Era enero de 1961 cuando por primera vez Inés Carmona Calé llegó desde Chile a Italia, Roma, con una beca para la Academia Santa Cecilia, «demasiado anticipada para el siguiente año de estudios y demasiado tarde para el que ya había iniciado». En ese momento, el director Franco Enríquez buscaba una voz folk para su show, por lo que Inés comenzó a trabajar en Italia; Enríquez la condujo personalmente a la Compagnia dei Quattro, con Valeria Moriconi, Glauco Mauri y Emanuele Luzzati. Su amor por la música y el canto sacó a relucir su talento como cantante de folk y se convirtió en una de las fundadoras del mítico Folkstudio. Estos fueron los tiempos del triunfo del Negro Spiritual e Inés tomó parte plenamente. Viajó, cantó, se peleó, se comprometió.

El 1967 marca el nacimiento de Juan Andrés, que tuvo con Ansgar Elde, un pintor sueco, alumno de Ansger Jorn y, sobre todo, heredero artístico y espiritual del grupo CoBrA. En 1968 es el punto de inflexión política, e incluso en Chile se espera que suceda algo nuevo: una agencia de viajes en Via Veneto ofrece a Inés una oferta muy ventajosa para ir en barco al sur del mundo y la enésima pelea con Ansgar, hace el resto. Inés regresa por primera vez a su tierra natal. Cuando llegó a Santiago, se unió al proceso que condujo al gobierno de Salvador Allende y dio buen uso a sus conocimientos musicales. Su deseo de participar en el cambio de país la llevó a enseñar en el conservatorio, a participar activamente en la reforma universitaria y llevar a cabo tareas políticas, hasta el golpe de Estado de Pinochet, debido al cual desaparecieron muchos de sus alumnos y amigos.

A este punto, Inés regresa a Roma, esta vez no con una beca, sino como exiliada. Entrevistada por una reconocida revista feminista sobre su participación en el Gobierno de Salvador Allende, afirma:

«yo era y soy una "obrera del arte", como decimos nosotros, es decir, una trabajadora del arte. Fui profesora en la Facultad de Ciencias y Arte Musical y Teatro de la Universidad de Chile. Fue una facultad muy afectada, y hoy en día ya casi no existe porque era una facultad "roja". En este momento, todos estamos en el exilio, en la cárcel, o muertos. Junto a otros trabajamos mucho con los obreros, hacía mis lecciones de canto después de su jornada de trabajo, y fue una experiencia muy hermosa y animada porque la expresión musical popular es muy importante para nosotros y tuvimos la impresión de dar forma a sus voces como las manos hacen con la arcilla. Contribuyo a la resistencia también con mi trabajo en Italia, ayudada especialmente por mujeres, al igual que las del Teatro Maddalena y Radio Ciudad Futura. La vida de una mujer en exilio es muy dura, yo, de todas maneras, me considero una privilegiada porque con el canto y la música llevo adelante mi lucha».

Había llegado recientemente a Roma y mis diecisiete años me exigieron ser algo más crítico que mis compañeros de clase, en la escuela española en Roma, donde la gran mayoría de los estudiantes eran hijos de diplomáticos hispanoamericanos y yo, en cambio, hice grupo con los exiliados chilenos. Estaba por dejarnos para siempre el dictador Francisco Franco, quien representó para nosotros la figura del mal. Con el tiempo logramos cultivar amistades con nuestros compañeros de clases más curiosos, los más rebeldes, los más poéticos con los que, a lo largo del tiempo, nos une una amistad y una complicidad fraternas.

Mi experiencia escolar fue un fracaso, no lograba mantener casa, comida y estudios, Inés me ofreció generosamente irme con ella, al legendario barrio Monti en Roma, en el primer piso de Via Cimarra 61. Inés era para mí un salvavidas. Su casa parecía un puerto, siempre había huéspedes o procedentes de Chile o de algunas ciudades donde vivían en el exilio. Nos visitaban frecuentemente los Inti-Illimani, que se encontraban en Italia, a donde habían llegado para tocar en septiembre en la fiesta de la Unidad de Milán. El 11 de septiembre de 1973 estaban en Roma: como contaban «tuvimos un concierto y estábamos visitando el Vaticano y la basílica de San Pietro, cuando un amigo de FGCI subió de un tirón los ochocientos escalones de la Cúpula para comunicar que en Chile se estaba realizando un golpe militar». Y es aquí donde permanecieron por quince años en exilio, la mayor parte del tiempo en Genzano en los Castillos Romanos.

