España vivió el apogeo de su Imperio en un periodo (1559 - 1643) en el que conviven el Renacimiento y el Barroco, el cual El Greco impulsó desde su obra a la sombra del Poder Eclesial

Último tercio del Cinquecento. Años postreros del Rinascimento italiano que ha dejado su impronta revolucionando, con el Humanismo de bandera en el lado de las costumbres y de toda la vida social y las conciencias, el Arte medieval que deja los monasterios para copar las clases altas. Hasta ser absorbido este sistema de modelización cultural secundario (Lotman, Semiótica de la Cultura, 2000), como una moda más que es, por las clases sojuzgadas en materia moral y mediante su encastillamiento en la sociedad estamental.

Mientras la Reforma se zanja espiritualmente y en lo político, por la mano dura del estamento eclesial, los artistas se arraciman empero en la todavía en condiciones de irradiar su Sol a los cinco continentes: la España de Carlos I y V de Alemania y de sus sucesores, Felipe II y Felipe III. Estos artistas que operan en Toledo, en muchas ocasiones, españoles de adopción, mantienen vivo el legado de esplendor y renovación en todas direcciones, del Renacimiento; directrices de un estilo que ahora, una vez más, vierten al modo italiano.

Es en este contexto de tolerancia aún vigente, en el que surgen magisterios de primera entidad; tanto en lo temporal, por su condición de pioneros de un mundo en tránsito hacia las sombras tenebrosas barrocas, como en lo tocante a su talla de artistas sin parangón conocido y que crean escuelas de largo aliento. Miguel de Cervantes y su Ingenioso Hidalgo (o Caballero) Don Quijote de La Mancha están firmemente asentados en los caminos de la Castilla postimperial, como puede afirmarse igualmente del lado de muchos otros coetáneos escritores y pintores. Entre los que sobresale un stranniero, Doménikos Theotokópoulos, destacándose por su singular sustento vía mecenazgo eclesial, al no poder contar del favor del monarca Felipe II.

Originario de la isla de Creta (Grecia), de ahí el apodo probablemente involuntario al artista. Procede su creación, además de su etapa juvenil como creador de iconos bizantinos, de la tradición objetiva y luminosa aprehendida durante su estancia bajo el magisterio de figuras como Tiziano, en el floreciente Estado de Venezia. Doménikos alcanza el mecenazgo en Toledo del estamento eclesiástico, una semiosfera ésta [el concepto de semiótica, creado por Lotman (2000): aquél espacio de semiosis donde tiene lugar la significación, y en el que convergen más de dos idiomas de traducción o interpretación] que también le nutrirá de modelos para gran número de sus figuras (Cristo, los Apóstoles, escenas de La Pasión de Jesucristo). Firma, a veces, con su nombre griego, y en otras, mediante un sistema más críptico: con sus dos iniciales, D.T., en su lengua vernácula griega (Δ.Τ.).

Personaje envuelto en un halo de misterio, sabio conocedor de la gradación de colores y también de asuntos, el artista se nos muestra desde la obra mediante unas lacónicas capitales autógrafas que solapa sobre una calavera o sobre las zonas más oscuras de un madero del crucifijo. Elementos que connotan concisión, fugacidad de la vida o los tópicos del tempus fugit, el ubi sunt, religiosidad, en suma, que se sitúa en el centro de la vida social, y son anunciadores, como signos artísticos que traducen los signos de la sociedad “real”, de los nuevos tiempos contrarreformistas que se dejan sentir a partir del Concilio de Trento (1545 - 1563). El fin de la Guerra de los Treinta Años, en 1648, llevó a una alianza entre los reyes y el clero, por la que se impulsa la reordenación de la Iglesia y se busqua protección activa frente a la expansión de las doctrinas protestantes en el Norte Occidental.

La Guerra de los Treinta Años ponía, así, fin, a una larvada guerra de motivaciones políticas, inicialmente, que derivó en la máxima rivalidad entre Francia y los territorios de los Habsburgo (el Imperio español y el Sacro Imperio Romano Germánico) por la hegemonía en Europa. Un asunto que se actualizará en años posteriores con nuevas conflagraciones entre ambas potencias. En esta vorágine de guerras, convulsiones intraeclesiásticas y paulatina pérdida de influencia de España en tanto que Imperio hegemónico, El Greco llega a Toledo para plasmar toda la sabiduría que bullía como proyecto desde los tiempos venezianos e incluso cretenses.

Manierismo vs Impresionismo

La mitad exacta de su vida estuvo dedicada a su oficio de plenitud en Toledo. El Cretense siempre fue, desde su rúbrica en griego, consciente de su condición de extranjero en la ciudad del Tajo, y por inclusión, dentro de la Corona de Castilla. Su relación artística con la ciudad se ha descrito por una parte de la crítica como manierista; pues, si bien guarda vestigios renacentistas, son éstos los de un Renacimiento tardío. En todo caso, sus primeras obras en Toledo, entre las que se halla la muy valorada El Despojo, anuncian un nuevo modo en el Arte contemporáneo. En el cual se trueca la serena belleza renacentista por la torsión y la sombra como ideales antiacadémicos, instintivos y realistas, de corte naturalista, que El Greco perfiló en tanto que excelso pionero barroco.

