«Soy barcelonés, he sido parisiense, soy marrakechí, he sido neoyorquino. Soy español, a menudo sin ganas...». A esta confesión de Juan Goytisolo, hecha en la ceremonia de entrega del premio literario Juan Rulfo, durante la XVIII edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) —dentro de un discurso al que tituló con el nombre que le parece más exacto para una vida difícil de contar, o clasificar, como la suya, «Fe de erratas»—, habría que añadir otras líneas sobre los incontables lugares donde ha sido un compatriota más, a menudo, por cuenta del horror y de la solidaridad con quienes lo padecen.

Luchó por la independencia de Argelia con los argelinos; se marchó a Sarajevo para servir de voz a los yugoslavos horrorizados; recorrió los hospitales de Teherán justo cuando firmaron el armisticio de la Guerra del Golfo y los vio llenos de chicos agonizando por los gases tóxicos de Hussein. Alzó su voz en Chechenia, cuando no había corresponsales extranjeros y ha hablado, como si fuera un espalda mojada, o un árabe colándose a España por Ceuta, de la «barbarie de un mundo», donde existe «la libre circulación de capitales y bienes, pero no de personas».

Su novela Los jóvenes asesinos, publicada cuando tenía 23 años, revelaba, a través del recurso de la ficción, la influencia de dos ejes que entretejen su historia personal: la bisexualidad y la experiencia del mundo cultural árabe en la literatura española. Después de ser finalista al Premio Nadal, obtuvo el Premio Índice con Duelo en el Paraíso, al año siguiente.

Vivió en París desde 1956, como lector de Gallimard y empezó a publicar artículos en L'Express y L'Observateur. Monique Lange, traductora de la editorial y novelista, con quien sostuvo siempre una relación de pareja abierta, le presentó a Jean Genet, uno de sus mentores. Junto con ella apoyó la lucha de los argelinos a través del FLN. En su apartamento guardaban una maleta con el tesoro de la Federación y fueron invitados de honor en los primeros años de la república, antes de disentir de su curso ulterior. Vivieron juntos ese París que para Hemingway «era una fiesta», con gente como él o Sartre, a quien estuvieron muy ligados, y trabaron amistad con los escritores del boom latinoamericano cuando todavía eran felices e indocumentados.

Goytisolo conoció Cuba, invitado por Cabrera Infante, cuando éste hacía parte todavía de la experiencia revolucionaria y sentó con enorme entusiasmo las bases del periodismo moderno en la isla. Luego vino el desgarramiento ideológico que supuso sumar al desenmascaramiento del estalinismo el estallido del Caso Padilla.

En 1999, Boston Globe señalaba que Goytisolo aún era en América un hombre marginal por sus inconvenientes descripciones de la «homosexualidad, su modernismo elíptico, su mordaz sentido de la historia y su incómodo multiculturalismo» (que incluye el conocimiento y la admiración de las tradiciones islámicas), y por su «crítica feroz del poder y la opresión» y la insistencia en una práctica política de la tolerancia. La universidad de South Carolina, donde fue profesor residente, ha hecho estudios sobre su obra y Yale University Press publicó el libro Juan Goytisolo: The Case for Chaos, de Abigail Lee Six.

Carlos Fuentes, quien acompañó a Goytisolo durante la ceremonia de entrega del premio Juan Rulfo, exalta su voz, dedicada a «catalanizar, españolizar, judaizar, hebraizar, indianizar, africanizar, europeizar la literatura universal».

A partir de Señas de Identidad, una novela polémica por su contenido sexual y por su denuncia de la España franquista, se convirtió en un autor proscrito hasta la muerte del dictador. Hermano de otros dos famosos escritores, José Agustín y Luis, su historia y su obra han estado marcadas por el signo de la contradicción y de la búsqueda implacable de una coherencia vital. Este hombre, que hace parte del Parlamento Internacional de Escritores, que preside el jurado de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO, y que se tilda de «incompleto, errante, autodidacta», no cree en otra salvación del mundo que la que puede fraguarse «desde las artes y la cultura»; teme «la persistencia tenaz de fundamentalismos mortíferos, la destrucción acelerada de la Naturaleza, la venganza de los antiguos perdedores contra su propio pasado» y pide afrontar el pesimismo con lucidez.

Usted se da el lujo de contar todo, sin excluir la inclinación pederasta de su abuelo. A un hombre capaz de decir su verdad de ese modo, se le teme...

