Oh, poderosa estulticia. ¿Qué estás haciendo? ¿Cuál es el motivo por el que te propagas más rápido que la roya amarilla en el trigo? ¿Cómo es posible que tu presencia siga gobernando la mentalidad de aquellos que ya no pueden esgrimir el analfabetismo como excusa? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Cómo has llegado a conseguir que la gente elija emocionada a sus verdugos como en una gala de televisión cutre? Hemos llegado a un punto en el que la estupidez debería ser considerada una de las causas de mayor preocupación para la sociedad. Pero no lo es. Y el futuro de la sociedad intelectual pasa por abandonar esta imbecilidad enquistada.

Tenemos que descubrir otra vez el fuego que nos devuelva la chispa. Que nos devuelva a la actividad cerebral de calidad y nos saque de este letargo donde algunos, en lugar de decidir no ser robados, eligen en urnas a su ladrón predilecto. Algunos obvian años, siglos, de investigación médica para poner en peligro la salud mundial sustituyendo las vacunas y los antibióticos por agua y espiritualidad mal entendida. Defecándose en la pobreza real de aquellos que no pueden acceder a las medicinas, las rechazan con argumentos que no son más que una minúscula partícula de razonamiento (más o menos acertado) diluida en toneladas de estupidez.

¿Hasta cuándo va a durar el rollito bio-eco irracional y peligroso? Una cosa es no consumir el planeta como un fumador apura su cigarrillo una noche fría de invierno, a caladas profundas que lo agotan en segundos, y otra cosa es negar la realidad, directamente. Luego soy yo la utópica, pero en el universo maravilloso de los veganos, los anti-vacunas y los ecologistas hasta la hipérbole, el mundo de aquí a unos años estará poblado por cuatro y no por los nueve mil millones de personas que auguran todos los organismos internacionales. Porque hace falta mucho, muchísimo terreno para producir alimentación ecológica para todo el planeta. Y me parece que aunque hayan descubierto agua en Marte, el vecino de la Tierra aún no está preparado para ser nuestra despensa agrícola (ni probablemente lo esté nunca).

También me inquieta, a la par que me divierte por lo simple e ingenuo, que los mismos que se alimentan a base de algas importadas de Asia, afirmando que producir carne para alimentación humana atenta contra los derechos de los animales, no tengan en cuenta la profunda y oscura huella ecológica que el transporte de su exquisita y ecológica –sí, seguro- alimentación deja en la Tierra. Lo más ecológico para el planeta es consumir lo que tienes más cerca, es de cajón, pero el mundo no funciona así. Y algunos bio-eco-anti, como los llamo cariñosamente, lo tienen muy claro. Funciona el postureo. Funciona decir que te preocupas por el planeta y por la salud sin informarte, asumiendo el primer dogma que escuchas por la calle. Así va.

Así va. Muchos modernos anti-vacunas ponen en peligro la vida de sus hijos (y la de los hijos de los demás) por no vacunar a sus criaturas o por tratarlos (y tratarse) únicamente con “medicina alternativa”, que de medicina solo tiene la etiqueta que le han puesto los que tienen la patente –sí, almas de cántaro, en esencia funciona como el oligopolio de farmacéuticas que criticáis… alguien está haciendo tanto dinero con vuestra estupidez como los otros con la posibilidad de curar una enfermedad-. Así, desoyendo a la ciencia, resucitan enfermedades que estaban erradicadas en esos mal llamados países desarrollados, a la par que prosperan teorías alternativas que acaban siendo peligrosas armas mortales al convencer a algunas personas para abandonar la medicina. La real.

Tal vez, y por ver un lado positivo a esta peste de estulticia disfrazada de modernidad concienciada, el movimiento que me he permitido inventar y bautizar como bio-eco-anti forma el tándem perfecto. Son visionarios. Son los salvadores, sin saberlo, del mundo (que no de la humanidad, que ya no parece merecer salvación alguna). Despreciando los avances científicos en medicina y en alimentación, los integrantes de la futura y moderna Tierra bio-eco-anti morirán a patadas, hambrientos y mucho más jóvenes. Dos problemones resueltos de un plumazo: la masificación de humanos que amenaza con asfixiar del todo al planeta y el envejecimiento de la población de los mal llamados países desarrollados. Como antaño. Qué tiempos, eh, morir de un catarro.

Tal vez se nos ha ido de las manos, ¿no? Hoy todas las ocurrencias parecen ser válidas menos aquellas que responden a la lógica del raciocinio y de la moral. Y sí, la cosa es simple. Respeta para ser respetado. Entiende para ser entendido. Cede para convivir. Abre los ojos para ver. Escucha en lugar de oír y grabar a fuego en el cerebro las palabras de otro. Lee. Lee mucho. Y piensa. Piensa, sobre todo, piensa. Hay que redescubrir el término diálogo, explorar las posibilidades de un debate de ideas y no de egos.

Creo que la clave de todo se encuentra en la sostenibilidad. Comenzar a producir de forma más limpia (empezando por la energía, que hace tiempo que descubrimos las fuentes renovables pero…; siguiendo por la alimentación, sin despreciar los avances de la técnica que permiten incrementar productividad) y, sobre todo, a consumir de forma más limpia. Y claro que hay que hacerlo en casa, pero también hay que exigir a las empresas y organismos de todo tipo que lo hagan. Porque no hacemos nada si nos tragamos el cuento de que es tu cigarrillo el que contamina (que lo hace, tanto el medio ambiente como tus pulmones) sin importarnos cuánto contaminan (legal o ilegalmente, por lo visto) las empresas que tienes al lado de casa. Un poco de cordura, por favor. Os lo pide una loca.