Souvenirs Entomologiques es la obra máxima del naturalista y entomólogo francés Jean-Henri Fabré (1823-1915). Sus textos sobre insectos y arácnidos son producto de la pasión de Fabré por presentar la «verdad científica» usando meticulosas observaciones presentadas con una narrativa coloquial pero cautivadora. Este francés universal pasó horas en absorta atención estudiando los intrincados y fascinantes hábitos de grillos, escarabajos, avispas, abejas, arañas y otros bichos, contando al detalle estas actividades en ensayos de lectura fácil. Fabré popularizó el estudio de la conducta de insectos estableciendo las normas de paciencia y exactitud que llegarían a utilizar los etólogos. Aunque la Etología, estudio científico y objetivo del comportamiento animal en condiciones naturales como rasgo evolutivamente adaptable, tuvo sus raíces en los treinta con los trabajos de Nikolaas Tinbergen (1907-1988), Konrad Lorenz (1903-1989) y Karl von Frisch (1896-1982), no existe ninguna duda que las contribuciones de Jean-Henri Fabré fueron relevantes para el desarrollo de esa ciencia del comportamiento animal.

Muchos pensaban que Fabré, luego de tanto tiempo observando bichos, entendía claramente el «lenguaje de los insectos». Curiosamente, en Venezuela también tuvimos a un sabio quien parece haber entendido ese lenguaje, según nos contara el periodista Miguel Conde el 21 de Septiembre de 1985:

«En El Limón, a las puertas del Parque Henry [sic] Pittier, hay un viejo que habla el lenguaje de los insectos y que le conoce las mañas a todos los insectos del mundo [...]. En el prodigioso lenguaje de la danza, le revelaron el secreto del ambiente, el misterio del equilibrio ecológico, el sentido de los vientos, el tiempo de las lluvias».

Aunque Venezuela ha contado con naturalistas y entomólogos tales como Karl Moritz (1797-1866), Marco Aurelio Rojas (1831-1866), Louis Daniel Beauperthuy (1807-1871), o Theophile Raymond (18?? – 1922), la tradición por el estudio de los insectos en el país hasta el siglo XIX es, desafortunadamente, escasa. Sin embargo, con la presencia del estadounidense Charles Herbert Ballou (1890 – 1961), el francés René Lichy (1896 - 1981) y los venezolanos Pablo Anduze (1902 – 1989) y Francisco Fernández Yépez (1923 – 1986), la entomología venezolana cobró impulso inusitado durante el siglo XX. Fue Francisco el personaje a quien Conde se refería.

«La primera y única vez que hablé con Francisco Fernández Yépez […] tuve la impresión fantástica de que había escuchado la voz del hombre de los hermosos silencios […] que ya yo había imaginado como […] el hombre sabio que […] hablaba el lenguaje de los insectos».

Francisco José Fernández Yépez, hijo de Agustín Fernández Herrera (1865-1956?) e Isabel Yépes Jhanke (¿? - 1929) nace en Valencia, estado Carabobo, Venezuela, el 4 de diciembre de 1923. Sus primeros estudios los realiza en el Colegio La Salle de Valencia, y el último grado de primaria en la Escuela Federal “Pedro Mendoza”, al mudarse la familia a El Valle, población cercana a la capital del país. Cursará secundaria en el Liceo Fermín Toro, obteniendo su título de Bachiller en Filosofía y Letras en 1941.

El viejo Agustín, aficionado a la cinegética, realizaba frecuentes viajes de cacería acompañado de sus hijos Agustín Antonio (1916-1977), Alberto (1918-1970) y Francisco. Los tres se convertirían en fervorosos naturalistas, ayudando a sentar bases para el estudio de tres disciplinas científicas en el país: Agustín en Ictiología, Alberto en Ornitología y Francisco en Entomología.

Apenas graduado de Bachiller, Francisco inicia estudios de Ingeniería Agronómica en la Escuela Superior de Agricultura y Zootecnia, en El Valle, adscrita al Ministerio de Agricultura y Cría (MAC). Francisco y su hermano Alberto recibirían el título de Ingeniero Agrónomo en 1945.

Desde joven se involucraría con instituciones dedicadas al estudio y protección de la naturaleza, tales como la Sociedad de Ciencias Naturales La Salle, la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales y la Asociación Venezolana para el avance de la Ciencia. Eventualmente se irá incorporando a diversas sociedades científicas a nivel mundial. Integrará el primer centro de estudiantes de su alma mater, promoviendo la publicación de artículos que den a conocer diferentes aspectos de la carrera de Ingeniería Agronómica, poco conocida para la época. Su espíritu naturalista le inclinaría a interesarse por las plantas, especialmente las orquídeas, visitando frecuentemente al Dr. Henri François Pittier (1857-1950) para consultarle dudas. Pero una vez que cursa las materias Zoología y Entomología, el profesor Charles Ballou lo estimulará a estudiar a los insectos en mayor profundidad.

