¿Para qué ser niños, si se puede trabajar arduamente para ser un campeón? Después de todo, ¿quién no querría que no un niño sea un ganador, aun si eso significa sacrificar su infancia, socialización y desarrollo emocional?

La salud mental se ha convertido en un tema recurrente, y no es para menos, si consideramos el cúmulo de problemas psicológicos que han pasado desapercibidos por años y que, poco a poco, han sido identificados en diferentes esferas, entre ellas, el deporte.

No obstante, aun cuando estos temas han cobrado relevancia, la salud mental de los infantes deportistas todavía pasa por un terreno turbio, analizado desde una mirada adultocentrista, en la que pareciera que lo único importante es ganar. ¿Quién necesita salud mental o un desarrollo óptimo, cuando ganas todas las medallas de oro posibles, antes de los 10 años? A fin de cuentas, como se dice por ahí, «solo son niños».

Las expectativas de los padres, el estrés de las competencias, la presión por dar siempre el 100% y el enfoque en la medalla, son algunas de las razones por las que un niño termina alejándose de su deporte, pero ¿no se supone que queremos lo contrario?

La pérdida de interés en el deporte es casi una consecuencia lógica para muchos niños, y cómo no serlo, si muchos de ellos se ven obligados a entrenar bajo estrés todo el tiempo y dejar la diversión en segundo plano. El deporte deja de ser una forma de diversión y socialización, para convertirse en una fuente de estrés y malestar. Cualquiera querría dejarlo.

Muchos papás y mamás cometen el error de pensar que, si presionan e inculcan desde la infancia la importancia del ganar, entonces sus hijos aprenderán a ser competitivos y perseverantes; sin embargo, ¿cómo puedes inculcar la perseverancia a través de experiencias altamente estresantes y desagradables? Parece que tenemos una visión distorsionada de lo que el deporte debería representar en etapas tempranas. El éxito deportivo a corto plazo, los niveles altos de competencia y la especialización deportiva temprana interfieren en el desarrollo integral de los niños, pero todo eso al final parece no importar.

¿Qué importa si para ganar hay que sacrificar su felicidad, su creatividad y su vida social? ¿Qué importa si pierden el interés en el deporte y se sienten desmotivados? ¿Qué importa si el estrés del niño va en aumento? Cualquier cosa vale la pena, si al final de la competencia pueden publicar en Facebook o Instagram la foto del niño sosteniendo un trofeo.

Estamos a tiempo de ver el daño que les estamos haciendo a los infantes por ese énfasis innecesario en la victoria, del daño que representa este camino de alta presión.

Antes de presionar a los niños para que alcancen niveles increíblemente altos de competencia deportiva, no está de más revisar las repercusiones a largo plazo en su salud mental y bienestar emocional. En lugar de convertir a los niños en máquinas de competencia, deberíamos animarlos a participar en una variedad de actividades físicas y deportes diferentes, esto podrá permitirles descubrir sus verdaderos intereses y desarrollar habilidades valiosas que les servirán en la vida.

¿Por qué no dejar que los niños disfruten de su etapa y descubran el amor por los deportes de manera natural? Los niños necesitan tiempo para jugar y socializar, para desarrollar habilidades motrices y destrezas creativas, y para descubrir lo que les apasiona en la vida; como cualquier persona. Después de todo, dejar que los niños sean niños quizá es lo mejor que se puede hacer por ellos.