No se escuchaban en Europa, desde los conflictos entre las ex repúblicas yugoslavas (1991-2000), confiados en el acuerdo de protección mutua de la Unión; el sistema de Seguridad Colectiva de la ONU; la alianza defensiva de la OTAN; y el poderío norteamericano. La paz continental parecía garantizada, o al menos, reducida a amenazas menores. Considerar una confrontación en suelo europeo que involucrara sus fronteras orientales, era cosa del pasado o de análisis teóricos; y menos entre la OTAN y Estados Unidos, contra Rusia. La crisis en Ucrania muestra lo contrario, y cunde la incertidumbre y el peligro, según la propia OTAN, por sobre los esfuerzos de sus responsables, cada vez más inquietos, ante los despliegues y ejercicios militares rusos, frente a Ucrania o en Bielorrusia, que no cesan.

Son múltiples las causas y todas son válidas, algunas más evidentes que otras. Mencionaré solo algunas sin ser las únicas. Rusia ya no es la superpotencia de la guerra fría, aunque mantenga su inmenso poderío militar y de misiles nucleares. Ha sido desplazada por China. Enfrenta problemas, se encuentra sancionada y algunos países las aplican. Exporta gas a Europa, comercia e invierte en la Unión, crea ricos ostentosos, si bien presenta debilidades económicas básicas, dada su extensión territorial. Putin ha logrado eternizarse sin adversarios, y contrarresta a Occidente utilizando presiones, reeditando las prácticas soviéticas que fueron tan útiles hasta su disolución, para recuperar su protagonismo mundial.

Algunas repúblicas de la antigua URSS, vecinas con Europa, están en la OTAN, y Rusia reclama que atentan a su seguridad. Bielorrusia la controla, pero no así Ucrania que mira a occidente que la seduce. Inaceptable para Putin que ve amenazado su régimen y objetivos. Recuperó Crimea el 2014, su salida expedita del mar Negro al Mediterráneo, solo con algunas sanciones voluntarias, y costos económicos. Ahora pretende decidir por Ucrania que la considera históricamente propia, cuyo gobierno se opone. Alienta separatismos en su frontera contigua oriental (Dombás), despliega más de cien mil efectivos, que no han ido de paseo para ser retirados sin obtener nada a cambio, y militariza la obediente Bielorrusia. Aunque diga lo contrario, presiona y amenaza inequívocamente. Tal vez busque un incidente, o lo fabrique, según se denuncia, y actúe local o cibernéticamente. Impone condiciones a sabiendas que Europa no las aceptará, y menos la OTAN, como impedir claramente que Ucrania la integre. Ambas partes consideran seriamente amenazada su seguridad recíproca, sin concesiones. Una pugna de gran alcance.

La protección norteamericana se aprecia debilitada, luego de Afganistán, centrados en temas internos, y un Biden considerado vacilante y débil, pues por ningún motivo contemplaría acciones militares masivas en el este europeo, con solo alguna presencia limitada. Priorizará, según anuncia, más sanciones comerciales, bancarias, en inversiones, o personales para algunos líderes. Serían perjudiciales para Rusia, aunque no lograran afectar gravemente a su seguridad ni hacer tambalear a Putin, dispuesto a resistirlas sin transar. Es claro de que también cuenta con otros aliados. Entre estos destaca China, recientemente, al respaldarlo «sin límites», seguramente pensando en su propia situación de seguridad, invocada en el mar del Sur, y con el objetivo a mediano o largo plazo de Taiwán. Un apoyo a Rusia basado en sus coincidencias permanentes, al tiempo que cualquier acción militar rusa, en estos momentos, ciertamente comprometería políticamente, todavía más, los Juegos Olímpicos en China, por sobre lo deportivo.

