La Constitución no es un instrumento del gobierno para restringir al pueblo, es un instrumento para que el pueblo refrene al gobierno, para que no llegue a dominar nuestras vidas e intereses.

(Patrick Henry)

El 18 de octubre de 2019 (18-O) el pueblo chileno, cansado de los abusos y privilegios de la oligarquía de quintrales, se manifestó exigiendo una nueva constitución que reemplazara a la pseudo-Constitución creada por la dictadura cívico-militar encabezada por el genocida Augusto Pinochet.

La pseudo-Constitución Política Chilena de 1980, es una obra de tecnócratas y no de intelectuales puesto que, de haber sido una obra de intelectuales —moralmente decentes—, hubiesen considerado el valor de la dignidad de la persona humana incorporando en la carta fundamental, por ejemplo, derechos tan básicos y esenciales como son los derechos económicos, sociales y culturales —DESC.

Hoy, estando ad portas de la elección de los convencionales constituyentes que tendrán la responsabilidad de elaborar la futura nueva Constitución Política de la República de Chile, esta corre el riesgo de ser elaborada nuevamente por tecnócratas y oportunistas, y no por intelectuales.

Tecnócrata —neologismo creado en 1919 por el ingeniero norteamericano William Henry Smith— es, en un sentido positivo, aquel profesional especializado en alguna materia económica o administrativa, que en el desempeño de su cargo y ante la toma de decisiones, lo hace al margen de consideraciones ideológicas, religiosas o políticas. En un sentido negativo, un tecnócrata es aquel profesional que piensa en términos economicistas, pues para él la persona humana es un bien fungible y consumible, es una mercancía más en el sistema político-económico neoliberal, particularmente en el modelo chileno.

Desde la dictadura cívico-militar, particularmente a causa de su modelo neoliberal, Chile se ha convertido en un país de tecnócratas en un sentido negativo, especialmente en las áreas de la economía y del derecho.

En el mundo del derecho, por ejemplo, han existido y existen notables tecnócratas del derecho, particularmente en el Derecho Constitucional, que han destacado por su aporte en asesorías privadas a diferentes organismos del Estado, a empresas privadas, y en cátedras pagadas en las Universidades, y en un sinfín de otras actividades lucrativas. Sin embargo, la realidad y la historia han demostrado que estos tecnócratas del derecho no hicieron ningún aporte real, efectivo y decente, ya sea de manera individual o asociada, para cambiar el modelo constitucional político-económico neoliberal impuesto por la dictadura, más bien han disfrutado de los privilegios del mismo. Inclusive, muchos alumnos pasaron por sus cátedras ignorando la existencia en Chile de un modelo neoliberal impuesto por la dictadura cívico-militar.

Hoy en día, muchos de esos tecnócratas del derecho enarbolan sus títulos autoproclamándose idóneos por sus conocimientos en leyes para ser constituyentes. Sin embargo, lo que se requiere para elaborar una nueva constitución son «intelectuales del Derecho» y no tecnócratas del derecho.

Un buen ejemplo de un abogado, tecnócrata del Derecho, es Ricardo Lagos Escobar, un falso socialista, defensor y promotor del modelo neoliberal impuesto por la dictadura, como muestra algunos detalles: arista Mop-Gate, crisis en Ferrocarriles, el engaño del CAE, el negociado del Transantiago, contaminación de las agua de los valles de Huasco por Pascua Lama, el 2005 validó la Constitución del genocida Pinochet, fomentó la militarización de la Araucanía, privatizó el país dejándolo a manos de extranjeros, favoreció el enriquecimiento de los AFP y comisiones fantasmas (trabajo investigativo de Gamba).

Al igual que Ricardo Lagos, existen otros tantos tecnócratas del Derecho que actualmente son parlamentarios y que han vivido por años rodeados de privilegios, burlándose de la ignorancia del pueblo.

Entonces, este tipo de tecnócratas del derecho no son idóneos y no sirven para trabajar en la elaboración una nueva Constitución.

Otro tanto ocurre en la economía, pues actualmente existen tantos economistas —más bien tecnócratas— que lucraron y defendieron tozudamente por años el modelo neoliberal, y hoy se presentan como candidatos idóneos para combatir el modelo de los Chicago Boys y elaborar una nueva Constitución.

Un buen ejemplo de un economista, tecnócrata de la economía, es Joaquín Lavín Infante, uno de los Chicago Boys que, siguiendo las ideas de Milton Friedman y Arnold Harberger, fueron los artífices del nefasto modelo político-económico neoliberal chileno. Sin olvidar al economista y tecnócrata Sebastián Piñera Echenique, y su siniestro gobierno caracterizado por las violaciones a los DD.HH.

Entonces, este tipo de tecnócratas de la economía no son idóneos y no sirven para trabajar en la elaboración de una nueva Constitución.