Yo procuro no ocultar absolutamente nada. Si lo hago es por respeto a otras personas. Es una tendencia que está presente en la tradición literaria inglesa y francesa, desde los diarios de Samuel Peeps hasta los de André Gide. Estos escritores han vencido todos los obstáculos para contar lo que son y lo que han vivido. Pero esto no existe en la tradición española. A raíz de la publicación de mis memorias, recibí una carta de Octavio Paz, muy bella, explicándome que veía en mí la ruptura con esa tradición donde se cuentan chismes sobre los demás y no se dice nada importante sobre sí mismo. El único texto autobiográfico que me impresionó mucho fue escrito en inglés por Blanco White y, sin duda, me influyó. La tradición protestante es mucho más autocrítica.

¿En qué medida esta actitud marca ese activismo político que comenzó a partir del año 59, cuando toman preso a su hermano Luis?

Primero comencé a escribí con seudónimo en las revistas francesas antifranquistas. Tuve una posición muy clara y firme y la concluí en un ensayo que publiqué con mi nombre en L’Express, con motivo del vigésimo quinto aniversario de la victoria de Franco. En el año 62, se organizó contra mí una campaña después de que en la presentación de una novela en Italia se cantaron canciones republicanas y exhibieron un documental cuya autoría me atribuyeron, sin razón... Después de haber soportado durante cinco años todos los insultos de la prensa oficial, mi visión provocó una ruptura a la vez con la izquierda procomunista de la que me había sentido cercano, porque sostenía la hipótesis, que luego se confirmó, de que no sería una revolución por la acción política de la extrema izquierda la que derribaría al régimen franquista, sino que la evolución de la sociedad española convertiría a este régimen en una antigualla y se derrumbaría por sí solo. Pero cuando lo dije en 1964, esto era un sacrilegio para el partido comunista y, a partir de ese momento, cuando me vi atacado por la derecha y la izquierda, decidí no escribir más sobre la política interior española. No volví a hacerlo, en realidad, hasta hace un par de años con el segundo mandato de Aznar, con ocasión de la guerra de Irak.

¿Cómo ve a estas alturas el debate que enfrentó a Camus con Sartre?

Tal como lo veo ahora, Camus tenía razón en muchas cosas. En aquella época su toma de posición contra la independencia de Argelia nos alejó a muchos de ellos. Pero él tenía razón como lo demostró la experiencia totalitaria del fascismo y luego del comunismo. Sartre era un hombre muy generoso en sus ideas, pero se equivocó al apoyar a la Unión Soviética.

Después vino la ruptura con el proceso cubano a raíz del caso Padilla. Fuimos bastante numerosos los que disentimos entonces, incluyendo a Sartre y Simone de Beauvoir. Lo que lamenté más fue la ruptura con alguien que yo admiraba mucho, que era Julio Cortázar. Esta ruptura fue motivada menos por él que por su compañera de entonces, sobre la cual prefiero no extenderme demasiado. La misma persecución que sufrimos Fuentes y yo, y no hablemos de Cabrera Infante u otros escritores... Yo dejé de verlo. Ella, además, le perjudicó literariamente. El Libro de Manuel, la verdad, no me gusta nada. La mejor literatura política que se hizo en estos años fue hecha por el escritor menos político de todos, que era Manuel Puig. El beso de la mujer araña y Pubis Angelical son para mí las dos novelas políticas más importantes de Iberoamérica. Su trasfondo político es impresionante.

¿Qué implicaciones tuvo el desengaño?

Estaba desengañado del llamado socialismo real, pero sin volverme de derechas como otros. Günter Grass dice, con mucha razón, que sus amigos de extrema izquierda se han situado tan a la derecha que al mirarlos agarra tortícolis. Pero yo nunca me he querido pelear con mis amigos por motivos políticos. Es absurdo pretender que un amigo, que además es un gran escritor, coincida contigo en todas las opiniones. Hace tiempo que no veo a Mario Vargas Llosa. No coincido con sus opiniones políticas, pero mantengo la amistad. Con García Márquez también tengo una gran amistad. Coincidimos en muchísimas cosas y no hablamos del tema de Cuba.

En la última década retomó su militancia política.

