Blasco Ibáñez nació el 29 de enero de 1867, en el presente año se cumplen los 155 años de su nacimiento. Blasco tuvo improperios para todos aquellos que no fueran republicanos o cercanos a sus convicciones políticas. Hombre seguro de sí mismo, aunque algo irreflexivo, fue látigo periodístico contra la monarquía, la Iglesia, los jesuitas, caciques, y, contra todo aquello que veía como una injusticia y desigualdad social. La guerra de Cuba fue uno de esos hechos históricos a los que se opuso.

En marzo de 1898, Blasco era elegido diputado de las Cortes españolas por Valencia. Ese mismo año publica La barraca, es decir, en pleno «Desastre del 98» donde, tras la guerra contra los insurgentes cubanos apoyados por los Estados Unidos, España perdió las últimas colonias de su imperio como Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam, estas dos últimas en el océano Pacífico o llamado también «lago español», firmado por el Tratado de París el 10 de diciembre de 1898. Es curioso que en la novela naturalista de La barraca, en la página 11, el maestro don Joaquín hubiera sido guardia civil en Cuba, y escribe:

¡Lo que llevaba corrido por el mundo!... Unas veces, empleado ferroviario; otras, ayudando a cobrar contribuciones en las más apartadas provincias de España; hasta se decía que había estado en Cuba como guardia civil. En fin: que era un pájaro gordo venido a menos.

Filipinas fue oficialmente entregada a los Estados Unidos por veinte millones de dólares. Guam, junto con Puerto Rico, se convierte en propiedad estadounidense y bases militares. El Imperio español tenía una premisa desde el siglo XVI que decía que, quien domina el Pacífico dominaba el mundo, como fue el Galeón de Manila durante 250 años. El desastre del 98 dio origen a la llamada generación literaria del mismo nombre, inventado por Azorín en unos artículos de 1913, donde, incomprensiblemente, Blasco Ibáñez se queda fuera de la nómina azoriniana inicial, seguramente por la enemistad que existía entre ellos.

Antecedentes históricos

Los insurgentes cubanos llevaban años de levantamientos, apoyados, encubiertamente, con armamento moderno por los estadounidenses.

El final de siglo XIX fueron unos años de insurrecciones y pronunciamientos desde el sexenio revolucionario entre 1868 con la salida de Isabel II el 28 de septiembre con barricadas en las ciudades más importantes, llamada «La Gloriosa» y, en concreto, en Valencia donde naciera Vicente Blasco, en plena revolución que lo marcaría desde su infancia para siempre hacia sus ideas de republicanismo federalista, con la fallida imposición de Amadeo I de Saboya, la I República de 1873, la insurrección de Alcoy o «Guerra del Petroli», la Restauración de Alfonso XII, las guerras con los carlistas, la de Cuba en la que llegó a haber 206,074 soldados españoles, porque con servicio militar obligatorio les salía muy barato enviar jóvenes. No obstante, este servicio militar tuvo sus restricciones; es decir, que existía lo que se llamaba «resarcimiento por pago o sustitución por otro soldado u otro», por lo que los ricos no iban, lo que suponía una evidente desigualdad. Blasco escribió sobre este tema y defendió como diputado del partido de Fusión Republicana durante siete legislaturas, que todos —hijos de pobre y riscos— fueran a la guerra (sin embargo, Blasco no hizo el servicio militar).

Guerra de Independencia de Cuba

Anterior a febrero de 1895 sucedió la llamada Guerra de los Diez Años (1868-1878) en Cuba, finalizada tras el Pacto o Paz de Zanjón entre España y el Ejército Liberal cubano. Después de estas negociaciones, Vicente García asume el cargo de presidente de la República en Armas el 15 de enero de 1878. Se traslada a Camagüey y el 7 de febrero sostiene un encuentro secreto con el general español Martínez Campos, donde acuerdan realizar una reunión de consulta al pueblo cubano para decidir si se aceptaba la paz sin independencia. La mayoría de los combatientes, desilusionados, decidió suspender las hostilidades. La Cámara de Representantes se autodisolvió para no ir en contra de la Constitución de Guáimaro que prohibía al gobierno convenios que no contemplaran la independencia.

