogénita del continente le falta remozar sus divertimentos, volver a recargar la cultura que florecía en la casa Ramos Sucre, los teatros y musicales populares o para gusto más elevado. Pero estos tiempos de desgracia en Venezuela lo que han hecho es llevarse aquella Cumaná que conocí y disfruté.