El realismo de Romero busca la magia y el misterio que rodean la realidad cotidiana, la cual, a través de su mirada, adquiere un cierto carácter metafísico. Su pintura nace de la emoción y la admiración que le producen frutos, flores, paisajes o figuras que, situados en determinadas atmósferas, ponen de manifiesto su naturaleza y despliegan toda su belleza.

A menudo son objetos que él dispone sobre la mesa de forma que establezcan una relación espacial muy determinada entre ellos, y que luego ilumina sin ningún afán de teatralidad. Es un proceso lento y reflexivo, que a veces dura días, en que el artista va tejiendo una relación plástica, poética, e incluso filosófica con lo que pintará. Él dice que lo verdaderamente difícil es este proceso de profundizar en la vida interna de los objetos para captar todos sus matices.

Alberto Romero está considerado, por su evolución pictórica e intelectual, como uno de los valores emergentes más sólidos del realismo catalán. Es profesor y un gran conocedor de los grandes maestros de la pintura, y ha ampliado su formación en la Cátedra de Antonio López García.

Ha sido seleccionado y premiado en numerosos concursos y becas en toda España, y expone regularmente en Barcelona, Madrid y en otras ciudades europeas.