Este acuerdo no garantizaba ninguno de los dos objetivos fundamentales de dicha guerra: la independencia de Cuba, y la abolición de la esclavitud. Las guerras cubanas siempre estuvieron apoyadas con moderno armamento por los Estados Unidos que quería anexionarse la isla. El 24 de febrero de 1895 al grito de «¡Viva Cuba libre!» estalla una enésima insurrección separatista en Cuba, esta sería la definitiva llamada de independencia, en un levantamiento simultáneo de treinta y cinco localidades cubanas, el llamado Grito de Baire, y finalizó en agosto de 1898, tras la entrada de los Estados Unidos en el conflicto con la consiguiente derrota española. Fue denominada en España como la «Guerra de Cuba» mientras que el líder cubano, el abogado José Martí Pérez (hijo de padres españoles) la llamó «Guerra Necesaria». Hubo una gran cantidad de bajas por parte de ambos bandos. Por su parte, las tropas de José Martí y Máximo Gómez entablaron un combate en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895, en el que fallecería José Martí el mayor exponente político de la revolución.

El número de soldados enviados a las Antillas españolas fue de 206,074 hombres, sin instrucción ni sanidad militares. El número de fallecidos fue de 44,389. Otros autores sitúan que la Guerra de Cuba produjo unos 58,000 muertos. Teniendo en cuenta que las pensiones a los soldados no existían y que lo que existía eran Montepíos (depósitos dinerarios de los socios), los heridos e inútiles pasaban a la indigencia y a la limosna.

El actual Régimen de Clases Pasivas del Estado tiene su origen en el Real Decreto de la Presidencia de 22 de octubre de 1926 que estableció un sistema de pensiones universal para los empleados públicos. Y unas mutualidades y seguros para compensar prestaciones médicas antes de la llegada de la Seguridad Social hasta 1963, instaurada por la dictadura de Franco, quedando excluidos militares y Guardia Civil, hasta la Ley 28/1975 de 27 de junio, sobre Seguridad Social de las Fuerzas Armadas, aunque plenamente activo desde octubre de 1978, como que se llama en el ISFAS, pagando el 30 % del importe de los medicamentos.

Los repatriados en dos semanas de barco a la península se contabilizaron 10,995 soldados inútiles y 33,808 enfermos sin asistencia médica. Efectivamente, según Thomas, el Ejército Libertador Cubano contaba, a fines de 1895, con unos 29,850 efectivos. Se trataba de una tropa muy heterogénea que quedaba organizada en columnas tan significativas como las dirigidas por Máximo Gómez en Matanzas (alrededor de 5,000 hombres), Antonio Maceo también en Matanzas (4,000 hombres) o la de José Maceo, en Santiago de Cuba (alrededor de 3,000 hombres).

Un polémico artículo: «El rebaño gris»

El 9 de marzo de 1895 Blasco Ibáñez publicará su artículo más renombrado, «El rebaño gris», en El Pueblo de Valencia, exacerbado de patriotismo, según Azzati: «Vibraciones indignadas, emociones profundas, inverosímil agudeza de observador, y tono profético, metáforas deslumbradoras, todo ello envuelto en calor de improvisación…» (Valencia, 1929, pág.118). Blasco Ibáñez pedía la autonomía de Cuba, no la independencia, para evitar que continuara la guerra y las consecuentes pérdidas humanas de jóvenes pobres, no de los ricos que no iban a la guerra porque se podían permitir el pagar la «redención» del servicio militar obligatorio —entre 6 y 8 mil reales, según las épocas en que las arcas del Estado necesitan ingresos.