El estilo propio del cretense, Doménico Theotokópoulos, le llevó a expresarse siempre de forma constante y eficaz, serena y revolucionaria con sus figuras alargadas, que dotan al conjunto de efectos de movilidad. Una magistral trayectoria, la española y más fecunda de su carrera, de la que se han podido vislumbrar sus jalones durante el Año Greco, 2014, a través de distintas muestras. Incluida la exitosa (concluida) El Griego de Toledo (14 de marzo - 14 de junio), organizada por la ciudad con motivo del 400 Aniversario de su desaparición; El Greco y la Pintura Moderna (24 de junio - 5 de octubre), igualmente clausurada, y con éxito de visitantes y de menciones en los medios de comunicación.

Ya en la actualidad, se puede contemplar una tercera y excelente exposición: El Greco: Arte y Oficio (9 de septiembre - 9 de diciembre), que, desde el Museo de Santa Cruz, está básicamente dedicada a todas las figuras de su serie de los Apóstoles. Si bien pueden igualmente verse obras de carácter civil, tanto propias como de sus discípulos, incluido el hijo del pintor, Jorge Manuel Theotokópoulos, quienes replicaban las obras del maestro con los lógicos balbuceos en los tonos que el maestro más impresionista se mostraba.

Los actos conmemorativos del Año Greco se complementan con otras exposiciones de diversa índole: Entre el cielo y la tierra (30 de abril - 3 de agosto, Museo Nacional de Escultura, Valladolid; Real Academia de BBAA de San Fernando, Madrid, 10 de septiembre - 8 de noviembre); Doce miradas al Greco, cuatrocientos años después (30 de abril - 3 de agosto), en el Museo Nacional de Escultura, Valladolid; Toledo Contemporánea (18 de febrero - 14 de junio), en el Centro Cultural San Marcos; para terminar con visitas concertadas a la Biblioteca del Greco (31 de marzo - 29 de junio), archivada y custodiada por el Museo del Prado de Madrid. Su estilo artístico adquiere características intrínsecamente unidas a su trayectoria vital: años del aprendizaje en Italia (Venezia y Roma), los de su dilatada presencia en Toledo y los días juveniles de Creta, ilustrados en la exposición toledana mediante unos vistosos iconos y el ya icónico tríptico de Módena.

El Cuarto Centenario se propone como objetivo constatar lo que representa el arte del Greco en la creación actual. Un esfuerzo ambicioso que queda reflejado no sólo en la muestra, sino, asimismo, en la publicación que a modo de catálogo, en su estructura externa, es en realidad una profusa y muy documentada investigación sobre los pintores herederos de la escuela del maestro cretense. El Greco y la pintura moderna ha sido editado coincidiendo con la exposición homónima del Museo Nacional del Prado (24 de junio – 5 de octubre de 2014). "Pocos artistas clásicos han influido de forma tan intensa en el arte producido en las últimas décadas", asegura el comisario de esta exposición. "Probablemente sólo Velázquez, Goya y el Greco permanecen con una presencia y un aliento más plenos en lo que llamamos arte contemporáneo".

"No es difícil encontrar su huella en el buen arte, aunque no siempre sea evidente ni se conserven a primera vista formas y planteamientos plásticos asimilables a su trabajo, como sí ocurre en los artistas de finales del siglo XIX y principios del XX, como Pablo Picassso, Paul Cézanne y otros, llegando incluso hasta Jackson Pollock." La nómina de los artistas influidos por el cretense es amplia, y en su cumbre tiene a Manet, Cézanne y a Picasso, junto a una larga y prestigiada relación de artistas, que va desde los impresionistas, y en especial, Toulouse-Lautrec, a los naturalistas y el cubismo. Zurbarán y Mariano José Fortuny son algunos otros nombres que han revitalizado en los dos últimos siglos el valor artístico de El Greco y de sus técnicas, revolucionarias para su época.

Su muy personal estilo en la etapa de madurez, cuando dibujaba figuras de llamativa gracilidad, con apariencia fantasmal, hizo emerger uno de los tópicos que simplificaban la complejidad de las relaciones inmanentes de las obras del Greco conforme a una lectura del texto de carácter reduccionista. [“La cultura en su totalidad representa ‘un mecanismo pensante’, un generador de información, en el que ya sea desde la conciencia individual como de la colectiva, para que sea puesto en marcha, en ese mecanismo hay que introducir un texto. (…) “El texto en el contexto es un mecanismo funcionante [sic –sobreentendemos, funcional] que se recrea constantemente en una fisonomía cambiante y genera nueva información.”Iuri M. Lotman, La semiosfera, Volumen 1, Cátedra 1996.]. Su carácter reservado, el hecho de perder el favor real y la idiosincrasia de su innovador estilo característico, hizo que fuera considerado en su tiempo, y hasta el umbral del siglo XIX, como un pintor excéntrico y, en cierto modo, encasillado de outsider por parte del establishment artístico y político de la ciudad. Será a partir del siglo XVIII cuando sea reconocido como uno de los más sobresalientes pintores occidentales.

