Armario abierto de par en par, pilas de ropa, recuerdos y calzado alrededor. Muchas dudas y dos maletas para hacer tetrix. La decisión no ha sido fácil y el nudo en la garganta junto a esa mezcla tardía de arrepentimiento y terror no ayuda.

El billete está comprado y el inminente vuelo sin fecha de regreso saldrá en unas horas, con un destino tan desconocido como esperanzador. Son muchos meses de búsqueda de trabajo, de prácticas no remuneradas y de estrés. Quizá este avión abra las puertas a ese futuro que no acaba de llegar.

Según datos del INE (Instituto Nacional de Estadística), más de dos millones de españoles viven en el exterior. Una cifra que ha aumentado más de un 5% en el último año y que, aún así, dista mucho de la realidad. Los datos oficiales cuentan tan solo con los ciudadanos inscritos en consulados y embajadas. La gran minoría.

El tiovivo cultural

Emigrar es una decisión arriesgada y difícil que, sin embargo, muchos observan con cierta envidia distante. No pocas veces se escucha eso de “cómo vives”, “cuenta, que eres tú el que estás fuera”, “no paras de conocer gente”,… Parece difícil darse cuenta de que, pasada la novedad inicial, esa vida es tan normal como cualquiera. Lo único diferente es la dificultad añadida de los miles de kilómetros de por medio.

Y es que, por muchas cosas nuevas que se aprendan, vean y vivan, el choque cultural es muy grande y las dificultades que tienen que afrontar aquellos que emigran se hacen mayores con la familia y los amigos lejos.

Todo emigrante pasa por cuatro etapas básicas: la “Luna de miel”, la “Frustración o rabia”, la “Comprensión” y la “Aceptación”.

La “Luna de miel” llega pasados los miedos iniciales y los grandes agobios para arreglar papeles y encontrar casa o trabajo. Es un periodo en el que todo es nuevo, interesante y emocionante. Se empieza a conocer gente nueva y a conocer también la ciudad, el país, la cultura y el idioma. A vivir una aventura que ilusiona y da grandes esperanzas.

Sin embargo, pronto, lo nuevo empieza a ser molesto y da comienzo un periodo en el que el extranjero se siente vulnerable. Es la etapa de “Frustración o rabia”. Las dificultades con el idioma salen a la luz y la falta de independencia al necesitar ayuda en determinadas situaciones agobia. Se echan de menos tanto a la familia y amigos de siempre como a las costumbres y la gastronomía del país de origen.

Llegados a este punto, algunos deciden volver a casa y otros, los que han tenido la suerte de encontrar un buen trabajo y gente en la que apoyarse, siguen adelante.

Así llega la etapa de “Comprensión o ajuste”, desarrollando rutinas y convirtiendo en entorno propio lo que hasta entonces era desconocido. Se comienza a tener verdadera confianza y afecto por esas nuevas personas que han empezado a formar parte de tu vida y se descubre lo que no gusta y lo que sí de ese nuevo hogar.

Es aquí donde empieza una última fase de “Aceptación o dominio”. Ha pasado el tiempo suficiente y el que se sentía emigrante ya se siente parte del lugar. Sin darse cuenta de cómo ha pasado, ha dejado de comparar y ha creado sus propias amistades y rutinas. Descubre sorprendido que su vida ha cambiado más de lo esperado y se plantea si irse o seguir allí, aún sabiendo que pase lo que pase, si algún día se vuelve echará muchas cosas de menos. Demasiadas.

Ni de aquí ni de allí

Porque hace falta valor, y mucho, para coger las maletas y emigrar, pero también hace falta para coger las maletas y volver. Porque ya no es ni de aquí ni de allí y se ha convertido en un extranjero en los dos sitios.

Allí, en ese país de acogida, seguirá siendo “el español” y en casa, donde la vida ha seguido sin él, será el que se ha perdido demasiadas cosas, el descontextualizado.

Su vida será ahora esa, una maleta en la mano derecha y otra en la izquierda, mochila a los hombros y plantado en el medio de un vaivén de personas esperando a facturar.

Porque los aeropuertos se convertirán en el reflejo de esa vida en el aire. En una barra de equilibrio entre lo que quiere y lo que tiene, entre la vida de antes y la de ahora. Siempre echando algo en falta.

Allí estará. Con una situación que nunca llegó a imaginar, amigos de medio mundo y quizá enamorado de un extranjero o de ese tan ansiado trabajo. Será como un funambulista en el alambre, manteniendo el equilibrio para no caer, para disfrutar de las ventajas y sortear los inconvenientes de una lejanía que iba a ser temporal y que sin querer, ha marcado ya su corazón y su vida para siempre.