Desde que tengo memoria, salir a comprar jeans —o pantalones de mezclilla— es una de las cosas que menos me gusta hacer; no solo por lo evidentemente molesto que resulta el tener que quitarme los zapatos para probármelos, sino más que todo, por el sentimiento de falta y frustración que normalmente me embarga, al encontrarme con que luego de que me pruebo todos los jeans de la tienda, ninguno me queda bien; o, mejor dicho, como yo quiero. Y siempre pensé que esto era algo que me pasaba solo a mí —o a algunas pocas mujeres—, y resulta que no es así.

Vale decir, que el tema para este artículo surgió justamente en un momento luego de una infructuosa tarde de compras, en el que pregunté en una story de Instagram: ¿comprar jeans es? Y la respuesta casi unánime fue: «¡una pereza! me cuesta un montón». Cosa que sencillamente no me esperaba. Eso me hizo pensar que había ahí un tema de fondo interesante para explorar.

Con el objetivo de no sacar conclusiones apresuradas o basarme en suposiciones, unos días después hice un pequeño sondeo en Instagram —el cual no pretende una representatividad, sino una aproximación— y se obtuvo que el 87% de las personas que respondieron —en su gran mayoría mujeres—, dijo que le cuesta comprar jeans. El 58% manifestó que la razón por la que le cuesta comprar este tipo de pantalones es que no le gusta cómo se ve su cuerpo; mientras que el porcentaje restante, indicó como razón el hecho de no encontrar talla. Por último, el 71% dijo creer que otras mujeres sí encuentran jeans con facilidad.

Ciertamente el no encontrar talla constituye un inconveniente real a la hora de comprar jeans, pero de los resultados llamaron mi atención dos puntos importantes: primero, que más de la mitad de las personas manifestaron que les cuesta comprarlos porque no les gusta cómo se ve su cuerpo y, segundo, que la mayoría cree que otras mujeres no tienen ese problema. Así que pareciera ser que, para un porcentaje importante de personas —en el cual me incluyo—, esa dificultad para comprar jeans es más una cuestión de percepción corporal.

De hecho, para tener un poco más de información para este análisis, revisé los perfiles de Instagram de quienes expresaron tener una tendencia a que no le guste cómo se ve su cuerpo al salir a comprar jeans, y pude constatar que se trató de un grupo de mujeres —en su mayoría— con tipos de cuerpo muy variados, de todas las tallas, de diferentes edades, y muchas de ellas con características físicas que, según yo, les garantizaría conseguir jeans de manera muy fácil, pero que pareciera —al igual que me pasa a mí— no terminan de sentirse conformes con el reflejo de su cuerpo en el espejo, por lo menos a la hora de usar esta prenda.

¿Y por qué este tema de percepción corporal pesa tanto a la hora de comprar jeans? Sencillo: porque estos —en la mayoría de sus versiones— enfatizan algunas zonas del cuerpo que se han tomado como sinónimos de belleza o atractivo, como lo son la cintura, los glúteos, las caderas y las piernas, y, por tanto, al usarlos se siente una especie de presión por verse de cierta manera. Por otro lado, al tratarse una prenda que usa la gran mayoría y que además es muy funcional —simplifica mucho la elección de la ropa en el día a día—, es una opción que simplemente no se quiere dejar de lado. De ahí la relación de amor-odio que muchas tenemos con los pantalones de mezclilla.

Lo que pasa es que la gran mayoría de nosotras —sin ni siquiera darnos cuenta—, en algún momento de nuestra vida, o a lo largo de esta, tomamos como cierta la creencia de que nuestro cuerpo está en falta de alguna manera y que, por tanto, siempre podrá estar más tonificado, más delgado, más musculoso, más bronceado, más lampiño, más curvilíneo, etc.; esto según las creencias específicas de cada una y el círculo en que se desenvuelve, ya que además del modelo de belleza dominante que permea la publicidad, la televisión y las redes sociales, y que está presente en la mente de la mayoría de la gente, también existen micro modas en algunos grupos en específico, que influencian la imagen aspiracional que cargan sus integrantes. Es decir, una mujer que es amante del crossfit seguramente tenga en su mente un cuerpo ideal que diferirá al cuerpo ideal en la mente de una bailarina de balé, o del que está en la mente de una coleccionista de revistas de moda — por decir algunos ejemplos —.

Dejamos de lado detalles técnicos importantes como que todos los cuerpos son diferentes y que los jeans se producen en serie y en tallas que intentan estandarizar los cuerpos tan diversos que existen, y pensamos que el asunto está en nuestro cuerpo; cuando realmente se trata de la manera en que nosotras lo percibimos. A partir de esto lo sometemos a comparaciones constantemente, tanto con el cuerpo de otras mujeres, como también con la imagen ideal que tenemos en nuestra mente de cómo se debe ver un cuerpo y, al final, pareciera ser una historia que se repite de mujer a mujer; con la excepción de algunas afortunadas que han logrado aprender a valorarse al margen de comparaciones o estereotipos.

A pesar de que está claro que el sondeo en el que basé este artículo no tiene validez estadística y, por tanto, no se pueden generalizar los resultados, me pareció interesante compartirlo, en términos de evidenciar el hecho de que muchas mujeres —y seguramente también algunos hombres—, cargamos en muestra mente un modelo ideal de cuerpo con el que nos comparamos continuamente, y que mientras no dejemos esa práctica tan tóxica de lado, no lograremos sentirnos a gusto y seguras; no solo con unos jeans que nos quedan bien de talla y que probablemente muchas personas pensarán se nos ven bonitos —u otras trivialidades de ese tipo—, sino tampoco con muchos otros aspectos de nuestra vida.

La invitación de este artículo es simplemente dejar de compararnos, y trabajar nuestra mente para que nada externo a nosotras defina la manera en que nos sentimos sobre nosotras mismas. Ese es un trabajo diario en el que personalmente estoy comprometida.