Resalto del artículo «El rebaño gris» el siguiente párrafo:

…¡Viva la patria! Hace falta carne humana en los hospitales; las fiebres antillanas, el feroz vómito negro están hambrientos de víctimas, y allá va rumbo a las Antillas nuestra juventud robusta, arrancada al trabajo de los campos, a la industria de las ciudades, para caer en manigua [terreno pantanoso cubierto de maleza] o en el lecho caliente y apestado aún por el último moribundo, llamando en vano a la madre separada de ellos por miles de leguas… Quizás no sea Calleja el único responsable… 100,000 soldados enviados a Cuba sin la preparación necesaria y con el deseo de ocupar de pronto toda la isla, representa más de 20,000 llenando los hospitales a los pocos días, para ir por fin al cementerio…

Ante la campaña de Blasco Ibáñez contra las autoridades monárquicas, terminaron por decretar su encarcelación, cuando el único delito cometido por el director de El Pueblo fue el de decir la verdad de las miserias y la corrupción del sistema. Según su biógrafo José Luis León Roca: «El fiscal, don Enrique Álvarez, desencadena sobre El Pueblo una persecución tenaz. En el mes de julio de 1895 el periódico ya ha sufrido seis denuncias. Blasco Ibáñez, con su periódico, está alarmando a la oposición y, por tanto, previniéndola para que tome medidas contra él. Insensiblemente, al tiempo que crece su popularidad, se forma como una amenaza que lo va envolviendo».

Tras la publicación del artículo «En pleno absolutismo» las denuncias y amenazas toman realidad ejecutiva, y el juez dicta el auto de detención. Esta orden fue firmada el 27 de agosto, y la detención se llevó a cabo el 6 de septiembre de 1895 e ingresó en la prisión de San Gregorio, fue puesto en libertad tras pagar una fianza de don Rafael Pelayo, concejal federal de Villanueva del Grau. Su hija a la que bautizó con el nombre Libertad había nacido el 25 de marzo de ese año.

La nefasta regencia de María Cristina

El descontento general como arma ideológica era la desigualdad, porque, como he comentado, los hijos de los ricos por el sistema de redención, pagando o sustitución por otro recluta, no hacían el servicio militar obligatorio; cuando era cierto y evidente que ir a la guerra suponía un alto porcentaje de morir en los frentes.

La intensa actividad política de Blasco se manifestó en diversos mítines. No hay que olvidar que España afrontó la guerra de independencia cubana con las arcas vacías con la regencia de María Cristina —viuda de Alfonso XII—, con un endeudamiento crónico que arrastraba España desde, más o menos, del reinado de Carlos IV (1788–1808). Fue uno de los lastres del desarrollo económico del país durante el siglo XIX y la guerra no vino sino a empeorar la situación. En sus artículos conjuga la crítica política y social hacia tres direcciones. La primera centrándose en la parte más dolorosa del conflicto, la marcha de los soldados a Cuba y su regreso enfermos; la segunda criticando los festejos que se realizan en España mientras se sucede la guerra, dejando ver la despreocupación del pueblo español hacia ella; y la tercera, donde denuncia al gobierno de aceptar una guerra contra los Estados Unidos imposible de ganar.

Blasco Ibáñez creyó que tras la pérdida de Filipinas y las colonias de las Antillas se precipitaría la caída del régimen monárquico y que los presidentes Cánovas, Silvela, y de Sagasta que presidieron el gobierno durante la crisis de la Guerra de Cuba, dimitirían. Derrota por la que tuvieron inevitablemente que asumir la responsabilidad, lo que no impidió que les fuera nuevamente confiado el gobierno de la monarquía en 1901–1902. Siempre consideró el autor de La barraca que de haber habido en España una república, en lugar de una monarquía con la regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena, y de presidente del consejo de ministros Sagasta, no hubiéramos sufrido los españoles tal humillación y deshonra. En su artículo «A esos…silvelistas» de 26-VI-1898 escribe:

No caben mayores desdichas que las presentes. La monarquía nos ha traído todas [desdichas] las que son posibles. Por culpa de ella perdemos Cuba, Puerto Rico y Filipinas [no cita Guam], y lo que es peor, la nación quedará deshonrada por una derrota sin resistencia…

El duelo con el teniente Alastuey

A lo largo de la vida de Blasco fue multado y varias veces ingresado en prisión, uno de esos procesos lo fue por un Consejo de Guerra en 1896, y, también se batió a pistola en varias veces en duelos, como el célebre a muerte en febrero de 1904 en Madrid contra el teniente José Alastuey del Cuerpo de Seguridad. Vicente se libró de la acechante muerte por la suerte de llevar una correa con hebilla donde dio bala, y seguramente porque el destino le tenía reservado un puesto en la literatura universal.

