La reflexión derivada de las exposiciones en la consciencia colectiva de sus artistas, historiadores, curadores, críticos, visitantes y adeptos a la cultura, acerca de las situaciones del arte del país o la región, es un punto alto para una institución que hoy celebra 45 años de fundación.

El Museo de Arte Costarricense (MAC) exhibe «Trayectorias» —muestra curada por Ericka Solano y Byron González—, que confronta al visitante a repasar las facetas de nuestra identidad e idiosincrasia nacional, a través de diálogos e intertextualidad que potencia dicho entramado artístico. Lo exhibido focaliza la noción de trayectos, territorios, rutas, pasos, puentes, conectores, emplazamientos, vías; es una manera abierta en la concepción espacial del museo la cual nos permite repasar y repensar obras de artistas de «trayectoria» en su quehacer. La propuesta de los curadores plantea tres ejes: formación de la colección, gestión cultural, y líneas de investigación curatorial —eje en el cual también enmarco este comentario introspectivo—.

Quizás, al hablar de territorialidad, nos ancla, en primera instancia, un mapa de Costa Rica. Es un arte de lo político, pero que en la primera parte del siglo XX en Costa Rica representaba un grito de auxilio o reclamo, un brazo levantado para hacer sentir los clamores populares, que la autora, Emilia Prieto Tugores (1902-1986) potenció, pero que incomodaba a muchos en el país y por ello la tildaron de «comunista», aunque también en contraste exista aquí un arte demasiado tibio, facilón y acomodadizo y en tanto la crítica representa una mirada esquiva, que no llega a quienes debería llegar.

«En sentido figurado»

El grabado de Prieto Tugores es un territorio, xilografía de 1937, titulada, Nación libre y soberana… en sentido figurado, que entró en la colección del MAC en 1971, cuando mucha de la historia reciente del arte local estaba germinando en el fenómeno cultural y contracultural, como el centroamericano de los setenta, envuelto en llamas, resonar de cañón y la metralla. Devela el carácter de esta artista, lúdica pero crítica, de humor negro o satírico, capaz de sacar la sonrisa a los labios a cualquiera, pero que era una osadía suya. Eso de «nación libre» es cuestionado aún hoy cuando sabemos del endeudamiento que sufre el país ante los detentores del poder hegemónico y filibustero; de los grandes lagartos que se tragan las riquezas de la patria con sus lujosas pensiones, y por ello, la palabra «soberana», habría que ponerla entre signos de interrogación, «sentido figurado» potencia la lectura de una enorme incógnita del tamaño de Costa Rica.

El grabado fue publicado inicialmente en el Repertorio Americano (Tomo 34, número 2 de 1937) y reimpreso en 2004 gracias a la labor de investigación y documentación de otro enorme monumento del arte local, Sila Chanto, junto con Carolina Córdoba para el proyecto Las peras del olmo. Obra Gráfica de Emilia Prieto (Citado por Solano y González en el texto curatorial, 2023. p14).

Trayectorias y materialidad

El ensamble La Familia Cosquillitas, 1967, de Juan Luis Rodríguez Sibaja (1934), posee ese singular encanto que nos motiva a continuar caminando y revolcar lo que sabemos al cruzar la (in)formación. No es una pintura más tal y como solía exponerse en aquella década de los sesenta y setenta cuando el arte local entró en grandes transformaciones. La pieza de formato irregular trapezoidal es una tabla a la cual están adheridos fragmentos de madera con un tratamiento similar a los grabados xilográficos, con la afinidad de una familia como cualquier otra, a cuyo pie está grabada la inscripción del título. Su autor en aquellos años, cuando creó esta pieza, viajaba por Francia estableciéndose en París, y vivió tremendas sacudidas a la cultura europea y aquel movimiento que se expandió a otros continentes generando un verdadero reacomodo social, cultural y político propiciado por los estudiantes universitarios, lo que conocemos como el «mayo 68».

En una entrevista para la revista de arte contemporáneo L’Fatal N.o 1, a inicios de los años diez de este siglo, sentados en el Café del Teatro Nacional, sumido en sus propias memorias Juan Luis me reveló:

Yo trabajé, investigué con libertad, reproduciendo —por ejemplo—, la forma de las astillas de la madera, evocando la experiencia cuando iba a buscarla para que mi madre cocinara, observé cómo se consumían en el fuego. Las astillas lloran, me decía a mí mismo al constatar el cambio de estado y la acción de la materia al convertirse en energía calórica.

En esa afirmación Juan Luis interpretaba el fuego de la vida; las astillas lloran, es un signo de la lucha tenaz, verso que está en el himno nacional, para tenerlo siempre presente y cuya acción depende de nuestro grado de observación para aplicarlo al trabajo y al arte.

