Bajo el título Estructuras para permanecer (Structures to Belong)” (2018), se presenta la última obra de Vicente Blanco en la que perdura el interés por los procesos de construcción de la identidad, revisados en proyectos anteriores. Aunque alejada de la apariencia de otros trabajos, en los que el video y la animación eran los principales medios de producción de imágenes, la propuesta sorprende por la capacidad de Blanco para articular temática y formalización en un planteamiento creativo multidisciplinar, en este caso, a través de bajorrelieves hechos de papel, piezas de hormigón y cerámica, y una serie dibujos de diagramas de formas geométricas.

Temáticamente, muestra una iconografía alternativa mediante un imaginario identitario de naturaleza rural, en ocasiones desaparecido o en vías de extinción, y que pivotando entre lo real, lo ficticio y lo imaginado, expresa su intención de contribuir a la revalorización de lo local y de su memoria. Vicente Blanco vuelve la mirada al entorno donde vive e interesándose por aspectos vinculados a sus tradiciones, a sus costumbres, a su idioma y a los modos de comportamiento de sus gentes, recupera diferentes elementos asociados a ello: arquitecturas, tareas de las mujeres y los hombres del campo, elementos naturales o vegetales. Es un hecho que la vida tradicional en el rural está experimentando un desvanecimiento de su esencia y de su cultura, en definitiva, de todos aquellos componentes cohesionadores que la singularizan, como consecuencia de los modelos neoliberales imperantes. De esta manera, generando una dialéctica entre presente-pasado, entre arte-artesanía, entre realidad-ficción, Blanco referencia un contexto, para repensarlo y acercarnos a su realidad, con frecuencia remplazada por esa hiperrealidad, asociada al concepto de simulacro de Baudrillard, en la que la representación prevalece sobre lo representado a través de una construcción hecha de nuevo, recreada y por tanto, adulterada.

La formalización se produce por medio de elementos narrativos fragmentados de apariencia de friso monumental. Hay algo de jeroglíficos unilíteros, volúmenes incisos en el hormigón en una forma de escritura indescifrable, quizás igual que éstos, Blanco pretenda “grabar lo sagrado” por medio de estos signos imaginarios. Pero son varias las referencias históricas que formalmente podemos mencionar y que narran contextos histórico-sociales concretos. En esta ocasión, su estética denota cierto gusto por la arquitectura Art Decó, en el periodo de entreguerras, una época caracterizada por la mecanización y la que se unen componentes del cubismo, del futurismo, del constructivismo o del racionalismo de la Bauhaus. Hay un interés, igual que en Blanco, por la sublimación de lo geométrico (cubos, hexágonos, octógonos, esferas), por la simetría y por la línea recta.

A nivel temático, estos frisos representaban actividades laborales del momento por la creencia en el progreso y la utopía de futuro. Continuando con la analogía, los hombres se representan fornidos y las mujeres participativas en la cadena de producción. Curiosamente, se trata de un estilo practicado no sólo por artistas, sino por decoradores, artesanos o arquitectos, una multidisciplinaridad que Vicente Blanco comparte, al igual que de alguna manera su objetivo, el de no ser una obra contestataria pero sí concienciar para dar visibilidad a un hecho, en este caso, no sólo la transformación y la reestructuración, sino la destrucción y por tanto, la desaparición de los elementos simbólicos y conceptuales de dicho ámbito.

Por otro lado, pone en valor el carácter artesanal en el desarrollo formal de las piezas presentadas, el proceso se convierte en instrumental reflexivo que evidencia una actitud con la que reivindicar el trabajo manual. A través de bajorrelieves construidos por la geometrización de las formas por medio de poliedros tridimensionales de papel plegado, en un modo de expresión milenaria que se remonta a la invención del papel y que toma notoriedad para formas asociadas al simbolismo del trabajo, de lo ceremonial y de lo terapéutico. Esta práctica no solamente se llevó a cabo en Oriente, por poner un ejemplo, personajes como Miguel de Unamuno, al que algunos lo describen como el plegador paradigmático, practicó esta afición de manera continuada llevando incluso a escribir un tratado sobre la cocotología, término acuñado en alusión a la elaboración de las pajaritas de papel. Paradójicamente, sus descripciones sobre la Galicia rural del momento poco tienen que ver con el panorama actual.

Pero volviendo a lo artesanal, Richard Sennett pone de manifiesto la pérdida que supuso la desconsideración de los oficios en la sociedad contemporánea, parte de la premisa de que “hacer es pensar” y por ello, un lugar significativo en la creación del conocimiento. De esta manera, el autor sostiene la interrelación entre el conocimiento tácito y reflexivo llevado al hecho. La industralización de las tareas y el sometimiento de la experiencia personal concreta no sólo ha sido denunciado por éste, también John Ruskin abogó por la revitalización del oficio del artesano como artista, al igual que, primero el movimiento Arts & Crafts y después la Bauhaus, revitalizaron y pusieron en valor estos métodos. Igualmente Blanco incide en la situación desde dos perspectivas, la de la revalorización y la de la denuncia de su desaparición. No podemos olvidar otra referencia evidente, las representaciones del ideario rural hechas por los artistas gallegos de vanguardia, que desde el exilio siguieron retratando las mujeres y los hombres del campo, como Luis Seoane y sus esquemas de planos en los que la figuración poseería características más abstractas o Maruja Mallo que la serie La religión del trabajo de 1937, en las que concilia símbolo y naturaleza. Desde una perspectiva principalmente estética, Blanco descodifica y fragmenta su narrativa para favorecer su revisión y a pesar de que las relaciones puedan ser menos inmediatas a priori, el receptor va descifrado el mensaje a través de la secuencia de signos y de su percepción. La lectura es completada por el espectador como sujeto activo, fruto de su experiencia estética, que a modo de lo apuntado por John Dewey será el resultado de la interacción con la obra, en donde los elementos analíticos y los sintéticos activarán los procesos cognitivos del mismo. Ahora bien, la experiencia pasará del acervo colectivo a la memoria para configurar una unidad simbólica individual según la vivencia personal de cada uno, permitiendo estar ante tantas interpretaciones como espectadores.

Para terminar, destaco en Vicente Blanco la suficiencia de hibridación de medios, de modos y de significantes, la capacidad para activar el pensamiento y, contribuir a poner de relieve los significados. Su aptitud polifacética y su voluntad de protección le permiten hablar de lo colectivo, de lo individual y de lo contemporáneo para ensalzar lo tradicional, lo identitario, asociado a los vínculos emocionales y al sentido de permanencia.