En el período de cierre de la Casa Dorada de Nerón por la pandemia del COVID, se potenciaron las obras de restauración y de utilización de los espacios, anteriormente ocupados por andamios, que ahora permiten una total visibilidad de los frescos y estrena la creación de un nuevo acceso iluminado y adornado de estatuas que, desde el parque de la colina Oppia, conduce directamente a la Sala Octogonal, sede la exposición. Y, por si fuera poco, un profundo estudio sobre la música de la antigua Roma y sobre las melodías del Renacimiento inspira una banda sonora ejecutada en tiempo real, con tools digitales de música generativa, evocadora de sonidos del pasado.

Protagoniza la nueva entrada el montaje hacia el interior de la Casa Dorada: se ha instalado una pasarela en una de las galerías subterráneas originales de las Termas de Trajano —aquellas que enterraron la fabulosa residencia neroniana y que paradójicamente contribuyeron a su conservación, sobreviviendo a la damnata memoriae de su propietario, Nerón— donde el estudio Stefano Boeri ha proyectado un corredor que desde la colina Oppia se abre paso entre las ruinas, ladeándolas hasta su meta en la Sala Octogonal de la Domus Aurea, y cuyo recorrido aparece jalonado por esculturas como la Musa Talia, la Tersicore y otras, además de imponentes capiteles y un pilar de mármol, que yacían en los depósitos para recordar aquella fastuosidad.

Así pues, «el recorrido se enriquece de novedades» —anuncia la directora del Parque Arqueológico del Coliseo, Alfonsina Russo—. También comenta que «se han adecuado a las visitas nuevos ambientes cerrados al público anteriormente. Exponemos hallazgos sacados de los depósitos, entre estatuas de Musas y elementos arquitectónicos. Además, un nuevo sistema de iluminación permitirá percibir todas las decoraciones pictóricas».

Y como subraya Boeri: «Una pasarela para acceder a la Sala Octogonal representaba una ocasión extraordinaria para despertar la atención de la ciudad a una de las realidades más sugestivas de la historia y de la arquitectura romana. La intervención que hemos proyectado se insinúa entre los restos, los roza, permaneciendo completamente autónoma y autoportante respecto a los muros existentes. El respeto hacia la realidad donde se introduce nos ha inducido a dedicar una especial atención a los procedimientos de construcción en un ambiente tan delicado. (.../...) y regala una ocasión única para observar las ruinas desde lo alto, de cerca e incluso atravesarlas».

La cita expositiva, ya programada para 2020, con motivo de las celebraciones de los 500 años de la muerte de Rafael Sanzio (Urbino, 1483 - Roma, 6 de abril de 1520), se despliega entre cinco apartados en los increíbles espacios de la Domus Aurea con aparatos interactivos y multimedia. Un evento único en su género que, con la intención de narrar la excepcional historia de la revalorización de la pintura antigua, sepultada en las entonces llamadas grutas de la monumental Domus Neroniana, celebra al tiempo la historia y el arte de uno de los conjuntos arquitectónicos más famosos del mundo, que ha marcado la iconografía del Renacimiento. La estatua ciclópica, el Atlas Farnesio del Arqueológico de Nápoles, se confirma la estrella del contenido en la Sala Octogonal mientras las cinco salas radiales toman vida entre las instalaciones multimedia para evocar el descubrimiento de las grutescas en esta Domus por parte de Rafael.

Fueron los motivos figurados encajados en la Bóveda Dorada los que atrajeron la curiosidad de Rafael, en memoria probablemente de las palabras de Plinio el Viejo, que en su Nauralis Historia recordaba las obras ejecutadas en la Domus Aurea por un pintor romano llamado Famulus, dotado de un estilo floridus ac umidus. A partir de ahí, sería demasiado largo trazar un mapa histórico y geográfico de la difusión de las grutescas rafaelescas en el siglo XVI: en un arco cronológico que, desde la muerte de Rafael se extiende al menos hasta finales del siglo, cuando los rigores y las censuras de la Contrarreforma limitaron la difusión de este género pictórico, que resistieron hasta mediados del XVIII, cuando sería arrollado por los nuevos entusiasmos neoclásicos.

