Escasos escritores en lengua castellana de la generación del 98 (metáfora de una crisis española al final del siglo XIX), gozaron del prestigio de José Augusto Trinidad Martínez Ruiz (1873-1967), que escribía bajo el seudónimo de Azorín, desde 1904, en su trilogía de novelas autobiográficas: La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo (1904). Fue un reflexivo escritor y periodista parlamentario, natural de Monóvar (Alicante), que cultivó todos los géneros literarios, excepto la poesía: la novela, el ensayo, la crónica periodística, la crítica literaria y, en menor medida, el teatro. Para sus incisivas críticas literarias usó varios seudónimos como «Ahrimán», para su primer libro Buscapiés (Sátiras y críticas), 1894, «Charivari», «Don Abbondio» y «Cándido», en honor del Cándido, o el optimismo de Voltaire, de 1759.

Su obra más representativa es, a mi entender, el libro de viajes La ruta de don Quijote (1905), en el III Centenario de la publicación de la primera parte de El Quijote; una recopilación de 15 crónicas publicadas en El Imparcial de Madrid, resultado de su viaje por La Mancha. El escritor peruano Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, elogió este libro diciendo que era «uno de los más hechiceros libros que he leído. Aunque hubiera sido el único que escribió, él solo bastaría para hacer de Azorín uno de los más elegantes artesanos de nuestra lengua y el creador de un género en el que se alían la fantasía y la observación, la crónica de viaje y la crítica literaria, el diario íntimo y el reportaje periodístico, para producir, condensada como la luz en una piedra preciosa, una obra de consumada orfebrería artística». Vargas Llosa visitó la Casa-Museo de Monóvar en Alicante, situada en el corazón la comarca del Vinalopó, en el verano de 1993; fue recibido por su director, José Paya Bernabé, y firmó en el libro de honor.

El escritor leonés, Julio Llamazares, en su artículo «Azorín» para El País, del 7 de octubre de 2017, lo califica de «un escritor denostado por muchos durante años por su conservadurismo y su ambigüedad política»; en cambio, lo admira por «la luminosidad de su estilo, la precisión de un lenguaje y de unas observaciones que de tan esenciales se vuelven etéreas». Llamazares, como otros muchos escritores anteriormente, hizo la precipitada Ruta del Quijote de Azorín por La Mancha en tres viajes en coche, en 2015 (Canelobre, no. 67, 2017, pp. 15-18).

Es Azorín, sin duda alguna, un renovador del lenguaje y, con un milagro en la palabra, nos dejó lecciones magistrales sobre el arte de escribir, resumiéndolo como sencillo, conciso, preciso y colorista. Dijo que:

Siempre habrá pues, entre los hombres barreras psicológicas infranqueables. No podemos tener idea de cómo la juventud nos ve a nosotros, los viejos. Nos consolamos replegándonos sobre nosotros mismos. Somos de nosotros, ahora que ya no esperamos nada de nadie. Pero en cuanto a mí, te confieso que, con respeto a los jóvenes, me inclino a la bondad. Y es porque perpetuamente me veo joven. Y me veo cometiendo las mismas demasías –no pudiendo cometerlas– que cometen los jóvenes. En tanto yo tenga esa propensión a la juventud, me creeré joven» (Rodenas Cerdá, J., Perito, no. 11, 2007, p. 19).

Fue innovador y vanguardista en el superrealismo del teatro que no tuvo mucho éxito en su época, por la novedad del estilo. Recuperador del Siglo de Oro con Lope de Vega, Calderón, Santa Teresa de Jesús y, sobre todo, de Cervantes, del que escribió innumerables artículos recopilados en varios libros como Con Cervantes (194), Con permiso de los Cervantistas (1948). Su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua se titula «Una hora de España (entre 1560-1590)», leído el 24 de octubre de 1924 y contestado por Gabriel Maura Gamazo, académico e hijo del presidente de Gobierno Antonio Maura.

La Literatura no puede entenderse hoy sin acudir al magisterio periodístico de Azorín. A él se debe la denominación de generación del 98, en un artículo suyo publicado en 1907 y que comprendía al llamado Grupo de los Tres: Azorín, Baroja y Maeztu. Al ellos se unieron —en tema y estilo— Ramón del Valle-Inclán y don Miguel de Unamuno, además de pintores como Aurelio Beruete, Gutiérrez-Solana o Ignacio Zuloaga, con el tema de Castilla (llamada la España esencial), como fondo del paisaje.

Fue seguidor de la corriente modernista: un movimiento literario a finales del XIX que buscaba la renovación artística y que daba gran importancia al cuidado de los aspectos formales. Los modernistas son partidarios del «arte por el arte» y se evaden de los problemas del hombre. Se inspiran en dos movimientos franceses del siglo XIX: el Parnasianismo y el Simbolismo. Hemos de destacar al gran poeta nicaragüense Rubén Darío que lo trajo a España con su poemario Azul (Valparaíso, 1887), poemario clave de la recién iniciada revolución literaria modernista.

