Hipócritas. Sois unos hipócritas. Es lo que piensa su cabeza mientras sus labios sonríen falsamente a su jefe, que se jacta ante un socio de lo maravillosas que son las empresas como la que él dirige. Tan magnánimas y comprensivas, tan profesionales y competentes, tan transparentes. La humildad que desprenden sus palabras al criticar a quienes los critican no cabría en este folio. Ellos, luz. El resto, oscuridad. El repaso de logros propios y fracasos ajenos continúa ante sus ganas de vomitar o llorar o todo a la vez. Asiente con la mirada perdida, es impresionante, efectivamente, lo espectacular que ha sido el desarrollo económico de la empresa, lo solventes que son, lo bien que lo han hecho, lo mucho que ganan y reparten entre la “chusma” que, a pesar de sostener el engranaje que paga sus comilonas y sus cochazos, son incapaces de entender la envergadura de lo que ellos, los “directores y consejeros”, manejan diariamente en sus cerebros. Pobres ilusos, que reciben migajas y se preocupan por dar de comer a sus hijos e intentan (porque no es fácil) vivir dignamente. Pobres, que no comprenden que “esto” es mucho más importante que sus ingresos mensuales. El crecimiento de la empresa, que la gente se maraville con las historias de sus hazañas, aunque luego se apague lenta e inexorablemente al empezar a trabajar allí. Al descubrir la ponzoña que se oculta bajo la máscara y las golosas palabras que no se corresponden con los actos. Al destapar que todas las acciones denominadas de “economía social” acaban generando una alta rentabilidad, enormes beneficios económicos, no tanto humanos, y siendo financiadas, gracias a las subvenciones, con dinero público… sí, de ese que las empresas españolas defraudan en paraísos fiscales pero que a los asalariados les quitan sí o sí de la nómina. De ese que le perdonan a las compañías para que sigan generando “empleo” y “actividad”, pero no perdonan a los trabajadores para que puedan vivir sin sentirse constantemente estafados. De ese que han regalado a las entidades bancarias que estafaron y robaron pero no disculpan al ciudadano de a pie.

¿Cómo crece una empresa en este país al que le gusta sentirse civilizado, desarrollado, potente, fuerte? ¿Cómo se enriquecen los gestores de empresas o instituciones públicas y privadas? Robando. De toda la vida. A unos o a otros, pero apropiándose de lo que no es suyo. Como el incremento que le correspondería a un salario por la subida del IPC, que la dirección decide invertir desde hace años en “capitalizar” la empresa sin preguntar al asalariado en cuestión. A cambio, entregan un papel con la validez de un cromo, sin firma del director ni notario alguno, sin ningún tipo de valor jurídico o legal, en el que dicen que lo devolverán en cinco años con intereses. Igual en cinco años muchos de esos empleados están ya bajo un puente ante el endeudamiento al que la exigua paga que reciben les obliga a meterse. Su facturación aumenta a medida que les despojan de la ilusión que un día tuvieron al comenzar a trabajar. Defraudando sus categorías laborales, que aparecen “malversadas” en los contratos. Pagándoles como si hicieran un trabajo con mucha menos responsabilidad y menos exigencias que el que realmente desempeñan. Usurpando su motivación y sus ganas de levantarse cada día. Sustrayendo de sus experiencias las capacidades y formación según convenga a las exenciones fiscales. Abaratando su valor hasta llegar a un mínimo coste que, sobre todo, se está cargando muchas autoestimas. Según ellos, los “directores y consejeros”, es normal que la empresa intente ahorrarse unas perras contratando a técnicos profesionales y pagándoles como a auxiliares administrativos o como a mozos de almacén. Da igual que sean ingenieros o economistas o psicólogos (y ejerzan como tal). Para ellos, es normal que los empleados asuman que las cosas funcionan así y que si no aceptan, otros lo harán. Y no hay que darle importancia. Porque ya lo compensarán no echándoles a la calle y subiendo dos céntimos eso que llaman salario pero no son más que migajas resultantes del enrome pastel obtenido gracias al trabajo de esa masa de “auxiliares” y “mozos” que, en realidad, desempeñan puestos técnicos.

Señalan, desde su atalaya de “empresa de economía social profesional, seria y solvente” a las que, según ellos, son las malas de la película. Otras empresas sin ese componente tan… humano. Allí sí se preocupan por los problemas sociales, y de hecho contratan a más mujeres que hombres (por eso de la desigualdad de género) para meter facturas, coger el teléfono y limpiar… porque para dirigir departamentos siguen siendo seleccionados principal y sorprendentemente los hombres. Todo un ejemplo de modernidad, igualdad y responsabilidad. También son muy sensibles a los problemas de marginación racial, por eso contratan a muchos inmigrantes para los centros de producción y las fábricas… aunque en media década nadie haya visto a personas de otra raza o nacionalidad en las oficinas donde se pasean los peces gordos. Esa igualdad rancia que sólo sirve para la foto, pero que no es real.

Lo peor de todo es que lo creen. Creen que son buenos, tanto que se piensan mucho mejores que sus empleados y que sus socios, cómo no. Las hormigas que trabajan sin descanso, por salarios vergonzosos como los empleados o invirtiendo sus propios ahorros para sacar adelante las explotaciones en el caso de los socios, no llegan a alcanzar la magnanimidad de sus actos. Es muy humano saber que los trabajadores de la empresa no llegan a pagar sus gastos mensuales y que, mientras los gestores viajan por el mundo a costa de esos sueldos exiguos e innumerables ventajas fiscales, los demás deben conformarse con irse a la casa del pueblo. Y contentos, que al menos tienen vacaciones. Contentos, porque deben ir felices allí donde son devaluados hasta hacerles sentir inútiles. Callados, pues en realidad y desde sus elevadas perspectivas, esas hormiguitas son unas privilegiadas por tener un trabajo que otros no tienen, en una empresa tan maravillosa y comprensiva, con una compensación económica que, aunque no llegue para vivir, otros no perciben… E hipócritas, sobre todo hay que ser muy, muy hipócrita (casi tanto como ellos) para no perder ese empleo que apenas permite comer.