Todos tenemos herencias de distintos tipos, aunque en lo primero que pensamos es en lo material de aquello que dejaron quienes partieron de este mundo y de lo que en algunos casos no todos los herederos fueron beneficiarios. Cuando se heredan bienes materiales puede haber expectativas, decepciones, disputas e incluso conflictos familiares que muestran el fondo más profundo de la justicia o injusticia que para cada heredero representó el reparto de la herencia. A veces porque se dejó mucho, poco o nada en el caso de los desheredados, quedan heridas abiertas que reflejan la existencia de otro tipo de herencias.

Heredamos mucho más que dinero, casas, joyas, inversiones, pues se hereda el carácter del padre o el genio de la madre, igual que la genética nos define el color de ojos y de la piel, la epigenética nos trasmite memorias de abuelos y abuelas expresadas en la forma de ser, los hábitos, las costumbres y en acciones intangibles que se manifiestan cuando nos dicen: «eres igualito a tal o a cual ancestro», a quien quizás ni siquiera conocimos. Esto que suena bonito e incluso bucólico, contiene información del entorno y de las herencias de las historias vividas en el pasado que nos determinan comportamientos invisibles que expresamos ante situaciones que generan conflictos, dolores, traumas que resuenan en nuestro ADN como lealtades inexplicables que duelen al ritmo de sensaciones de injusticia, frustración o tristeza.

En la memoria celular, en la vibración de los átomos y en el código del ADN vienen cadenas de información que transmiten las emociones que se vivieron en el clan familiar en forma de secretos guardados, destierros, exclusiones, abusos y rechazos que pasan de generación en generación, dejando huellas invisibles en los miembros de la familia. Los eslabones de estas cadenas se reflejan en miedos, emociones y sensaciones inexplicables que se repiten una y otra vez, como discos rayados que reclaman el cambio de vibración, pero repetimos sin que seamos conscientes que son herencias que quizás están esperando ser liberadas para vibrar a otro ritmo.

El transgeneracional, la meta-genealogía, la biodescodificación y las constelaciones familiares son algunas de las herramientas que nos ayudan a explorar estas herencias para sanarlas. Se trata de ciencias y técnicas que exploran las memorias ancestrales que vibran en la genética humana, para identificarlas y tratarlas generando múltiples posibilidades para ordenar amorosamente el árbol familiar. Esta es una maravillosa vía para limpiar las herencias personales, mirando dentro de cada ser y familiares para ampliar la perspectiva del conjunto, de manera que poco a poco, uno a uno, soltemos los nudos que atan a la humanidad a los pasados pesados que heredamos. Liberar los nudos del clan, los dolores y las memorias que resuenan en el ADN es parte de la sana acción que brinda una amorosa posibilidad de comprender los porqués de lo fuimos y de lo que somos.

Por ejemplo, en una rama de mi clan todas las mujeres tenemos ‘problemas’ de tiroides, glándula clave del metabolismo del cuerpo físico, que funciona como un reloj que gestiona el tiempo y al estar en la garganta afecta la manifestación o expresión de lo que somos. Por eso nosotras, las mujeres del clan, tosemos y nos atoramos con frecuencia, casi hasta el ahogo más profundo. Algunas conversaciones con familiares nos permitieron comprender que siglos de silencio, de falta de expresión en las mujeres y de censuras ante lo que no se debía decir, generó un bloqueo que se sumó a los dolores de aquellas que no pudieron ser lo que les hubiera gustado, así como quizás no pudieron manifestar lo que querían expresar.

De la misma manera que los hombres se acostumbraron a trabajar para proveer el bienestar material, como un mandato que limitó su emotividad y expresividad, aunque ello significara algo parecido a una condena que fue transmitida a las generaciones que hemos resonado de una determinada manera para cumplir con las lealtades del clan. Ahora, por fin tenemos la posibilidad de cortar la cadena: ellos y ellas, todos nosotros, podemos dejar otras herencias desde la consciencia de lo que hemos sido y de la posibilidad de definir lo que queremos ser.