Dicho célebre duelo, se debió a que Blasco, siendo ya diputado en Cortes por Fusión Republicana de Valencia, instigó en Madrid una manifestación que Blasco encabezó y que hizo necesaria la intervención de las fuerzas el orden público con sable en mano para disolverlos —como en el cuadro La carga, 1899 de Ramón Casas), por tratar el espinoso tema en el Congreso sobre el reclutamiento y reemplazo.

Por otra parte, nadie se opuso tanto a la guerra de Cuba como Blasco Ibáñez: «Que vayan todos, pobres y ricos», escribió. Y nadie como él manifestó un desacuerdo total con la marcha de la política española cuando clamó su famoso «Contra lo existente» en el momento de abandonar su escaño. Fueron muchos los artículos que escribió, que se encuentran recogidos recién en un libro titulado: Artículo contra la guerra de Cuba, Ediciones León Roca, Valencia, 1978. Prólogo y recopilación de J. L. León Roca.

Profundizando en la biografía de Ibáñez, encuentro que fue perseguido, y encarcelado por decir la verdad en El Pueblo de Valencia. No merecía la pena perder tanta sangre española para que unos ricos se hicieran más ricos.

La barraca, 1898

En este ambiente prerrevolucionario y de descontento Blasco Ibáñez escribe La barraca, novela de desgracias al gusto de la época, de estilo naturalista y de tesis o ideológica, al estilo del francés Emilio Zola, autor de Germinal, en un ambiente minero en Francia. El problema que plantea Blasco en su novela de tema valenciano es la explotación de las tierras por los arrendatarios huertanos valencianos de Alboraya por los amos que vivían del arriendo de la propiedad sus tierras a precio del hambre, y del abuso de los amos ante el embrutecimiento de los huertanos y su incultura debido a un anquilosado sistema social y del cultivo de las tierras. La venganza de los huertanos ante el caso de Barret que asesina al amo don Salvador, es que sus tierras no se vuelvan a arrendar por sus herederos, como una forma encubierta de revolución en la huerta, donde Pimentó es el líder revolucionario. La idea germinal de Blasco era la de «las tierras para quien las trabaja». Llega la familia de Batiste a romper el boicot impuesto por los huertanos al propietario de las tierras. Los huertanos quieren luchar contra el dueño de las tierras; sin embargo, los «platos rotos» los pagará otra infeliz familia, los Batiste, que tras el incendio de la barraca se tienen que marchar sin nada.

La novela es una tesis de revolución que dijo el propio Blasco Ibáñez en su discurso de toma de posesión de Doctor Honoris Causa en la Universidad George Washington el 23 de febrero de 1924:

La novela es tan respetable científicamente como la historia es simplemente «una historia que fue» y la novela es simplemente «una historia que pudo ser». Digámoslo de otra forma: «la historia es la novela vivida de los pueblos» y la novela es «la historia particular de un individuo o de una familia.

En este ambiente de ideas revolucionarias Blasco Ibáñez como director, periodista, propietario y tribuno del diario matinal El Pueblo escribe numerosos artículos contra la guerra de Cuba, en la que era partidario de darle la independencia para evitar tanto derramamiento de sangre de los soldados y Guardia Civil destacado en la isla. Una isla que pertenecía a la Corona de España desde que llegada de Colón en 1492.

El incendio del crucero de guerra «Maine»

La Guardia Civil permaneció en la isla hasta el final de la guerra de 1898 e independencia en 1902, tras la intervención de los Estados Unidos con la excusa del «ataque con mina». El 15 de febrero de 1898, a las 21:40 una explosión hizo saltar al barco de guerra «Maine» por los aires. De los 355 tripulantes, murieron 254 hombres y dos oficiales. El resto de la oficialidad disfrutaba, a esas horas, de un baile dado en su honor por las autoridades españolas en La Habana. La conclusión española fue que la explosión era debida a causas internas de las calderas estallando la Santabárbara (lugar donde se guardan pólvoras y explosivos). Los españoles argumentaron que no podía ser una mina como pretendían los estadounidenses, pues no se vio ninguna columna de agua. El estadounidense presidente William McKin¬ley se negó a hacer una investigación, y, lo demás es historia con el tratado de París y la perdida de las colonias americanas.