Fue ganador de la Bienal de París de 1969, con la pieza Combate, y alude a que él practicó boxeo desde los 12 a los 15 años, por lo cual la asunción al tema no era extraña en sus planteamientos. Critica a quienes abordan este quisquilloso tema sin recibir nunca el golpe de un guante. Cuando se le presentó la oportunidad de ser invitado a participar en el grupo de artistas que representaba a Francia, pensó en elaborar un resumen de sus experiencias que lo catapultara teniendo en mente la evocación de las maderas y la lucha tenaz.

Juan Luis Rodríguez ha sido siempre un innovador, por ello fue galardonado en 2020 con el Premio de Cultura Magón, el más importante galardón en la cultura nacional. Para Combate, 1969, pensó, como se dijo, en los espacios para forjar una presencia de su vida, y esas contingencias las convirtió en hielo, porque el hielo, como la vida, se desgasta o derrite. Esa fue la razón de buscar aplicarlo al hacer aquella silla que representó un trono. El símbolo del poder hegemónico. Construyó un cuadrilátero de boxeo y utilizó alambre de púa. Al teñir el hielo y derretirse fluyó agua roja y negra que parecía un charco de sangre frente al ring. La vida, aduce el artista es un cuadrilátero o ring donde cada día se gana o se pierde. Conversó con boxeadores que en esos tiempos vivían en la miseria. Grabó su voz y la incorporó a la instalación, mezclándolo con la presencia política que recordaba a los nazis marchando por las calles de París, evocación a la ocupación alemana que estaba viva en la memoria de los franceses; por ello incorporó también el canto: «de pie camaradas», que agregó el efecto del golpeteo de los tacones y tambores de los militares invasores acosando a los judíos para llevárselos a los campos de exterminio.

Trayectorias y materia

Está presente Rolando Garita, y se expone en esta muestra un ensamble con maderas, composición de módulos pegados al formato base de fuerte intensidad tectónica y sentido de la memoria material. Héctor Burke, aunque en esta exposición se exhibe un dibujo o pintura sobre papel, ha estado siempre cercano a estos tratamientos matéricos y constituye uno de los más cercanos discípulos del maestro Rodríguez Sibaja. La escultora Marisel Jiménez, aunque no fuera su alumna, trata a los materiales con ese temple del tiempo y valor del material; expone La quinta estación, 1998, una instalación escultórica con un banco, una puerta, la jaula y pajarillos tallados en madera con suma fuerza poética que ejerce no sólo el uso del material, sino el efecto de nostalgia y penumbra que provoca la memoria. También lo hizo Adolfo Siliézar con sus maderas quemadas recordando la persistencia del monstruo del poder. Lo retomó también Fabio Herrera cuando regresó de su estadía en España a inicios de los ochenta y expuso varias puertas destartaladas, pero con gran carga de valorización de la materia. Quizás, junto con Nostalgia vestigios, 1990, de Zulay Soto, una madera con objetos metálicos compuestos en collage, son una provocación a las vivencias culturales de aquellos tiempos que retornan en recuerdos cuando se vuelven a exponer.

Trayectorias y ventanas

Hay aberturas dimensionales que comunican los espacios exteriores e interiores, las cuales Francisco Amighetti asimiló sus anécdotas para hacerlas acuarela, óleo o cromoxilografías. Pero también están las ventanas de los adentros de nuestros lugares de intimidad, que en el caso del maestro no ocultaba y en algunas de sus obras emergía a la luz y color representacional con nítida fortaleza. Aunque también tenía ventanas propias, las de su poética relacional, como diría el poeta martinico Edoard Glissant: las de sus relaciones con la memoria e historia que observa esos abismos que entraña el ser humano, entre el cerebro y el corazón, entre racionalidad e irracionalidad, ante La gran ventana, cromoxilografía de 1981 del maestro Amighetti.

Carlos Barboza, Retrato para unos condenados

Se exhibe este boceto con dibujo a plumilla y fondo en acrílico de 1971; es otra abertura para ver a unos personajes dispuestos a emerger de la interioridad, ahí de donde los gesta otro poeta de la gráfica contemporánea, Carlos Barboza. Lo podemos apreciar en sus archivos de retratos, escenas cotidianas, paisajes y estudios de la naturaleza externa, pero también interna, imágenes en que este artista —nacido costarricense— que vive en Zaragoza, España, ventana donde ejerce su inquebrantable misión de la creatividad: gramática y verbalidad simbólica que circula en su sangre y atraviesa la enorme pantalla de su imaginación. Además, nos refiere a su relación matrimonial con la artista Teresa Grassa, con quien conformó el Archivo Barboza-Grassa. Y la experiencia conjunta en la restauración de un Goya de suma importancia para el arte universal.

Luis Paulino Delgado

Expone una litografía titulada A Mary de 1980. Este maestro es un enamorado de los espacios interiores y el paisaje conformado por objetos: muebles, ventanas, cuadros, libros, recipientes, telas, almohadas, sillas, además de los espíritus del lugar que como geniecillos dialogan y relatan la grandilocuencia del sitio. Luis Paulino indaga, a través de los objetos, la cultura, el sentido humano de la vida y semejante, tal y como dice Bednarik citado por Rodrigo Montani en Arte y cultura hacia una teoría arqueológica del artefacto, revista Antropológica de Museo Entre Ríos, 2016: «del origen de la organización social del lenguaje y de los artefactos».