Toledo y El Greco

Toledo es conocida como «La ciudad Imperial» por haber sido la sede principal de la Corte de Castilla y del Imperio de Carlos I y V de Alemania. Desde su conquista por Alfonso V (1085), y especialmente tras la labor cultural de Alfonso X ‘El Sabio’ (Toledo, 1221 - Sevilla, 1284), que promueve traducciones a la lengua vernácula, y eleva esa variedad romance emergente, el Castellano, al rango de Lengua de la Cancillería. Se multiplican, supervisadas por el Rey ‘Sabio’, las versiones romances de tratados árabes y judíos de Astronomía y Ciencia en general. Con la reconquista de la ciudad y su capitalidad de Castilla, Toledo abraza el mestizaje.

Algo similar a un crisol de tipo religioso, es conocida como «la Ciudad de las Tres Culturas», en la que convivían en coexistencia activa cristianos, judíos y musulmanes. Toledo fue una gran ciudad medieval, la cuna del humanismo hispano gracias a su secular multiculturalismo. Se contaba como referencia cultural y simbólica reconocida internacionalmente; no en vano, mantenía después de perder la capitalidad, cuando comienza su decadencia, la primacía de la Iglesia española, un título evocador de su pasado como capital del reino visigodo de Leovigildo (568 - 586). También fue sede de la Corte con los Reyes Católicos (1475 - 1504) y participó en la Guerra de las Comunidades de Castilla.

Tras su estancia en Italia, El Greco llega a Madrid. Recibe encargos de Felipe II, que entonces desarrollaba la gran obra de El Escorial. Entre las escasas obras que pintó para el monarca, están el Martirio de San Mauricio, una obra que fue objeto de litigio debido a un fallo del pintor al colocar la lanza en el torax del mártir. En diversas ocasiones, El Greco tuvo que plantear demandas judiciales contra el estamento eclesiástico por retrasos en los pagos. Suspendido el favor real de Felipe II, obtuvo en su lugar el mecenazgo clerical, a través de Pedro de Salazar y Mendoza (Toledo, 1549 - 1629), clérigo secular e historiador español. Fue canónigo penitenciario de la Catedral de Toledo desde 1614. Como mecenas de El Greco, del que fue amigo personal, Salazar tendería un puente visionario entre el artista griego y la Cultura Occidental, cuyos efectos son notorios en el Arte Moderno.

Influencia en la Vanguardia: Picasso

“Cézanne sirve como una introducción al Greco”, apuntaba con buen criterio José Ortega y Gasset, en un artículo de 1908. Pero junto al creciente interés de los artistas de Francia en el siglo XIX, El Greco se convirtió, desde 1900 en España, “en el maestro antiguo más influyente a lo largo del siglo XX en la pintura española”. En el Museo del Prado, donde podía verse más fácilmente su obra, aumentó considerablemente el interés por conocerla.

Si un artista del siglo XX hay que por excelencia haya seguido los pasos artísticos de El Greco, no es otro que Pablo Picasso. La trayectoria del pintor malagueño abarca tres cuartos de siglo, durante la cual bebió en el arte de los maestros antiguos, que a menudo fueron las bases de partida de sus obras. “Entre ellos El Greco tuvo la mayor relevancia, tanto por la perduración de su influencia desde sus primeras etapas hasta las últimas, como por la importancia de obrasy periodos para los que fue determinante”, anotan en el libro El Greco & la pintura moderna sus autores.

Entre las obras de Picasso inspiradas en sendas pinturas del pintor cretense, cabe señalar: El entierro de Casagemas, una obra trascendental en el surgimiento de su periodo azul, que revela la influencia del Entierro del señor de Orgaz. Los retratos del Greco, que fueron seguramente las pinturas del maestro que más influyen en Picasso, le lleva a la simplificación del retrato. Algunos los titula con referencias explícitas al genio de Creta: Personaje grequiano (h. 1899); Cabeza de hombre al estilo del Greco y otros croquis (h. 1899); o también, Retrato de un desconocido al estilo del Greco (1899). El hermanamiento de Picasso, gran genio del siglo XX, con el excelso pintor del XVI y el XVII, el Greco, y no sólo debido a su arte, no deja lugar a dudas a juzgar por la inscripción que imprimió en un autorretrato junto a dos cabezas dibujadas a la manera del Greco: Yo, el Greco.

Quizá la caracterización que más convenga a El Greco, transcurridas cuatro centurias y la sucesión de movimientos artísticos que explosionaron en el siglo XX y comienzos del XXI, sea la de pintor impresionista. No en vano, especialistas de su obra coinciden en considerar que El Greco se constituye en un precursor del modernismo pictórico, las Vanguardias, a través de su técnica preimpresionista.