Por otro lado, están los oportunistas, personajes frívolos de la farándula, del mundo de los negocios —usureros y explotadores— y de la política barata, que tienen esa facultad o don innato de manipular y controlar las mentes más débiles e ignorantes del pueblo para servirse de ellos y utilizarlos como rebaño. Este tipo de oportunistas saben en su fuero interno, al igual que en la moral de Tartufo, que sus actos son indignos, vergonzosos, nocivos, arrufianados, irredimibles. Por eso es insolvente su moral: implica siempre una simulación.

Estos oportunistas, de la farándula, de los negocios y de la política barata, no son idóneos y no sirven para trabajar en la construcción de una nueva constitución.

Tanto tecnócratas como oportunistas, en su gran mayoría, sufren de hubris, aquel síndrome o enfermedad que se manifiesta en personas que consiguen mucho poder, de cualquier tipo, en un corto tiempo y no poseen las condiciones mentales adecuadas para gestionarlo, puesto que el poder no siempre está en manos del más capaz, pero quién lo ostenta y padece del síndrome de hubrisasí lo cree y termina comportándose de manera narcisista, cruel y prepotente. Si bien hubrisno es todavía un término médico, está descrito de manera magistral en la obra En el poder y en la enfermedad de David Owen, médico y político británico.

Ahora bien, ¿qué tipo de personas se necesitan para elaborador una nueva Constitución Política de la República? Se necesitan «intelectuales».

¿Qué entendemos por un «intelectual»?

En primer lugar, un intelectual no es ni un santo ni un profeta, ni mucho menos un iniciado en una orden masónica, pues los verdaderos intelectuales no se encuentran, necesariamente, en las órdenes religiosas o en los orientes masónicos.

Por ejemplo, existe en nuestro país el Instituto Chile que está integrado, entre otras academias, por la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y «Morales». Está Academia, integrada por católicos y masones, entre otros personajes, hasta el día de hoy no se le conoce un pronunciamiento «moral», serio y categórico, sobre la pedofilia y la pederastia en la Santa Iglesia Católica Chilena, ni muchos menos un pronunciamiento «moral», fundado en su sapiencia, sobre los actos de corrupción y fraude en las FF.AA. y Carabineros de Chile que, guste o no, deben ser pilares fundamentales en el orden público y la decencia de un país.

Pues bien, a modo de ejemplo, son ese tipo de intelectuales los que no necesitamos para elaborar una nueva constitución.

En segundo lugar, un intelectual es aquel que ha dedicado su vida al estudio y la reflexión crítica y adogmática sobre la realidad, buscando, en la medida de lo posible, educar en la sociedad, teniendo como factor determinante el ser un pensador implicado y comprometido con la realidad vital de su época. Otra característica que diferencia a un intelectual es su decencia al momento de actuar en la cosa pública.

Por ejemplo, existen destacados intelectuales en las universidades, en las buenas universidades, que han sido desplazados por los tecnócratas creados por el modelo neoliberal, y que tienen mucho que aportar al país en materias relevantes para la nueva constitución.

El mundo de la academia tiene mucho que decir en el proceso constituyente —excluyendo a los tecnócratas obviamente—, de hecho, es el mundo colegiado de la intelectualidad de las buenas universidades los que deberían reemplazar en este proceso constituyente a nuestra podrida clase política y parlamentaria.

Pero no todos los buenos intelectuales se encuentran en el mundo de la intelectualidad universitaria. También existen personas a las cuales la naturaleza ha dotado de una inteligencia natural sobresaliente, además de poseer una probada integridad moral, y que están presentes en muchas organizaciones sociales. Sin duda, ellos también están llamados a defender propuestas sociales en la construcción de la carta fundamental. Son los intelectuales por inteligencia natural.

Los verdaderos intelectuales, por sus mentes preclaras, no viven en el Olimpo como lo hacen los pseudointelectuales, sino que como representantes morales del pueblo escuchan a la gente común para conocer sus inquietudes y necesidades. De esta necesidad de escuchar y debatir nace la importancia de los cabildos ciudadanos, pues la nueva constitución debe contener, a diferencia de la Constitución del 80, la voluntad del pueblo.

Los cabildos ciudadanos, son una herramienta fundamental para el trabajo de los intelectuales constituyentes —antes, durante, y después— en el proceso constituyente, puesto que, como instancias democráticas de discusión y participación ciudadana, en ellos se decantan las opiniones y propuestas de las personas que viven a diario las miserias del régimen neoliberal chileno, y que servirán de insumos a los intelectuales para elaborar el contenido de la nueva Constitución.

Entonces, conscientes del mensaje que nos dejó el 18-O, es nuestro deber como ciudadanos saber distinguir al momento de elegir a los convencionales constituyentes, a pesar de la ignorancia en la cual hemos sido condicionados, entre un intelectual, un tecnócrata y un oportunista.