Un golpe de estado militar en Níger ha depuesto al presidente Mohamed Bazoum, el 26 de julio, y reemplazado por el General Aburahame Tchiani, y una junta, en razón de: «una degradación continua de la situación de seguridad, y la mala gestión económica y social». Ha sido rechazado por la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), así como por los países occidentales. No es el primero en Níger, y no debería llamar la atención de los anteriores, así como otros similares que, lamentablemente, abundan en el continente. Sin embargo, éste ha adquirido más importancia, no sólo para Níger, sino para más países de la región, y para el mundo.

Está circundado por Benín, Burkina Faso, Mali, Argelia, Libia, Chad y Nigeria, es mediterráneo, grande en comparación con otros, y posee codiciados recursos naturales como, uranio, diamantes, oro, petróleo, carbón, fosfatos, sal y productos agrícolas. Una población de algo más de 25 millones. En contraste, presenta altos índices de pobreza, inestabilidad, corrupción y estancamiento económico. Con todo, lo ocurrido ha adquirido vital relevancia y en múltiples aspectos.

Está el factor geográfico pues, sus vecinos, presentan diversas situaciones de conflicto, incluso en la actualidad, los que podrían agudizarse en relación a Níger, y no son pocos los que temen un escalamiento bélico. Nigeria ha cortado su electricidad a Níger, y la propia CEDEAO, tampoco ha descartado, una intervención militar. Asimismo, no se puede ignorar la alta presencia de movimientos extremistas islámicos en Mali, azotado por matanzas de civiles, fracaso de la MINUSMA de Naciones Unidas, y el total estancamiento de las fuerzas armadas francesas, frente al poder de Al Qaeda o del Estado Islámico, lo que ha llevado al retiro paulatino de los franceses. Burkina Faso, presenta un incremento de actos terroristas y alejamiento de su antigua relación con Francia. Ni hablar de Libia, por años en una guerra civil y factual división del país, ahora en una tregua frágil, donde el excarcelado hijo de Gadafi, postula a la presidencia. La situación de Argelia, con grandes exportaciones de gas, aunque cuestionado por sus libertades; Chad, cuyo presidente, Déby, por casi 30 años en el poder, falleció y deja al país inestable, pobre y asediado por fuerzas de la Yihad; y Benín, dispuesto a enviar tropas a Níger, no contribuyen a restaurar su gobernabilidad. Divididos, son vecinos conflictivos.

Todo lo cual, crea un vacío para problemas apremiantes, como la migración, incremento de radicalismos islámicos, apetito por el uranio y diamantes de Níger, y pérdida de la influencia occidental, particularmente, de Francia, Italia y otros, que regentan, desde hace años, empresas que los explotan, y que el nuevo régimen ha declarado que serán revisados. Es aquí donde las grandes potencias entran en su conocido juego de aprovechar el vacío de las demás. Estados Unidos, desde Obama, se ha desentendido de África, y viceversa, con la salvedad de Egipto y Sudáfrica. Rápidamente ha sido reemplazado por China, cuya presencia se ha multiplicado, sin alardes, pero insistentemente.

Pero falta la principal: Rusia. La maniobra de acercamiento ha sido evidente en los últimos días. El propio Putin ha logrado sortear las reticencias, y citado a una cumbre africana en San Petersburgo, con un obsequio apetecido: la donación de trigo, repartida entre seis países que la han aceptado gustosos. Realmente poco significativa para una producción rusa enorme y con la duda de si es verdaderamente rusa o ucraniana, usurpada por la guerra. Pero el efecto ha sido inmediato, pleno de aplausos y titulares, y una reaceptación de Putin, aislado en otras partes del mundo. Y está la presencia del Grupo Wagner, que antecede a los propios rusos. Un avance, que no ha podido ser contrarrestado y obtenido logros a considerar.

Níger y sus nuevas autoridades, repudiadas por la mayoría de los países, y con llamamientos a que regrese al presidente depuesto, lo que parece muy improbable, afianza a los golpistas y les obliga a buscar el generoso apoyo ruso. Todo un cambio en el delicado equilibrio africano y que trae serias consecuencias para la pugna global de las tres principales potencias. Una vez más, occidente tiene poco margen de acción en un continente que no ha llegado a comprender del todo, y que, pese a sus particularidades, todavía procura priorizar libertades, democracia alternada, tolerancia y modelos, que no son precisamente los que imperan en la mayoría del continente africano.