En el ambiente académico, en las opiniones políticas, en las encuestas de opinión pública, hay sin duda una coincidencia bastante extendida de una crisis de la política, persistente y sobre todo profunda. Los resultados en algunas elecciones en diversas partes del mundo y la aparición y el avance de fuerzas anti-políticas, la destrucción de partidos históricos, es una manifestación de esa crisis.

Las expresiones pueden ser múltiples y diversas. Me interesa analizar solo una faceta de las causas de esa crisis, que considero extremadamente peligrosa. Sin políticos, sin partidos, no hay democracia ni libertades aseguradas, es un retroceso civilizatorio.

En tiempos de enormes cambios sociales, culturales, tecnológicos, es más necesario que nunca que la política, es decir, el ejercicio adecuado del gobierno democrático, la disputa por él por parte de partidos con ideas, con densidad intelectual, con historia y con un profundo sentido crítico es fundamental. Además, hacen falta políticos con una moral muy exigente, con transparencia, con dignidad.

El flanco más débil de la política, la acusación sobre la que se basa la desconfianza ciudadana es precisamente sobre la extensión de la inmoralidad, la falta de ética, la extensión de vicios diversos en el ejercicio del poder, hasta difundir la falsa idea que el poder es siempre corrupción.

Esa afirmación que oímos, vemos y leemos con tanta frecuencia es el arma principal de los corruptos, es el camuflaje de sus propios vicios y flaquezas. No es cierto, no todos los políticos son corruptos, esa idea la difunden precisamente los corruptos para encubrirse. Y han logrado grandes éxitos.

Es una profecía despiadada que además se devora su propia cola. La idea extendida y alimentada en forma permanente por diversos escándalos de corrupción, alimenta y tienta a muchos a que es inevitable ser corrupto para hacer política y que ser político implica necesariamente ser corrupto.

Los escándalos de diversos tipos, incluso las inmoralidades más diversas son uno de los temas que en la labor informativa están más presentes cuando se habla de política. Es un torrente, en todas las latitudes.

No me alcanzarían varias notas en Meer para detallar una simple búsqueda en Internet de los escándalos que hoy, en la más absoluta actualidad sacuden los países. Es un clima extremadamente peligroso.

Tomemos un solo ejemplo: en medio de una guerra, de una invasión, la de Ucrania, uno de los temas notorios es la inmoralidad con la que se han manejado muchos de los recursos donados para ayudar a ese país y ese gobierno. No la detiene ni siquiera la situación extrema de la guerra, que debería ser un factor de moralidad obligada, de una épica de la moralidad nacional.

La explicación más simple y más difundida es que las tentaciones que ofrece el poder de hacerse rico, de obtener porciones de riqueza de fácil alcance, bien vale la pena correr ciertos riesgos, sobre todo porque el poder es pasajero, puede ser efímero, así que hay que aprovecharlo para asegurarse el presente y también el futuro. Además, la política es cara, hay que financiarla, que es una de las coartadas más comunes, robar para la corona y de paso… quedarse con una parte.

Naturalmente que no todo el mundo es igual, no todos los países tienen el mismo nivel de corrupción y por ello mismo existe un índice elaborado por Transparencia Internacional y la percepción que los ciudadanos de cada país tienen de la corrupción en sus territorios.

Hay otro aspecto que debemos considerar, la creencia difundida intencionalmente que si los de arriba, los políticos, los gobernantes roban, todos podemos hacerlo. Es la masificación de la corrupción, la micro-corrupción. Que se suma a que para que los políticos pueden ser corruptos (pasivos) tiene que haber empresas y empresarios corruptores (activos).

Estamos hablando, rozando un sistema muy complejo que obviamente no se inició ahora, es parte de la historia y del papel de la moralidad y la ética en las diversas épocas y civilizaciones, pero ahora es realmente una situación explosiva.

¿Los hombres y mujeres nos hemos hecho más veniales, menos decentes? Es obvio que para que aumente la corrupción tiene que haber sujetos que la practiquen, no es una entelequia insustancial que se sostiene en las nubes.

¿Por qué ha crecido la corrupción? En primer lugar, ha crecido la información sobre la corrupción, hoy se desnudan situaciones que antes permanecían ocultas, y eso además de hacer todo más visible, invita, excita a otros a sumarse al festín. Es una degradación de la cultura cívica y moral de las sociedades y dentro de ellas de los que detentan el poder.

Pero no es solo por la información, es porque durante mucho tiempo la confrontación global entre dos mundos, dos ideologías irreconciliables y definitivas, la llamada Guerra Fría, no era solo un factor de tensión militar, sino sobre todo política y con todas sus consecuencias. La existencia y sobre todo la corrupción hubiera debilitado el choque global, que también tenía una componente de choque ético-moral.

El fin de la Guerra Fría, al menos la tradicional, la que duró hasta los años 90, abrió las compuertas para que la moralidad pública, fuera mucho menos exigente y sus violaciones mucho más ruidosas y por lo tanto impactaran en la cultura política de las sociedades y en muchos casos en su desprestigio.

Nadie puede ni debe proponerse volver atrás, además es imposible, pero es muy peligroso resignarse. Hay países donde la corrupción es endémica y ni siquiera impacta en el apoyo a los partidos políticos. En América Latina son varias. El grave peligro es que esa «normalización» de la corrupción se extienda.

Obviamente es una batalla civilizatoria, institucional, que debe fortalecer todos los elementos de control y de castigo, pero no alcanza, sin una profunda batalla cultural seguiremos cuesta abajo.

Debemos asumir que no se trata solo de una patología nacional, sino que grandes sectores industriales, comerciales, tienen la corrupción como una de sus herramientas más poderosas.

Además, la droga, toda su enorme red de acción en el planeta, las cifras monstruosas que mueve y devora, son otro de los elementos que está incidiendo en la corrupción a los más diversos niveles.

La batalla sin cuartel contra la corrupción, debe ser parte de la educación, de la institucionalidad democrática, de la vida política de los países, de los Estados y de la sociedad civil.