El 20 de mayo de 1902 Cuba fue declarada oficialmente la República de Cuba siendo electo como presidente Tomás Estrada Palma.

A finales del siglo XIX llegó a haber en Cuba 5,280 guardias civiles, destacados en tres tercios. El uniforme usado era uno adecuado al clima húmedo de la isla y no usaban el conocido y napoleónico tricornio de charol, sino un sombrero. La mayoría de los servicios se hacían a caballo.

Tanto la guerra de Cuba como la guerra de África en el Rif de Marruecos en el siglo XX se perdieron porque los gobiernos no invertían en la instrucción de la tropa, excepto la Legión de Millán Astray fundada en 1920. Era carne humana que se enviaba en barco como una carga de carne de vacuno. No sabían ni cómo funcionaba un fusil. Los oficiales y suboficiales era los únicos se recibían instrucción militar en el Alcázar Toledo desde 1850. La Academia General Militar de Zaragoza se inicia con Franco en 1942. Con la ayuda norteamericana empiezan los campamentos de instrucción de tropas para alfabetizar y conducir los tanques. ¿De qué sirve un soldado que no sabe manejar el armamento, un tanque, un crucero o pilotar un avión?

Permanencia de la Guardia Civil en Cuba

A falta de soldados preparados y profesionales, el capitán general José Gutiérrez de la Concha destinado a Cuba en 1851 lee los reglamentos de la recién creada Guardia Civil desde el 13 de mayo de 1844 en tiempos de Isabel II, y escribe un proyecto y un reglamento similar para las tropas destacadas en la isla caribeña. Una fuerza militar profesional muy codiciada, aunque cara según los gobiernos de turno. Su buena amistad con Francisco Javier Girón y Ezpeleta, duque de Ahumada y fundador y director de la Guardia Civil le recomendó como instructor a uno de sus más próximos subordinados, el capitán del Cuerpo Agustín Jiménez Bueno, para hacerse cargo del primer tercio cubano, y le permitió trasladar el espíritu particular del Instituto armado bajado la premisa del honor. Puesto que: «El honor ha de ser la principal divisa del guardia civil; debe por consiguiente conservarlo sin mancha. Una vez perdido no se recobra jamás». Así dice el primer artículo la Cartilla fundacional de la Guardia Civil, que actualmente permanece en vigor.

La creación de la Guardia Civil en Cuba en 1851 responde al interés del Gobierno español por controlar con eficacia el territorio de las Antillas, y la implantación de una administración que servía también para controlar políticamente el país y proteger a las instituciones de la monarquía isabelina. La presencia numérica de la Guardia Civil como defensa del orden público fue más superior en las Antillas (incluido Puerto Rico) que en la Península, debido a la situación de sublevación separatista y «bandidos», más las constantes protestas campesinas. Con el Instituto la presencia del Estado español estaba garantizada.

En 1871 se constituyó el tercer tercio en Sancti Spíritus y en 1873 el cuarto de Puerto Príncipe que sumaban un total de 3,750 efectivos. Participó en los combates con el ejército, abandonando la isla en 1898.

Notas

Aguado Sánchez, F. (1984). Historia de la Guardia Civil. Madrid: Ediciones Históricas.
Alós Ferrando, V. (1999). Vicente Blasco Ibáñez. Biografía política. Valencia: Instituto Alfonso el Magnánimo.
Godecheau, F «La Guardia Civil en Cuba, del control del territorio a la guerra permanente (1851-1898)», Mundos Nuevos.
Lagén Coscojuela, A. (2018). La Guerra de Cuba (1895-1898). Final de Grado.
Roca, J. L. (2002). Vicente Blasco Ibáñez. Ayuntamiento de Valencia.
Viana, I. (2018). «Indigentes y vagabundos: el humillante destino que España reservó a los soldados regresados de la Guerra de Cuba» ABC, Historia. Junio, 12.