Es ya de madrugada y, entre ráfagas de soñolencia con bostezos disimulados, me encuentro a la espera del vuelo que me lleve de vuelta a casa. He pasado la noche en Addis Ababa, capital de Etiopia tras perder una conexión un tanto ajustada. De antemano temía no lograrlo, pero decidí no estresarme y usar una típica expresión cusqueña: «a la vista será», algo así como el hakuna matata del swahili africano. En realidad, fue una ocasión para descansar a expensas de Etiopía Airlines, que cuenta con la reputación de ser una de las mejores compañías africanas de aviación. Una caminata a los alrededores del hotel y la búsqueda del reputado café era todo lo que mi estado de ánimo admitía ante el cansancio acumulado.

Recuerdo haber leído que, en algún lugar en las alturas de Etiopia, un monje observador descubre que las cabras que comían las semillas de un arbusto de bayas rojas se tornaban super activas, iniciándose así la historia del estimulante legal más popular del planeta tierra: el café. l lugar desde donde la raza humana evolucionó es tan colorido como vasto, pues se ubica detrás del continente asiático en extensión territorial mientras su gente adora vestirse de colores intensos. Esa aventura fue planeada tres meses antes y cuando los guías que viajarían conmigo se tiraron para atrás, decidí continuar sin ellos. Hay ocasiones en que la soledad es buena compañera. Me encontraba motivado a navegar un río de categoría mundial, el Zambeze, frontera natural entre los países de Zambia y Zimbabue. Como sus autoridades se encuentran empecinadas en represar el río y guías con años en la brega hemos sufrido la perdida de otros formidables ríos, entre ellos el Bio Bio en Chile, decidí ir hacia allá antes que fuese demasiado tarde.

A veces es grato equivocarse, y tras constatar que los músculos cuentan con memoria reinicie una nueva etapa de balsero a mis sesenteros años. Ya andaba pensando que descender ríos era cosa del pasado y sentía añoranza recordando añejas aventuras. Todo comenzó a principios de año cuando la situación política de mi país se volvió insostenible y puse a andar una alternativa. Alaska me daría esa nueva oportunidad. Tras lograr un contrato con Denali Rafting Adventure para remar el Nenana, un río clase III y IV, dinámico y con grandes volúmenes de agua, pero demasiado frío para nadar tras nacer en los glaciares; se inició un renacimiento acuático. En Alaska hice amistad con varios guías de río quienes, como yo, escogieron un tipo de vida diferente, nómadas que siguen los instintos y viajan persiguiendo sueños hasta que despiertan y descubren que la vida es mucho más que recorrer ríos. Estilo de vida que dejé de lado cuando me casé, nació mi hija Sofia y cometí el error de invitar a mi esposa a navegar el Apurímac, otro río de categoría mundial.

Entre mis amistades en Perú, conozco alguien que trabaja de guía en el Zambeze y lo llamé para resolver algunas inquietudes. Diego es actualmente Tour Líder de la compañía Bio Bio expediciones y se pasea por el mundo realizando viajes de aventuras. Como decía un viejo conocido: todo se resume, en una palabra, «conexiones». Diego, quien a sus catorce años había navegado en mi bote cuando yo trabajaba de guía en el Bio Bio, al sur de Chile, y con quien habíamos compartido múltiples experiencias, se mostró sorprendido y se alegró al enterarse de mis planes. Él se encontraba en África y estaba a punto de realizar el último de una serie de tres viajes. Con los hados de la suerte a mi lado, yo llegaba a Zimbabue la noche anterior aun cuando ignoraba esa información.

Diego me hizo una propuesta que no podía dejar pasar, me ofreció un lugar en la balsa y unirme a su grupo en un viaje de cuatro días en el Zambeze. Mientras él y su grupo terminaban un safari en Botsuana, yo cruzaba la frontera a pie de Livingstone en Zambia hacia las Cataratas Victoria en Zimbabue para llegar muy temprano al restaurante Look Out Café, con vistas impresionantes del río, y unirme al grupo.

El viaje resultó una experiencia espectacular, el escenario de belleza natural con las cataratas Victoria como fondo, basalto negro, y lava, desnivel pronunciado y cálidas temperaturas hacen de este río, el cuarto más largo del continente, el lugar donde llegan a desafiar la naturaleza guías de distintos parajes del planeta junto a kayakistas que parecieran llegar de otras galaxias. El interesante grupo se componía de profesionales como médicos, pilotos y emprendedores. Me encantó la experiencia, estuvimos a punto de voltearnos en dos ocasiones y, mientras, una de las clientas nadó tres veces, llámenlo suerte o práctica, pero en una oportunidad evité que una ola nos volteara por mantenerme en la parte alta del bote. Al llegar al campamento todo se encontraba listo, las carpas armadas, bebidas alcohólicas y piqueos mientras los clientes comentan las incidencias del día. Una gran cantidad de personal africano entre porteadores, cocineros y asistentes me hicieron recordar cuando en mis pininos yo debía cumplir las mismas funciones. Tiempos lejanos.

Diego junto a sus dos hermanos son guías de aventura y, a pesar de que tuvieron la mala fortuna de perder a su padre en los rápidos del cañón del Colca cuando eran infantes, escogieron la adrenalina como un medio de vida. Admiro la fortaleza de una madre al aceptar los designios de la providencia.

Tras explorar cuatro países limítrofes al sur, y disfrutar un corto safari en Botsuana, iba a terminar mi periplo en Cape Town, una vibrante ciudad rodeada de montañas de granito que se extienden hasta el mar. Caminé mucho en la ciudad y trepé a pie la Mesa Montaña, en vez de tomar el funicular, mientras descubría que Sudáfrica era un país donde me encantaría vivir.