Gracias a sus conocimientos de inglés, es escogido para hacer un viaje de estudios al Imperial College of Tropical Agriculture, hoy University of the West Indies, en St. Augustine, Trinidad, donde conocerá a Claire Rosemary “Bonny” Hingking (1924-1996), proveniente de una familia de origen chino residente de ese país. Regresa a Venezuela y gracias al apoyo de Ballou, es contratado como Entomólogo Auxiliar del MAC y Profesor en la Sección de Entomología de la Escuela. Es enviado entonces a cursar estudios de especialización en Entomología en Cornell University, Ithaca, Nueva York, reencontrándose allá con Bonny, con quien se casa en 1946, naciendo su primogénita Beatriz al año siguiente.

La joven familia arriba a Venezuela en 1947, dirigiéndose a Maracay debido a que la Escuela Superior de Agricultura ahora Facultad de Agronomía, había sido transferida a la Universidad Central de Venezuela en un lugar cercano a la capital aragüeña. Paralelamente, labora en la sección de Reconocimiento de Plagas y Enfermedades del MAC cuya sede es también ubicada en Maracay. Además de sus actividades formales, se incorpora al comité editorial del Boletín de Entomología Venezolana, el cual había sido creado por Pablo Anduze, René Lichy, Charles Ballou y Félix Pifano (1912-2003) en 1941.

En 1949 decide dedicarse a tiempo completo a sus actividades de investigador y docente, retirándose del MAC. Ballou, aunque triste por su salida del MAC, le estimula a seguir la carrera académica:

«Ha sido usted el discípulo más brillante en mis dieciocho años de profesor en la América Latina y tengo la seguridad de que su labor en la enseñanza será excelente y contribuirá a formar los futuros entomólogos venezolanos».

Ya intuía el maestro que la labor docente de su alumno daría excelentes frutos. Tiempo después, contestando una misiva de Francisco, doña Sofía Madrigal y Mora, viuda de Ballou, ratificaría:

«Era usted el discípulo amado de Charlie […], él solo veía en usted talento y dedicación al trabajo».

En 1950, la Universidad Central de Venezuela le otorga el título de Doctor en Ingeniería Agronómica gracias a su investigación sobre moscas de las frutas de la familia Tephritidae. Igualmente le otorga un Diploma de Reconocimiento por sus labores. Una vez dedicado solo a la UCV comienza a desarrollar la colección entomológica de la Facultad de Agronomía, hoy parte del Museo del Instituto de Zoología Agrícola y lleva su nombre. Incorpora unos 20.000 ejemplares de insectos recolectados hasta entonces. Su visión era recolectar y presentar muestras representativas de todos los grupos de insectos presentes en Venezuela, incluidos aquellos considerados plagas.

A fines de 1951 o principios de 1952 realizó una expedición al Tepuy Roraima, en la frontera entre Venezuela, Brazil y la Guayana Esequiba, según nos comenta su sobrino el ecólogo Rafael Herrera Fernández:

«Francisco estuvo en una expedición poco conocida al Roraima, creo que en el año 1951 o quizás a principios del '52. En 1952 nos mudamos los Herrera Fernández a una casa nueva que mis padres bautizaron "Roraima" y en esos días recuerdo que hablaban mucho de que mi tío había subido recientemente al Monte Roroima [sic], como entonces se conocía».

Francisco creía en conservar y proteger el ambiente para las generaciones futuras. Le preocupaba la ignorancia del hombre que no apreciaba los recursos naturales a su disposición, y veía necesario preservar áreas naturales sin impedir su desarrollo. Sabía que eso era solo posible teniendo un conocimiento exhaustivo de la fauna y flora presente en zonas protegidas. Arístides Bastidas (1924-1992), pionero del periodismo científico venezolano, nos comenta sobre la faceta conservacionista de Francisco:

«No era un naturalista de escritorio y por eso, inspirado en Alejandro de Humboldt y Aimé Bonpland, se metió en los distintos escenarios forestales del país a fin de detectar sus intimidades y entrabar amistad con los especímenes de nuestra flora y nuestra fauna».