No se puede ser escritor sin leer y estudiar su estilo tan personal, luminoso e impresionista, elegante, preciso y periodístico parlamentario en su etapa en ABC.

Durante la guerra civil se exilió en París y regresó pasada la contienda para vivir en Madrid, aceptando y reconociendo al Movimiento Nacional de Franco al que, no tuvo más remedio, que elogiar en varios artículos para poder escribir en la prensa del régimen y, a la vez, subsistir; además estaba enfermo del riñón. Fue rescatado por la recomendación de Ramón Serrano Suñer, entonces ministro de Asuntos Exteriores de Franco, conocido como el «cuñadísimo». Recomiendo la tesis doctoral del José Ferrándiz Lozano Azorín, testigo parlamentario. Periodismo y política de 1902 a 1923, Madrid, Congreso de los Diputados, 2009.

No se puede analizar una biografía sin situarla en el contexto histórico de su época. Azorín fue diputado conservador y, como dice Pío Mora, muchos intelectuales que apoyaron el advenimiento de la Segunda República se arrepintieron, como Ortega y Gasset y el Dr. Marañón. De Ortega es la reseñada frase «¡No es esto, no es esto!» Los propios republicanos, como el radical Largo Caballero, que apostaba por la «dictadura del proletariado» o la dictadura del PSOE y la guerra civil; Alcalá Zamora y sus rencillas personales; la ineficacia de Azaña, un intelectual metido a político y, sobre todo, las irregularidades del Frente Popular, en las elecciones de febrero del 36, acabaron con la propia República en un ambiente de anarquía y asesinatos.

Homenajes en el cincuentenario de la muerte de Azorín

Coincidiendo con el 50º aniversario del fallecimiento de Azorín, los días 1, 2 y 3 de marzo, de 2017, la Facultad de Filosofía y Letras (UA), la Université Pau et des Pays de l’Adour (Laboratoire Identités, Territoires, Expressions, Mobilités) y la Diputación Provincial de Alicante, celebraron el Congreso Internacional «Azorín, Europa y la invención de la literatura nacional», donde colaboró el Centro de Estudios Iberoamericanos Mario Benedetti (CeMaB) de la UA. Las sesiones tuvieron lugar los días 1 y 2 de marzo en el Auditorio de la Diputación provincial de Alicante (ADDA). Además, ese año también se celebró, el día 2 de marzo, la entrega del Premio de Novela Azorín que ganó la novelista Espido Freire (Bilbao, 1974) por su novela Llamadme Alejandra.

La Diputación Provincial de Alicante publicó el libro El Político de Azorín (1908), que recoge una semblanza ilustrada de políticos de su época.

En el número 67 de la revista Canelobre del Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, se publicó un monográfico especial titulado: «Azorín, clásico y moderno», dirigido por José Ferrándiz Lozano y José Payá Bernabé, donde participaron numerosos especialistas azorinianos, en 2017.

Destacaría del monográfico de Canelobre 67 el artículo de Eva Rodríguez, «Azorín de cerca» (pp. 289-303), que recoge testimonios de escritores famosos con los que tuvo amistad:

José Alfonso Vidal, paisano e hijo del médico de la familia Martínez-Ruiz; Ángel Cruz Rueda, su biógrafo; Ramón Gómez de la Serna, con quien fundó el PEN Club español; Julián Marías Aguilera, su amigo por más de cuarto de siglo e Isidro Vidal Martínez, periodista monovero impulsor del homenaje provincial a Azorín en 1953.

La Casa-Museo de Azorín en Monóvar, de la Fundación Caja Mediterráneo, acogió la exposición: «Azorín y la Comunitat Valenciana. El escritor y su paisaje» del 17 de septiembre al 17 de noviembre. Así como una exposición sobre Cervantes «El Quijote. Un clásico contemporáneo». En dicha casa-museo se encuentra la biblioteca personal de Azorín, compuesta por 10,000 libros de incalculable valor; muchos son primeras ediciones y, sin duda, es fundamental para el estudio del escritor.

La Compañía Noviembre de Teatro hizo una adaptación del libro de Azorín La ruta de Don Quijote, con la versión teatral de Eduardo Vasco y que tan magníficamente interpretó Arturo Querejeta en un monólogo de más de una hora.

Los últimos días de la vida de Azorín

La última colaboración del escritor de Monóvar apareció en el diario ABC, el 4 de marzo de 1965: «Condensaciones de tiempo», como una premonición de su muerte, y, a la vez, despedida de un ciclo vital que finalizaba. El 13 de marzo y 2 de agosto de 1966, escribe unas cartas con letra temblorosa a sus hermanos Amparo y Amancio —únicos hermanos sobrevivientes residentes en Monóvar—, donde les dice:

Tengo 93 años [los cumplía el 8 de junio], hace más de dos años que no salgo de casa: no puedo andar; dicen que me repondré, no lo sé. Abrazos cordialísimos de vuestro hermano Pepe.

