En la última encuesta de Gallup en Europa resulta que un gran sector de los ciudadanos considera que los judíos hablamos demasiado sobre el Holocausto. Claro que ellos preferirían, en vista de su colaboración e indiferencia, que no lo hiciéramos. Sin embargo, esta hostilidad no entiende que para las víctimas de genocidio, ya sean judías, armenias, mayas, tutsis o serboislámicas, las cosas son muy distintas. Por eso no podemos callarnos, como lo hicieron ellos cuando el genocidio iba de viento en popa.

He recibido uno de los libros Yiskor sobre el pueblo de mi madre, Dlugosiodlo, en Polonia. Los libros Yiskor son libros de memorias que conmemoran las comunidades judías arrasadas por la maquinaria genocida alemana. Son publicados por personas que sobrevivieron y que cuentan la historia del pueblo, sus habitantes, sus costumbres y los posibles lugares y la forma en que murieron. Observo la foto de mi madre como víctima en Treblinka, uno de los campos de la muerte en que murieron un millón de judíos. Si esto es correcto (y los alemanes eran muy meticulosos en identificar a los que enviaban en los trenes de la muerte), yo no he nacido.

Los sobrevivientes no vivimos en el mundo físico de Einstein. Estamos más bien en el cuántico de Schrödinger. Existe un famoso experimento del gato vivo y del gato muerto en una caja que prueba que dos cosas antagónicas pueden, al mismo tiempo, darse. El gato puede morir si se activa un veneno o puede vivir si no lo hace. Lo que activa el veneno es un electrón que puede dispararse como bala o como onda. En caso de que lo haga como bala, mata al gato y si lo hace como onda, lo deja vivo. Según la cuántica, en la caja, como no es previsible lo que hará el electrón, el gato estaría vivo y muerto al mismo tiempo.

Los sobrevivientes de genocidios, igual que el gato, estamos, gracias al azar, vivos y muertos, nacidos y no nacidos. A diferencia de los que no sufrieron el genocidio, somos gatos que no estamos seguros de por qué no se activó el veneno. Lo único que garantiza cierta resolución que termine la angustia es nuestro papel de observadores. La teoría cuántica lo confirma: el observador (o el testigo) incide en el resultado de cómo, cuando abramos la caja, estará el gato.

Si mi madre terminó en Treblinka yo no he nacido.