Fue Rafael el primer artista renacentista que comprendió la lógica de los sistemas decorativos de la residencia neroniana, reproponiéndolos orgánicamente en numerosas obras maestras enfocadas en esta exposición, comisariada por Vincenzo Farinella y Alfonsina Russo, con Stefano Borghini y Alessandro D’Alessio. Un proyecto que recompone la historia iniciada alrededor de 1480, cuando algunos pintores, entre ellos Pintoricchio, Filippino Lippi y Luca Signorelli, penetran en las oquedades de la colina Oppia —entonces definidas grutas— para acercarse con antorchas y poder admirar las decoraciones pictóricas —ya llamadas grutescas— de los antiguos ambientes romanos. Y así, sin saberlo, pues pensaban que se encontrasen ante los frescos de las Termas, pero en realidad estaban descubriendo las ruinas olvidadas del inmenso palacio imperial, celebrado por las fuentes de la época y enterrado después para la construcción de las Termas de Trajano.

De hecho, en 1496, aparecía impresa por primera vez el término grutescas, acuñado probablemente por los mismos artistas para definir las diversas series decorativas de la pintura antigua, sepultada en las grutas neronianas. Si bien, será Rafael, en el segundo decenio del siglo XVI, junto con el fiel colaborador Giovanni da Udine, el que comprenderá a fondo la lógica de estos sistemas ornamentales, reproponiéndolos orgánicamente gracias a sus profundas competencias anticuarias, por primera vez en la Estufita del cardenal Bibbiena (1516) y después, siempre en en los aposentos de Bibbiena en el Palacio Apostólico en el Vaticano, en la Lonjita (1516-17), una auténtica prueba general para el gran ciclo de estucos y frescos a la manera antigua realizado en las Logias vaticanas (1517-1519).

El secular éxito de las grutescas, en particular en la interpretación ofrecida por Rafael y secuaces, puede ser documentada también durante un larguísimo período: algunos de los máximos artistas del siglo XX, como Paul Klee y Alexander Calder, sucumbieron ante el encanto de las grutescas antiguas y renacentistas. Especialmente, serán los principales exponentes del surrealismo —Victor Brauner, Salvador Dalí, Max Ernst, Joan Miró o Yves Tanguy, a causa de la naturaleza fantástica, irracional, substancialmente irrealística de este plan ornamental— en ser seducidos por el arte mágico de las grutescas, reinterpretando una vez más, en clave onírica y freudiana, aquellas invenciones que escandalizaron el gusto de los clasicistas y la conciencia «pura» de los moralistas.

La Domus Aurea: vida, muerte y sepultura.

Tras el devastador incendio del año 64, que destruyó gran parte del centro de Roma, el emperador Nerón inició la construcción de una nueva residencia dotándola de tal lujo y grandiosidad, que pasó a la historia con el nombre de Domus Aurea (Casa dorada).

Situada en la colina Oppia (casi ladeada por el actual Coliseo), proyectada por los arquitectos Severus y Celere, decorada por el pintor Fabullus, la residencia imperial constaba de una serie de edificios separados por jardines, bosques y viñas y de un lago artificial, donde a la célebre y suntuosa decoración en la que estucos, pinturas y mármoles coloreados, se añadían adornos de oro y piedras preciosas. El enorme conjunto incluía, además, baños con agua normal y sulfúrea, diversas salas para banquetes, entre ellas la famosa coenatio rotunda (un comedor que giraba alrededor de sí mismo), y un enorme vestíbulo que acogía la estatua «colosal» del emperador como el dios Sol. De ese epíteto derivó el nombre de Coliseo, del posterior Anfiteatro Flavio.

Tras la muerte de Nerón (68 d.C.) sus sucesores quisieron borrar cualquier huella del tirano emperador y de su palacio, en cumplimiento de la llamada damnatio memoriae, y los lujosos salones fueron despojados de revestimientos y esculturas, repletos de tierra hasta las bóvedas, para su reutilización en otros edificios. Alrededor del estanque, los edificios fueron demolidos y con sus escombros elevaron el terreno necesario para la construcción del Coliseo, inaugurado por Tito en el año 80 d.C. Solamente el pabellón en la colina Oppia —identificado con la completa Domus Aurea— sobrevivió hasta el año 104 alcanzado parcialmente por las llamas de un incendio. Poco después, el célebre arquitecto Apollodoro de Damasco lo reutilizó rellenándolo de tierra y apoyando una serie de galerías abovedadas, como una infraestructura artificial de las grandes Termas inauguradas por Trajano en 109. Aunque no queda casi nada de las maravillosas lastras de mármoles policromados, que revestían muros y suelos, junto con las obras de arte existentes, —expoliados antes del enterramiento de las salas— excepto unos 30.000 m2 de decoración pictórica y de estuco al permanecer el histórico monumento sepultado y ocultado durante siglos y ahora remozado, este debe su longeva conservación a las transformaciones trajanas: cuando los restos de una lujosa residencia privada acabaron reciclados en unas termas públicas.