“Queridos vecinos de urbanización: sepan que les odio a todos, es de muy mala educación no saludar y ya ni hablar de no responder al saludo”. Este mensaje lo leí hace un par de semanas en Twitter. Por un momento pensé que lo había escrito yo misma, y no. Pero me alegra saber que hay más gente que tampoco comprende cómo alguien que pasa a nuestro lado todos los días, nuestros propios vecinos, agachan la cabeza cada vez que nuestros caminos se cruzan en el parking, el jardín o el portal. Llámenlo mala educación o incivismo, pero lo sorprendente es que sucede en una casa de vecinos de clase media/alta. Gente con carreras universitarias y, supuestamente, una buena educación. Pero está claro que el día que daban la clase sobre principios básicos de la educación/convivencia vecinal ellos hicieron pellas.

A ver, ¿tan difícil es decir hola? ¿Tanto cuesta sonreír? Esta actitud, desgraciadamente, se puede extrapolar a otros ámbitos de la vida cotidiana como una tienda o, por ejemplo, la oficina de Correos. El otro día, sin ir más lejos, me acerqué a la oficina de mi distrito a enviar un paquete, y puedo asegurar que a la mujer que me atendió solo le faltó clavarme su bolígrafo en la mano. Que sí, que un día malo lo tiene cualquiera, pero cuando son dos, tres, cuatro y así hasta infinito... Está claro que simplemente esta señora no es agradable, pero tampoco es muy educada. Porque yo me deshice en buenas palabras: “Muy buenos días”, “Muchas gracias”, “Por favor” y ¿cuál fue su respuesta ante mis amables frases? Ninguna.

Y ya que mencionaba lo del incivismo, hay un momento concreto en el que estarán conmigo que nos volvemos egoístas y solo pensamos en nuestro propio beneficio sin importarnos lo más mínimo si nuestros actos perjudican a los demás. ¿No piensa el conductor que aparca ocupando medio paso de cebra que hay personas que pasan con carritos de bebé que apenas caben por el hueco que han dejado? ¿Y por qué siempre se acelera cuando un conductor se quiere incorporar a un carril como diciendo “delante de mí no te vas a poner”?

El otro día me vi en una situación totalmente incomprensible. Tras hacer la compra, me dirigí al parking del supermercado cargada de bolsas, cuando me encuentro con que un señor ha decidido aparcar su 4X4 junto a mi coche, pisando de tal manera la raya blanca que delimita las plazas que me impedía pasar con las bolsas (y sin ellas) para colocarlas en el maletero. Pero lo más gracioso es que el susodicho incívico personaje estaba dentro del coche, mirando ensimismado su móvil, mientras sus hijos en el asiento de atrás veían una película en las pantallas de sus asientos. Vamos, que o bien estaban esperando a que la madre saliera con la compra o habían decidido pasar la tarde en el parking, algo poco probable. Pues no se crean que se inmutó al ver la dificultad con la que yo cargaba mi coche. Le puse un par de caras de disgusto, incluso comenté en alto lo indignada que estaba, pero preferí no decirle nada porque tenía prisa y no me apetecía tener una discusión delante de unos niños.

Y así podría seguir enumerando diferentes ocasiones en las que, en el día a día, no dejo de sorprenderme de lo incívicos que nos hemos vuelto. Me incluyo por si algún día me despisto y se me olvida saludar a un vecino, aunque como ya le contesté a aquella tuitera indignada “yo prefiero seguir saludando para no ponerme a su altura”.