El otro día fui a ver El Rey León y creedme, quería odiar esta película.

La película de animación de 1994 es una de mis cintas de animación favoritas: tiene una música icónica, una animación icónica, unos personajes icónicos; toda ella es memorable y me la sé de memoria. Es una obra maestra de la animación que me hace llorar cada vez que la veo, la secuencia inicial me sigue poniendo la piel de gallina y las hienas me siguen haciendo reír.

Así que, cuando me enteré que iban a hacer una copia de El Rey León live action/realista, debo admitir que no estaba nada contenta. Entiendo que adaptar clásicos hechos hace más de 50 años o historias de dominio público, que se han adaptado miles de veces es una apuesta segura para Disney, y la mayoría de las adaptaciones que he visto están bien. No son nada del otro jueves, pero no son un copy-paste de sus predecesoras animadas. Son, en su mayoría, productos mediocres para pasar el rato.

Pero El Rey León es prácticamente la misma película, pero con leones, antílopes y demás fauna africana hiperrealista.

Tan realista que parece plenamente un documental de TVE2. Y es realmente espectacular, no me malinterpretéis. El trabajo del equipo de animación de Disney se dejó la piel para hacer que todo pareciese real.

Desgraciadamente, eso es lo único bueno que puedo decir de esta película: la animación es espectacular.

Quería odiar esta película.

Su existencia me parece un insulto a todos aquellos que trabajaron para convertir la versión en 2D en la obra maestra que es. Su existencia me recuerda que hay gente que opina que la animación es «cosa de niños» y que si no es «realista» no es digno de un público adulto.

Así que la fui a ver, lista para detestarla. Dos horas más tarde, aparecieron los créditos, me levanté de mi asiento y me fui para casa. Completamente fría y, eso sí, con ganas de ver la original.

El Rey León de 2019 tiene prácticamente el mismo guion que su hermana mayor, elecciones de dirección muy similares a la anterior y un error, a mi parecer, garrafal: ningún tipo de emotividad. Las escenas con más peso emocional las han cortado demasiado para transmitir nada o están filmadas con planos demasiado abiertos para hacerte sentir plenamente lo que sienten los personajes.

Otro problema es precisamente aquello que ensalzaba yo unas líneas más arriba: los animales son hiperrealistas, lo que significa que su rango de expresión facial y corporal está reducido al rango de expresión del animal original. ¿Alguna vez habéis visto un cálao africano transmitir emociones humanas? ¿No? Pues en esta película tampoco.

Por otro lado, el doblaje está bastante bien, pero las voces no casan con los animales.

Si quieres que toda tu película parezca un documental, que los animales hablen tiende a romper la premisa. Si esos mismos animales carecen de la posibilidad de expresar sentimientos con la cara, y sus movimientos corporales se encuentran limitados por su anatomía… Pues nos encontramos con unos animales muy monos, pero nada entrañables.

Bonito de ver, pero ¿qué aporta?

Los cambios que le hacen al guion son principalmente cosméticos, el villano no tiene ni el carisma ni la inteligencia que tenía el Scar en 1994. Nala pierde buena parte de su pillería infantil. Y las hienas pierden por completo su gracia: Shenzi se convierte en un personaje lleno de ira, Ed y Banzai son sustituidos por Kamari y Azizi, quienes tienen una dinámica muy extraña en la que uno suplica – constantemente – al otro que le deje espacio. Sinceramente lo único que me hizo gracia fue el humor meta de Timón y Pumba, pero eso creo que se debe más al hecho de que el humor meta me hace mucha gracia.

Por otro lado, la película pierde por completo la fuerza de sus colores. Al estar todo firmemente basado en la «realidad», los animadores se encuentran atados de manos y piernas a la hora de mostrar su creatividad. Yo voy a ser rey león, la icónica canción que cantan Simba y Nala al principio de la película, es una secuencia llena de color, que juega con patrones y colores vibrantes, típicos de las telas africanas. Es una escena divertida, que está ahí para lucimiento de los animadores, para entretener y poca cosa más. Con una letra inteligente y graciosa, durante dos minutos, el espectador puede disfrutar simplemente del espectáculo. ¿Qué pasa cuando todo es real? Que esos colores y esa vida desaparecen, quedando un producto deslucido y… en definitiva, marrón. Esta película es marrón. Los bichos son marrones, los escenarios son marrones y, en definitiva, la película es aburrida.

Quería odiar El Rey León de 2019. Ojalá pudiera odiarla, porque eso significaría que no han convertido una de mis películas favoritas en un producto mediocre.