Igualmente, habría que considerar que el sistema de seguridad colectiva de Naciones Unidas, y las competencias del Consejo de Seguridad, se diseñaron, preferentemente, para atender otros escenarios que amenacen la paz y seguridad. No la confrontación directa entre sus miembros Permanentes. Por ello el derecho de veto, donde ninguno de los cinco puede imponer algo a cualquiera de los otros, si se opone. Ha quedado demostrado en la sesión para considerar el caso de Ucrania. Procesalmente estuvieron en contra de reunirse, Rusia y China, sin que operara el veto. Se abstuvieron Gabón, India y Kenia. Solo se discutió el asunto y dejó en evidencia los desacuerdos. No hubo resolución alguna, aunque se recordó la 2202 (2015); los acuerdos de Minsk e iniciativas de la OCDE; así como la reiteración del respeto a la soberanía e independencia política de Ucrania. Se reiteró la ilegalidad de cualquier agresión y el mantenimiento de las fronteras reconocidas.

Nada fue vinculante al no haber una resolución adoptada. Lo destaco, pues es indicativo de que el sistema de preservación de la paz y seguridad internacionales, muestra debilidades que, sin reemplazarlo, a la postre lo hacen inoperante cuando las grandes potencias se enfrentan. Sin olvidar, por tanto, las variadas situaciones mundiales en que el Consejo, ahora que preside Rusia en febrero, mucho menos consentirá en adoptar medidas coercitivas; como también ha quedado demostrado en otros órganos de la ONU, al no lograrse los resultados esperados. Un tema a resaltar, pues llama la atención sobre las amenazas a la eficacia operativa de la organización, la que desde ya hace tiempo se vislumbra, sobre todo reflejada en la conducta de las principales potencias y de otros actores, que las eluden.

Queda la diplomacia, como recurso necesario cuando los demás no han logrado que el conflicto siga escalando. Los casi rutinarios encuentros entre los responsables exteriores de Rusia y Estados Unidos, Lavrov y Blinken, sin logros concretos todavía, han sido decepcionantes en medio de acusaciones estridentes. Se ha rescatado el término «diplomacia fuera de micrófono». Ojalá sea cierta. Algunos han intentado hacer que Rusia desista, como Macron de Francia, en un esfuerzo de revivir antiguas negociaciones; el propio Johnson de Gran Bretaña lidiando con su propia estabilidad comprometida; Turquía, y otros más, sin avances. Todas ruegan a Rusia que reconsidere, como si cualquier aventura bélica solo perjudicara los demás y no a ellos. Pareciera que las posiciones han llegado a un punto en que, intransigentemente, no quedaran vías de arreglo o de negociación con concesiones mutuas aceptables. Difícil empecinamiento en una realidad que resulta imposible de anticipar o adivinar sus eventuales resultados. La tensión aumenta en medio de negociaciones entre quienes no desean escucharse.

Resta a mi parecer, un aspecto necesario de observar. Si todos los mecanismos en práctica no logran detener el conflicto, aunque fuere limitado, se corre el riesgo de que marque un punto de inflexión en las relaciones internacionales y en el sistema de paz de la ONU. Si así fuese, surgiría la necesidad de considerar imperiosamente, que estamos frente a cambios más profundos en el equilibrio mundial, que no variarán y que, al contrario, podrían ser permanentes. Todo lo cual obligaría a tener que evaluar y reconsiderar el sistema internacional de post guerra, y hasta la propia carta que lo sustenta, al constatarse una nueva realidad impuesta por nuevas grandes potencias que lo desafían. Posiblemente más equilibrado en cuanto a los conceptos de seguridad y amenazas a la paz, que algunos desean revisar y adecuar a nuevos intereses. No se ha llegado a esto todavía y el vapuleado sistema aún funciona en otras áreas del mundo que lo ponen a prueba. Sin embargo, pensar que todo sigue igual que antes y que solo basta la voluntad política de aplicarlo, podría resultar insuficiente. Digno de ser analizado, al menos teóricamente, y que en buena medida estaría condicionado a la crisis actual de Ucrania, si se desatara contra todo pronóstico y contra todo esfuerzo de muchos, de hacer callar, definitivamente, los tambores de guerra que han empezado a retumbar cada día con más fuerza.