Empezó con la primera guerra del Golfo, cuando vi una opinión en toda Europa a favor de la intervención en Irak. Me parecía un castigo brutal. Yo estaba escribiendo en aquel momento La cuarentena, que era un descenso dentro del limbo que alude a los 40 días que, según el sufismo, espera una persona cuando fallece para saber a dónde irá. Escribía sobre todos los descensos al infierno cuando estalló la Guerra del Golfo. En el libro, las imágenes de la Guerra de Irak se fueron superponiendo a las del infierno. Al final de la guerra, todos advertimos que había habido tal manipulación de la imagen y de la verdad, que las fotografías que aparecían habían sido filmadas en estudios, el bombardeo de Bagdad se veía desde lejos y lo encabezaban titulares que decían: «Bagdad iluminado como un árbol de Navidad». A partir de esto tuve una desconfianza absoluta en los medios de comunicación. Por esto, cuando empezó la implosión de la Federación Yugoslava y la guerra, seguí el consejo de Susan Sontag, que –estando ambos de paso en Berlín– me dijo: «Debes ir a Sarajevo». Me di cuenta de que tenía toda la razón del mundo y fui la primera vez en julio de 1993. Escribí El cuaderno de Sarajevo. Notas de un viaje a la Barbarie.

Regresé otra vez como enviado de Médicos sin Fronteras para encontrarme con una situación mucho peor, en enero del 94. Cayeron sobre la ciudad 1.350 obuses y morteradas. Fue el bombardeo más duro del asedio. Fue el único día en que la gente no podía salir a la calle. Los gubernamentales respondieron con 38 disparos. El comunicado de las agencias internacionales —prácticamente no había periodistas— era: «Nutrido intercambio de fuego de artillería». Fui testigo de cómo se puede manipular la información. Hice una lista de cosas que habían sido omitidas, de las mentiras difundidas; hablé de la no distribución de alimentos a la población civil para obligarla a rendirse, de la peculiar estrategia de Mitterrand, que quería una Serbia que estuviera del lado francés. Estos criterios estratégicos totalmente del pasado crearon situaciones vergonzosas. Los silencios de la prensa internacional son impresionantes.

¿No tuvo relación entonces con Arturo Pérez-Reverte?

A él le gustan estas cosas. Las guerras. Nunca tomó partido por nada mientras estaba allí.

Los Kurdos apoyan la invasión a Irak de Estados Unidos.

Sí, los kurdos la apoyan. Sólo ahora en Estados Unidos han destapado todas las masacres, pero no hicieron nada antes para impedirlas. Yo pensaba que era una barbarie castigar a un pueblo entero por los crímenes cometidos por un tirano que no había elegido. La comparación con Hitler era absolutamente falsa. Hitler fue elegido democráticamente. El pueblo de Irak no tuvo oportunidad de elegir. No era responsable de los crímenes de Hussein. Pero lo inimaginable era que después no acabaran con el tirano. Entonces vino la represión contra la mayoría shiíta que se sublevó y hubo millares y millares de víctimas.

¿Qué hacer entonces contra las tiranías?

Estados Unidos nunca hizo nada contra Pinochet o la Junta argentina, sino todo lo contrario. Hay tiranías y dictaduras que son tolerables y otras no. La teocracia de Arabia Saudí es la negación de todos los derechos humanos, pero es el gran socio económico. Puestos a buscar los orígenes del apoyo a Bin Laden, en lugar de ir a Irak, tendrían que haber ido a Arabia Saudita, donde las brigadas de la protección de la virtud impiden que una mujer conduzca un automóvil, estudie en una universidad mixta o ejerza cargos públicos. Es una situación increíble.

¿Cómo conciliar el respeto a la diversidad cultural con lo que para otras culturas es inaceptable como la ablación?

No diga que la ablación forma parte de una cultura. Me niego a considerar que una práctica tan monstruosa pueda figurar como esto. Es una costumbre nilótica y sahariana muy anterior al islam. Esto sólo se practica en determinadas regiones de África y no se puede ligar al islam. Hay que ser muy claro. Todas esas prácticas deben estar reprimidas, castigadas en un régimen democrático. Recientemente el Imán de Fuengirola se hizo infamemente famoso por su librito acerca de cómo golpear a las esposas desobedientes sin dejar huellas. Se trataba de humillarlas. Ahora va a ser juzgado en España, por fin, después de tres años. Me parecía terrible ensañarse con un inmigrante que, jugándose la vida, llega a las costas españolas y dejar a este señor que exprese algo contrario a la constitución española. Desde la publicación del libro se le ha debido enviar a su país.