Su labor universitaria fue sumamente apreciada. Entre 1952 y 1954 es encargado del Decanato de la Facultad de Agronomía y entre 1955 y 1959 asume labores como director. A pesar de la convulsionada situación política de esa década en Venezuela, Francisco logra mantener una actitud y dirección académica sin permitir que influencias políticas perjudicaran las actividades de la facultad. A la caída del autócrata Marcos Pérez Jiménez (1914-2001) en 1958, todo «representante» del régimen es atacado y Francisco es señalado por ciertos opositores al dictador. Profesores y estudiantes se hacen escuchar dándole su voto de confianza, logrando que continúe en la Dirección de la Facultad entre 1959 y 1961. Su actuación imparcial y correcta es reconocida cuando por votación mayoritaria, es elegido de nuevo decano para el período 1962-1965.

A pesar de haberse ocupado de labores administrativas durante los años 50 y 60, siempre tuvo tiempo para las actividades docentes. Además de establecer la Colección de Insectos, organiza al Departamento de Entomología Agrícola, separándolo del de Zoología Agrícola. Lo acompañan en esta labor organizativa su hermano Alberto y su primer discípulo, Carlos Julio Rosales. Francisco y Carlos Julio diseñan los cursos de Entomología General y Entomología Agrícola y las primeras guías de estudio de ambas materias.

A pesar del poco tiempo disponible, cada vez que podía, organizaba viajes para recolectar insectos en la zona de Rancho Grande, en el Parque Nacional Henri Pittier, donde a principios de la década de los 50, su hermano Alberto, junto al botánico Ludwig Schnee (1908-1975), había construido una pequeña casa usada como estación para colecta de plantas, aves e insectos, por investigadores de la universidad. Eventualmente usarían un ala del viejo edificio utilizado como estación de campo por William Beebe (1877-1962) en los 40, y donde en 1950, Ernst Schäfer (1910-1992) fundaría la Estación Biológica y Museo de Rancho Grande. También recolectaba en localidades cercanas a Maracay y otras regiones del país, permitiéndole no solo estudiar diversos insectos, sino ayudar a enriquecer la colección.

En 1956, Francisco y Carlos Julio integrarían la primera expedición científica multidisciplinaria al Auyantepui. Acompañan a varios investigadores de la Universidad Central de Venezuela. Esta importante expedición fue organizada, según nos comenta la investigadora Helga Lindorf

«para estudiar su fauna, flora, geología y topografía [...]. La expedición fue un extraordinario éxito, por lo que la Universidad Central había decidido establecer en una de las terrazas del Auyán-tepuy un centro permanente de investigaciones para seguir realizando observaciones en diversas épocas del año y continuar recolectando muestras. Aunque este proyecto no se llevó a cabo, en los cincuenta años transcurridos desde la Expedición Universitaria muchos científicos venezolanos y extranjeros han hecho estudios en el tepuy».

El informe preliminar de Francisco, destaca la relevancia que tuvo la expedición:

«La zona visitada es de gran interés para los estudios de entomología que se efectúan en esta facultad, ya que nos permitiría disponer de material de tan interesante región de la altiplanicie guayanesa … y así poder estudiar mejor la fauna entomológica del país [...]. Se trató de obtener el mayor número de ejemplares representativos de todos los órdenes de insectos [...]. En líneas generales, y a pesar de que la época … no fue lo mejor para este tipo de colecciones, se obtuvo material bastante abundante y variado, … alcanzándose en total unos 3000 ejemplares».

Aunque personalmente publicó poco, una gran preocupación de Francisco era la diseminación del conocimiento generado acerca de los insectos, incluyendo plagas y su manejo, o cualquier reporte de interés agrícola o entomológico. La publicación del Boletín de Entomología Venezolana, originalmente divulgador de ese tipo de información, había cesado en 1955 debido a problemas económicos. Sin embargo, Francisco mantenía labores editoriales para las revistas Agronomía Tropical y la Revista de la Facultad de Agronomía de la UCV, alentando a entomólogos del país para publicar en las mismas.

Además de sus múltiples labores e intereses, se preocupó en orientar a numerosos aficionados para que organizaran sus colecciones entomológicas con criterios profesionales. Con el apoyo de varios de ellos y diversos profesionales de la entomología y estudiantes fundaría en 1964 la Sociedad Venezolana de Entomología. Para 1965, Fernández Yépez y Rosales serían invitados a dictar clases de entomología en la Universidad de Oriente en Jusepín, estado Monagas, creando la cátedra para esa institución.

Las actividades de Francisco no cesan y con su apoyo, varios de sus discípulos realizan en 1976 el «1er Encuentro Venezolano de Entomología». Su influencia en la entomología nacional se hace cada vez más evidente y notable y ese mismo año, sus labores en investigación, docencia y conservación de los recursos naturales del país le hacen merecedor de la Orden José María Vargas. Para 1978 interviene en la reactivación del Boletín de Entomología Venezolana, mientras que otra de las ideas de Francisco se materializa al iniciar actividades el Postgrado de Entomología de la UCV en Maracay.