En la casa de Inés conocí a los músicos chilenos Cirilo Vila y Arnaldo Tapia Caballero, que vivían en Chile y nos traían noticias frescas, allí las atrocidades estaban a la orden del día; se alejaba cada día más un posible regreso a nuestra patria y fue allí donde mi amigo Roberto Massimi, con su legendario Fiat 600 me mostró la Roma menos conocida, pero sobre todo me regaló humanidad y hospitalidad. También conocí el Pistoiese Vauro y Riccardo Mannelli, en sus primeras incursiones en el dibujo satirico, y con quienes comencé a viajar, alentados por la misma Inés y su agenda llena de direcciones incomprensibles. Nuestro primer viaje de autostop, una incursión que nos llevó, atravesar Italia pasando por Savona, Francia, Niza y Antibes hasta llegar a nuestra meta, Barcelona, lugar en donde los cómics vivieron un boom de publicaciones.

Te veo acostada en tu gran cama donde leías, escribías, pelabas papas. Acogías a todos y tu generosidad no tuvo límite, incluso la precariedad que disimulabas con simpatía e histrionismo, actitud de la que tantos hemos aprendido. Inés Carmona Calé, mujer, chilena, exiliada, comunista, gitana y judía. Siempre lo dijiste, eras todo esto y tu físico te lo demostró.

Inés realizó muchos conciertos en toda Italia denunciando el fascismo, fomentando la solidaridad hacia Chile, pero no fue menos el teatro y el cine. Memorable fue su participación en el evento en febrero de 1975 en el Palazzo dello Sport en Roma, donde quince mil espectadores se reunieron para presenciar y participar en la exhibición de cantantes, actores, músicos y conjuntos musicales italianos y extranjeros, entre ellos Ivan Della Mea, Paolo Pietrangeli, Giovanna Marini, Paolo Ciarchi, Ernesto Bassignano, Rosa Balistreri, María Carta, Inés Carmona, Luigi Nono, Giorgio Gaslini, Mario Schifano, Bruno Cirino, Gian Maria Volonté, Luigi Proietti, Stefano Satta Flores, los Inti Illimani y los Quilapayún. Yo llegué a Roma justo un mes después.

La recuerdo como directora del coro en Las Bacantes (1980) y me embarqué en un viaje interminable solo para verla en Siracusa. Partí una tarde de Roma y llegué a Siracusa la tarde siguiente. Me impresionó el contraste entre el mármol blanco del teatro grecorromano y el largo manto negro que me regaló después. Luego siguieron Seis personajes en busca de un autor, Luigi Pirandello, dirigido por Giancarlo Cobelli, Las Madres de Eurípides, dirigido por Giancarlo Sbraglia, y estaba feliz de haber recibido un papel en la nueva versión de La Ciociara con Sofia Loren en 1987 y en Postales Italianas del mítico Memè Perlini. Más tarde participó en el Cyrano de Bergerac de Valentino Orfeo y en el Obsceno Pájaro de la Noche de José Donoso bajo la dirección de Caterina Merlino. Finalmente, después de dieciséis años de prohibición, se le concedió la posibilidad de regresar a Chile. Era su segunda vuelta. La última.

El 24 de abril de 1989, el Teatro Colosseo se llenó de una multitud amistosa para despedir a la artista que regresaba a su patria: hubo muchos amigos, muchos llegaron, estaban Renato Nicolini, el inventor de la Estate Romana, Valentino Orfeo, Giancarlo Nanni, Caterina Merlino, Patrizia Sacchi, Simone Carella, el legendario crítico teatral de La Reppublica, Nico Garrone, Patrizia Biuso, Ulisse Benedetti, el amigo Carmine Sorrentino, Ugo Margio, Mario Ricci, Giorgia Palombi, Angela Ceruti, y la lista sería demasiado larga. «Todo lo que soy se lo debo a esta ciudad», dijiste. Los discursos y actuaciones de amigos se alternaron con la emoción de despedir a esta especie de madre-coraje. «He entendido que tengo que ir donde la tierra arde. La conquista de la democracia no tiene precio y en esto, Italia ha sido mi maestra. Dejo mi hijo en mi segunda patria. He aprendido muchas cosas aquí y vuelvo para poder enseñarlas ». Luego se fue. Vivió en Chile y vio la caída de Pinochet.

Fui a visitarla más de una vez, vivía en un patio en el Barrio Bellavista, una hermosa casa colorida y desordenada, pero cuidada. Tantos amigos, mucho amor. Un verano hizo las maletas y regresó a Roma para abrazar a Andrés, su hijo, con una Roma cómplice de uno de los veranos más tórridos que recuerde; la sorprendió un ataque al corazón fulminante. Murió en el auto mientras la llevaban a un hospital en la Casilina. Nos había dicho: «cuando me haya ido, quiero que me entierren en la Roma que amo». La actriz Angela Cavo, con quien estuvo unida desde ya varios espectáculos, en un gesto de extrema generosidad y amistad, le cedió un lugar en la tumba familiar, en el cementerio de Marino, en los Castillos Romanos. Donde hoy descansa.