El 5 de enero de 1965 y como regalo de Reyes, el Ayuntamiento de la capital de España, reeditó el libro Madrid, de Azorín (1941). Como alcalde estaba José María Finat y Escrivá de Romaní, el famoso franquista conde de Mayalde.

El 6 de noviembre de 1966, recibe en su casa la visita de cinco escritores: Manuel Alcántara, Luis de Castresana, Emilio Gascó Contell, Gaspar Gómez de la Serna y Rafael de Penagos y, cuando se marchan después de una hora, acuerdan redactar unos artículos como relato de la visita a Azorín; los artículos aparecen publicados después de la muerte del autor de La Voluntad, en la revista La estafeta Literaria y fueron testimonios del último Azorín.

La muerte de Azorín en Madrid

Falleció José Augusto Trinidad Martínez Ruiz el jueves día 2 de marzo de 1967, a las nueve menos diez de la mañana, en su domicilio de calle de Zorrilla, número 21, segundo izquierda de Madrid, a la edad de 93 años, completamente lúcido mentalmente y consciente de que le había llegado la hora de la muerte. Llevaba tiempo preparándose para irse al Parnaso de los escritores, porque padecía una infección renal que se complicó con una afectación de tipo circulatorio, siendo asistido por su médico de cabecera, el doctor Izquierdo Hernández, el cardiólogo doctor Vega Díaz y el especialista en riñón doctor Peña. El fallecimiento se produjo por una miocarditis arterioesclerótica. Por la tarde del día anterior a su óbito, pidió la asistencia de un sacerdote, y fue asistido por el Padre Bernardo, de la parroquia Jesús de Medinaceli.

Por la madrugada previa a su muerte, pronunció el siguiente epitafio con insistencia: «¡Cuánto cuesta morir! ¡Qué larga es la agonía! ¡Cuánto tarda en llegar la muerte! Estos son mis últimos momentos». Entre los presentes estaba su biógrafo Santiago Riopérez, quien le preguntó si le molestaba el dolor y, el moribundo respondió, «no es molesto, es penoso».

El sepelio de los restos mortales tuvo lugar a las cinco de la tarde del 3 de marzo, en la Sacramental de San Isidro de Madrid (patio del Carmen, fosa 72, fila segunda). Una vez más, las fichas del ajedrez siempre vuelven a su caja de madera. Manuel Pombo Angulo escribió:

Hoy los álamos —los álamos con plata de la plateada Castilla— se han vestido de luto. Y los pueblos llanos —los pueblos tranquilos, donde la vida se remansa al final— llenan de sombra sus rejas. Y hay una mujer más triste que en la tristeza de «Don Juan». Porque en su piso de la calle de Zorrilla —una calle antigua, cortesana, con taxidermistas y restaurantes alemanes— se ha apagado dulcemente el maestro Azorín.

Como homenaje póstumo el alcalde de Madrid, Carlos Arias Navarro, puso sobre su féretro la Medalla de Oro de la Villa y Corte al autor del libro Madrid.

El 29 de octubre de 1967, se inauguró un monumento a Azorín, obra del escultor Agustín Herrán en los jardines de la Cuesta de la Vega.

Veintitrés años después, el 8 de junio de 1990 —día del aniversario de su nacimiento— los restos mortales fueron trasladados al panteón familiar o cenotafio del cementerio municipal de Monóvar, su lugar de nacimiento hacía 117 años, donde un bronce recuerda que allí reposan sus restos. El ciclo del nacimiento y de la muerte se cierra como una argolla de tiempo irrompible.

Sí, es cierto, Azorín se fue calladito y silencioso como era él, pero nos dejó su gigantesca obra: artículos, novelas, teatro, libros, cuentos. Fue retratado por pintores de su tiempo para inmortalizarlo en la pintura, como el retrato de Zuloaga en 1941. Pero Azorín es un clásico, porque es vigente, según la definición que el propio Azorín nos dejó sobre los clásicos. Y los escritores, como los poetas, no mueren, sino que se inmortalizan.

Notas

Beresaluze, L. (2008). Azorín y don José. San Vicente del Raspeig: Editorial ECU, 124 pp.
Fernández Palmeral, R. (2017). Cincuentenario de la muerte de Azorín. Amazon, 150 pp.
Fernández Palmeral, R. (2005). Buscando a Azorín por La Mancha. Amazon, 192 pp.
Llamazares, J. (2017). Azorín. El País. Octubre, 7.
VV. AA. (2017). Azorín, clásico y moderno. Canelobre, no. 67. Alicante: Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, 325 pp.
VV. AA. (2007). Los retratos de Azorín. En la encrucijada de unas subjetividades. Pascale Peyraga (dir). Alicante: Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, 265 pp.
VV. AA. (2007). Monográfico a Azorín en el XL aniversario de su muerte, Perito (Literario Artístico), no. 11, Alicante.