A lo largo del recién nacido 2024, Venecia rendirá homenaje a uno de sus hijos predilectos: Marco Polo -cuando se cumplen 700 años de su muerte en 1324- y a su obra literaria El Millón, que protagonizarán exposiciones, clases magistrales, encuentros y eventos para los más jóvenes.

Se trata de la primera cita que da el pistoletazo de salida a las celebraciones por los 7 siglos del final de la existencia del célebre viajero: un proyecto que tiene por objetivo conmemorar y reforzar el vínculo histórico entre la ciudad lagunar y la china Suzhou, oficialmente hermanadas desde 1980: dos ciudades flotantes en el agua, ambas situadas en las extremidades de la Ruta de la Seda y enlazadas intensamente con la figura de Marco Polo, que a lo largo de su exterminado viaje en Oriente como encargado del Kublai Khan, se enamoró perdidamente de Suzhou.

En su libro de viaje El Millón, Marco Polo la describe «una muy noble ciudad (...) hacen muchos paños de seda y son ricos mercantes...». Y justamente la seda es la coprotagonista enfocada en el Palacio veneciano de Mocenigo, valiéndose de una veintena de trajes, creaciones originales, tejidos y fieles copias de antiguos vestidos cedidos por el Museo de la Seda de Suzhou, un centro de relevancia primaria para la investigación, la tutela, la conservación y la protección de la técnica milenaria de la tejedura que dio gloria a la seda de la región de Jiangnan.

Se puede considerar un himno a este tejido natural, derivado del líquido viscoso segregado por ciertas glándulas de algunos artrópodos, con cuyos hilos formados por el gusano de seda se elabora el tejido de máxima suavidad, creado para acariciar los cuerpos y aportar elegancia a las más lujosas tapicerías, regalando bellos reflejos anhelados por todo el mundo.

De hecho, creaciones como el brocado de la dinastía Song, el lampasso (parecido al damasquinado), los kesi, tapicerías de seda o el tradicional bordado de Suzhou, llamado pattem (terciopelo), cuyo precioso muestrario se puede admirar en esta exposición, resultan confirmados como ejemplos del patrimonio cultural inmaterial de China.

La armonía establecida con el contexto del Museo –Centro de Estudios de Historia del Tejido, del Traje y del Perfume- que acoge las colecciones de tejidos y de trajes antiguos de los Museos Cívicos, se convierte en una ocasión realmente especial para la confrontación, desde el punto de vista estético y manufacturero, del refinado estilo de la vestimenta durante la República Serenísima con el de las más importantes dinastías reinantes en el ancestral imperio chino.

En definitiva, se ofrece una profundización en el arte textil, sedas y texturas valiosas, y al tiempo la narración de un viaje a través de ricos testimonios históricos, ahondamientos en el arte caligráfico árabe y chino, hasta los trajes de teatro y las incursiones en el arte moderno y así seguir una gran exploración, para satisfacer la curiosidad y colmar el conocimiento del visitante.

Y para ello, ha sido fundamental la obra literaria El Millón, ultimada alrededor de 1298 por el denominado Rustichello de Pisa, encarcelado en Génova junto con el veneciano Marco Polo (capturado durante la batalla naval de Curzola entre venecianos y genoveses), que fue quien la escribió a medida que se la iba dictando su compañero de prisión: el libro narra los viajes en Oriente de Marco Polo, en calidad de mercante y embajador. El texto lo compuso Rustichello originariamente en la lengua de oïl, intercalada con términos venecianos e italianos, si bien a nuestras manos llegó redactado en lengua franco-véneta, más cercano al original perdido.

El Millón fue un texto muy importante para la primera imagen de Oriente: contribuyó a difundirla en Occidente y a incrementar una nueva actitud de curiosidad hacia aquellas tierras lejanas en una época que las envolvía aún en el mito. El Millón cosechó un éxito increíble: fue transcrito y traducido en numerosas lenguas (alrededor de 150 manuscritos) y tras la difusión de la imprenta, fue objeto de un número enorme de ediciones.

El centro de la narración arranca con la llegada de Marco Polo a la Corte del Gran Khan en Mongolia. Allí encuentra un mundo caracterizado por una perfecta organización estatal y comercial. Además del interés del autor por los aspectos productivos y comerciales (no olvidemos que era en primer lugar un mercante), se concentra asimismo en las costumbres, en las supersticiones y en los ritos religiosos de los pueblos con los que entra en contacto y, aunque su pensamiento racional no estuviera interesado inicialmente en captar el significado más profundo de aquellas vivencias, sin querer nos transmite un perfecto cuadro sociológico. De hecho, a medida que se procede en su lectura, se deduce su agudo espíritu de observación al concentrarse con suma curiosidad en detalles maravillosos sin perder la oportunidad de derribar las falsas creencias y prejuicios de sus contemporáneos occidentales.

Cabe recordar que su fama de «explorador» conoció a partir de finales del siglo XVI un claro ocaso: su libro se consideraba entonces un retrato más fantasioso que fiel a la realidad, cayendo en el olvido este gran viajero durante dos largos siglos. Puede ser que el descubrimiento del Nuevo Mundo trasladara el eje de la atención mundial de aquel Oriente ya descrito hacia un Occidente por conocer. Fuera como fuera, gracias a los estudios del camaldulense de la isla lagunar de San Michele, Placido Zurla, publicados a inicios del siglo XIX, el texto de Marco Polo retomó interés y consideración, convenciendo a sus lectores de ser digno de fe y de admiración, y empezando a reeditarse y a comentarse.

Esta recuperación conllevó la aparición de un núcleo de retratos de un Marco Polo escasamente inmortalizado. El primero de éstos, de 1812, fue realizado por Teodoro Matteini, grabado posteriormente por Gaetano Bonatti, donde se le ve de mediana edad con un gorro en la cabeza. Lo cierto es que con relación al que lo representa ya anciano con barba tupida y cabellera al aire, conservado en la Galería Doria Pamphili de Roma, atribuido a Giorgione (1478 – 1510), se sacó la figura en 1982 para el billete de 1000 liras del Banco de Italia, plasmada en el anverso y con el Palacio Ducal de Venecia reflejado en el reverso.