En 1979 y 1980, es honrado de nuevo por el Gobierno nacional por sus labores en pro del desarrollo de las ciencias, la educación y la conservación, recibiendo las órdenes Francisco de Miranda en su primera clase y Henri Pittier.

Esos años finales de la década de los setenta fueron de un gran impulso entomológico culminando con la realización del Congreso Latinoamericano de Entomología en 1981, cuya charla Inaugural dictaría Francisco, refiriéndose a la Historia de la Entomología venezolana. Nadie más indicado que él para tal labor. Ese mismo año, Ramón Aveledo Hostos (1921 - 2002), presidente de la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales, contacta a Francisco para identificar las mariposas pintadas en múltiples láminas por el naturalista martiniqueño Théophile Raymond a finales del siglo XIX y principios del XX. Es así como Francisco identifica y nos presenta las mariposas que colectó y pintó la primera persona conocida en estudiar en detalle los lepidópteros venezolanos. Este libro, titulado Mariposas de Venezuela, se publicaría en 1982.

Su interés, sin embargo, no se limitaba a los insectos. Lector de obras de autores como Edgar Allan Poe (1809-1849), Arthur C. Clarke (1917-2008) o Ray Bradbury (1920-2012), era ávido colector de sellos postales y junto a su hijo Fernando, de caracoles y conchas marinas. Igualmente, los espacios que rodeaban su casa eran un virtual jardín botánico, lleno de plantas provenientes de diversos lugares tanto de Venezuela como del mundo.

El 16 de agosto de 1986 muere inesperadamente y en la plenitud de sus facultades. Su muerte dejó un enorme vacío, incluyendo aquellos cuyo mundo giraba alrededor de los insectos. Con él culmina una época de gran productividad, de alta profesionalización y de continua actividad entomológica en el país en la que era clara su gran influencia. No en vano se le conoce como el padre de la Entomología Contemporánea de Venezuela.

En obituario realizado por el reconocido entomólogo peruano Gerardo Lamas M., leemos:

«Reconocido unánimemente como el ‘Padre de la Entomología en Venezuela’ [...]. Su producción escrita no fue muy abundante, lo cual es muy lamentable, pues sus conocimientos y experiencia eran enormes, especialmente en su grupo predilecto, los lepidópteros. Sin embargo, en compensación, prácticamente toda la actual generación de entomólogos venezolanos fue formada por él, con magníficos resultados, lo que evidencia sus notables condiciones de docente e investigador».

Las investigaciones de Francisco Fernández Yépez comenzaron en el área de la Entomología Aplicada, pasando a la General, y finalizando con los Lepidópteros, especialmente los Sphingidae y los Heliconiinae. Su ámbito de trabajo era Maracay, pero desde allí, a través de sus numerosos discípulos, tendría una enorme y positiva influencia en el desarrollo de la entomología del país.

Diógenes Hermoso, directivo de la Sociedad Conservacionista Aragua, en su Adiós a Francisco …, comentaría:

«La vida de Francisco discurrió entre el volar de las mariposas, el arduo trabajo como profesor … y sus obligaciones de esposo y padre ejemplar. Siempre se grangeó [sic] el cariño de sus amigos, compañeros de trabajo y alumnos [...]; la opinión de Francisco siempre fue escuchada y acatada por sus razonamientos justos, ecuánimes y honestos […]. Dejó la huella imborrable de su amor por las cosas lindas y sencillas de la vida […]. Pero es que en él mismo, la sencillez, humildad y el brillo de los conocimientos, eran sus más relevantes características».

La posición geográfica del Instituto y Departamento de Zoología Agrícola de la Facultad de Agronomía de la UCV en Maracay es envidiable permitiendo observar fácilmente la nubosidad sobre el área alrededor de la Estación Biológica de Rancho Grande, así como el movimiento de los vientos en el Paso Portachuelo, ruta migratoria de aves e insectos. Aunque Francisco era un hombre bastante ocupado, siempre tuvo tiempo para dar un consejo o una indicación apropiada a quien se la pidiera. De igual manera nunca perdió contacto con sus raíces y su relación con el Parque Nacional Henri Pittier. Es así como cada vez que pasaba por la entrada de Zoología Agrícola, era común verle dando un vistazo hacia Rancho Grande para comentarle a quien le estuviera acompañando en ese momento sobre si era o no un buen día para subir a recolectar insectos.