Ha seguido muy de cerca el conflicto entre Israel y los palestinos. ¿Cómo ve el futuro tras la muerte de Arafat?

Arafat cumplió una función histórica, pero tenía un sentido patrimonialista del Estado y se rodeó de gente muy corrupta. Sólo la vuelta a la legalidad internacional puede llevar a una solución razonable. Estoy en contacto con gente en Israel que propugna por una solución razonable que implicaría volver a las fronteras del 67 y una compensación de la comunidad internacional.

La verdad es que con Sharon no veo ninguna posibilidad de diálogo. Apoyado por Bush hará lo que quiera. Nunca ha respetado la legalidad institucional. Y, por otra parte, es importante que las instituciones palestinas se democraticen, lo cual no era posible en la época de Arafat. La paz sólo puede venir a punta de sangre, sudor y lágrimas y cansancio de los dos pueblos respecto a este enfrentamiento que no conduce a nada, hasta llegar a una situación razonable. Tengo más esperanza en los miembros de la sociedad civil —abogados, médicos, profesores israelíes con los que he podido conversar y que tienen una opción muy abierta, muy parecida a la de los demócratas palestinos.

En el mundo hay sociedades civiles que caminan en una dirección distinta a la de sus representantes políticos, pero no tienen cobertura en los medios. ¿Cómo pueden lograr poder si no se habla de ellas?

Siempre los medios de comunicación manipulan. Vuelvo otra vez a la guerra del Golfo, o a Bosnia, o cuando estuve en Chechenia. No había información. El único corresponsal extranjero que encontré allí cuando estuve fue Ricardo Ortega de Antena 3 de España, que fue luego víctima de un francotirador en Haití. Él filmó los cadáveres de centenares de chechenos enterrados. Los desenterraban. Las imágenes eran tan violentas que no quisieron transmitirlas. Me las mandó a mí y me dijo: «Te envío esto como recuerdo porque tú sabes lo que acaece aquí». Cuando murió, las entregué a su familia y creo que han hecho una página Web con todas estas imágenes atroces.

¿Cómo ve al presente de España?

He sido casi siempre un español vergonzante y honrado de serlo después de Zapatero. Para mí es un hombre que dice lo que piensa y cumple lo que promete. Todas sus promesas en el plano civil las ha cumplido: facilitar el divorcio, la aprobación del adulterio, la ley de parejas, la igualdad entre hombres y mujeres y en sus diez primeros minutos de jefe de gobierno sacó al ejército español de Irak.

Ha sido testigo del siglo XX y sus depredaciones. ¿Qué es lo rescatable?

Bueno ha habido momentos de ilusión. Con la caída del Muro de Berlín, por ejemplo, parecía que entrábamos en una fase nueva. Pero vimos que la Unión Soviética pasó de una dictadura burocrática a un robo generalizado y a una nueva forma de barbarie. Cuando estuve en Moscú, después del viaje a Chechenia, fue impresionante ver la aparición del lujo estrepitoso de los nuevos rusos y la miseria del pueblo y la confusión total. Pude ver un mitin del ultranacionalista Zirinoski. Te dabas cuenta del desamparo, del caos mental de la gente. Una pobreza gris. Se agarraban de lo que fuera; San Basilio se mezclaba con Stalin. Putin ha restaurado la tradición religiosa de los zares, se rodea de todos los arzobispos y obispos habidos y por haber para tener legitimidad.

Habla del intelectual como una especie en extinción. ¿Qué voces de este tiempo conservan para usted la lucidez?

La mayor parte de las personas son lo que llamo «palomos amaestrados» por su dependencia a un partido político, a un gobierno, a un grupo empresarial... Hablar con voz propia en este mundo es muy difícil. Tampoco puedo criticar a quienes no lo hacen. Pero claro que hay voces respetables. En Europa, por ejemplo, entre los intelectuales, Günter Grass. En España, Rafael Sánchez Ferlosio (reciente ganador del Premio Cervantes 2004) es un intelectual de una independencia, de una probidad y una honradez absoluta.

Como escritor ha abarcado un espectro amplísimo. ¿Qué le queda por hacer?

No lo sé. Carmen Ballcels que es una mujer maravillosa me dijo: «Mira Juan, cuando uno cumple 70 años tiene que considerar que cada día es un regalo. Procura disfrutar cada día como un don y nunca hagas nada que no desees». Procuro vivir como quiero, con quien quiero, donde quiero.