Adrián Arguedas

Es otro documentador de la vida cultural, social, de las tradiciones populares y de aquello que refiere el antropólogo Montani que se enmarca en las tradiciones, gastronomía, festividades populares y, en especial, la mascarada, entendiéndolos como artefactos de nuestra cultura popular. Documenta también los rituales, donde los personajes asumen gestos de desasosiego, el mismo que nos infunde a todos la existencia, sumidos en esta tremenda crisis de valores y extrema violencia actual.

Trayectorias y violencia

En esta exploración a lo expuesto no podría quedar al margen el abordaje de la violencia, cuando a diario experimentamos vandalismos, asaltos, balaceras, ajusticiamientos, rivalidad entre bandas del narcotráfico y las lacras sociales que se perpetran en el entorno urbano. Los discursos artísticos pueden ser espejos que reflejan tanta precariedad y desenfreno, y peor aún, que esos espejos nos pueden poner en la mira. Lola Fernández, en 1959, pintó el óleo precisamente titulado La Violencia, con un fondo rojo enlutado por un plano renegrido y bélico.

De Ana Griselda Hine se exhibe Niñas, una acuarela ganadora del Salón de Artes Plásticas de 1979. Es cierto que la autora tuvo otras motivaciones para pintar a su estilo, técnica y lectura de la época a ese par de niñas cuyos vestidos remueve el viento, pero leídas desde esta línea de batalla con que miramos al arte hoy, nos engancha el aguijón de los desdenes que padece la niñez y la mujer. Es un contraste, tal como se aprecia y compara, con el óleo Domingueando pintado por Tomás Povedano, c. 1905.

José Miguel Rojas en 1988 pintó la serie Imágenes del poder, un acrílico sobre tela representando a quienes detentan la oficialidad: banqueros, prestamistas, usureros, sentados en las juntas directivas de las instituciones estatales o en la asamblea legislativa, pero dejando en la llanura al pueblo. Los gestos de los tres personajes pintados por Rojas González son patéticos maquinando quizás ganancias al margen.

Karla Solano, en 1996, para Mesótica II Centroamérica Regeneración, curada por Virginia Pérez Ratton y Rolando Castellón para el MADC creó Espejo Interior, instalación con diversas capas de su mismidad, las de su propio cuerpo desnudo que se multiplica a sí mismo: la del sistema muscular, óseo, y la piel. Son estratificaciones de la realidad que se superponen a unas a otras, y la violencia se observa en el paso de los años afectando su cuerpo.

Leda Astorga exhibe una escultura en concreto policromado, Descansa Margarita de 2005, alude a la mujer y a la problemática de la obesidad. Más que preocuparse por esa condición tan abundante en la actualidad, interesa esta otra forma de violencia social cuando se discrimina. Margarita, juega con ese signo travieso para encender la consciencia ante todas esas realidades sociales.

Roberto Lizano, con esos ensambles de personajes recortados en cartón corrugado, focaliza otra forma de poder simbólico, el de las divinidades de un imaginario felizmente elaborado con trazos de lápices de color y tizas, dejando inscripciones e irregularidades del material para evocar los trámites aduanales propios de las jergas del mercado en relaciones desiguales y contradictorias.

Fernando Carballo, dibujos y pinturas de un imaginario simbólico presto a tratar la violencia contra la existencia misma, asperezas que cuajan en los adentros y la psique, para lo cual las obras son como espejos que las multiplican o al contrario las esconden. Esta hermosa pieza de los años noventa del maestro cartaginés está expuesta junto a la pintura de Max Jiménez, que no deja de ser su referente, en ese carácter de miradas y tratamientos de los cuerpos.

El desdén que en el fondo de aquel ensamble Homenaje a Monseñor Romero, 1983, de telas, cartón, cuerdas, subyace al abordaje de lo litúrgico tan propio de Rafael Ottón Solís, evoca la figura del mártir salvadoreño San Romero de América, asesinado vilmente en 1980 mientras celebraba ante un pueblo sufriente, como es el centroamericano, sacudido por el engendro de la bestia del poder infiltrado en las cúpulas militares.

Para concluir

Esta es la muestra que captura mi reflexión, lo que analicé al estar en frente de un arte político, creativo, introspectivo, pero también violento. Así como entresaqué estas cuatro zonas del arte expuesto, pudiera haber abordado otros espacios, otras miradas, pues la muestra es bastante amplia. Quedan fuera de mi cono visual y análisis propuestas acomodadizas y superfluas, que siempre las habrá, que no detienen mi caminar y pensamiento a pesar del 45 aniversario del Museo de Arte Costarricense.