De la misma manera que heredamos sentimientos como los miedos a la pobreza o al hambre, el rencor y la rabia, el dolor y sufrimiento, también tenemos la alegría, generosidad o ganas de compartir cuando el clan ha sido favorecido por la abundancia. Todo esto se convierte en sentimientos que se repiten como resentimientos que se vuelven a sentir de forma incomprensible, limitando o expandiendo las memorias para convertirlas en el presente que nos define y determina inconscientemente. Hay herencias fabulosas como el gusto por la buena vida o el disfrute permanente, que tienen lo suyo pues mal gestionadas pueden ser fuente de carencias. Todo depende de cómo se viva el ahora, aprendiendo a soltar el pasado y teniendo la consciencia del futuro que vibramos.

También se heredan los oficios o las profesiones, como marcas de la casa en donde todos o al menos uno de los hijos es médico, abogado, carpintero o comerciante. Cuando la elección de la profesión es vocacional es genial, pero si se convierte en una obligación resulta una pesada carga que encadena al portador del deber ser que le impide realizarse. Otra cosa son los nombres heredados, que tienen información inconsciente colectivo y del clan familiar, como las Marías y los Josés que pasan de generación en generación, quizás recordando el juicio y el dolor que claman por retornar a la justicia del amor.

Obviamente en las herencias que más pensamos es en las materiales, en las casas y bienes de los ancestros que trabajaron para dar estabilidad a la prole, sin saber que muchas veces solo quedan las disputas y los conflictos generados por el reparto entre los hijos. Si fuéramos conscientes de que las rupturas e injusticias quedan grabadas en las memorias del ADN que se transmiten generacionalmente, tal vez cambiarían las herencias y se pondría más énfasis en el disfrute del presente para evitar heredar los miedos a un futuro de carencias.

Las herencias materiales que derivan en disputas, separaciones, rupturas, peleas por ambición y sensaciones de injusticia, generan efectos contrarios a los que quisieron dejar quienes trabajaron toda su vida para dejar bienes e inmuebles para la descendencia. Cuando estos bienes fueron repartidos en equilibrio y son bien utilizados, se genera abundancia y se traspasa el bienestar que los ancestros quisieron sembrar. Cuando se pelea, entra la ambición, la avaricia y el desequilibrio entre los herederos, eso también resuena generando otro tipo de herencia que también se transmite y por eso muchas veces se repiten pérdidas en las casas, rupturas, soledades, frustraciones e infelicidad. Entonces las herencias materiales dejan de ser importantes cuando hacemos consciencia de que el día que dejamos la tierra no dejamos nada más que las huellas emocionales, afectivas y de la energía que hemos sido.

Por eso es un buen momento de reflexionar sobre lo que estamos sembrando y heredando en esta tierra. Es preciso aprender que no solo somos herederos de lo que nos dejaron nuestros ancestros -léase también gobernantes y quienes establecen las normas y las leyes- sino que cuando nos vayamos, seremos la memoria de lo que heredemos a las generaciones futuras. Nos definirán nuestras huellas, no solo las de carbono, sino otras más profundas y que tienen que ver con las herencias de felicidad o amargura, alegría o tristeza, de avaricia o generosidad, consciencia o inconsciencia de los que somos y lo que dejamos. Ahora es cuando podemos soltar los dolores y sufrimientos del pasado, para que dejemos herencias menos pesadas que permitan romper cadenas y soltar lastres para que quienes vienen a poblar este maravilloso y bello planeta puedan vivir y disfrutar desde la levedad del Ser y no de la pesadez absurda del tener.

Así dejaremos verdaderas herencias de amor, afecto y de Ser Humanos sembrando y viviendo en otras frecuencias más alineadas con el amor de la madre tierra que hace que estemos en un lugar único, irrepetible y maravilloso.

Somos los herederos de la tierra que nos dejaron los ancestros, ahora tenemos la posibilidad de hacernos responsables por lo que dejamos a nuestros descendientes, cerrando el círculo para que fluya la justicia cuando somos conscientes de las huellas que dejamos en la familia, en el entorno y en el planeta.