A Paolo

Desde esta terraza el horizonte me parece infinito. Una vegetación salvaje y un profundo silencio me hacen sentir intensamente el sonido del mar y el aroma de las flores. Tenías razón tú, cuando dijiste que respirar el aroma de las flores hace bien a la salud. Añado, hace bien al alma. Hace bien a la vida.

La llegada

A la distancia veo un aliscafo. Yo llegué ayer. Bienvenido al puerto más pequeño del mundo. Es realmente impresionante ver a este gran barco que reduce la velocidad hasta detenerse allí, en medio del mar, para luego entregarnos a un bote más pequeño a nosotros, los cuatro o cinco relegados. El marinero, Ully, un alemán de Baja Sajonia, graduado en Psicología, que eligió vivir como un mulero en la isla. Un anciano señor que se quedó en Ginostra por amor ayer y hoy por culpa de la descendencia esparcida por todas partes: tiene una gran barba, como la que tenía Francisco. Su vida transcurre entre el transporte de pequeñas cargas que llegan aquí y las tres o cuatro personas que llegan o se van.

Desembarcar en medio del mar es realmente una aventura, y me doy cuenta solo ahora que miro desde lo alto de un barranco una nueva llegada. Parece que las personas son traídas aquí para cumplir una condena. Como si alguien impusiera la expulsión del mundo. Podrías tener todo el dinero inimaginable, pero si ese día la naturaleza no quiere, no hay retorno, no hay comida, nada de nada.

Esta mañana me di un baño. Un tímido baño. Me aferro aún a estas rocas turgentes y ásperas. Me costará, intuyo, déjame ir, pero quizás sea mejor así. Por la tarde, pasó frente a esta casa un barco lleno de turistas, desde la distancia oí la voz del guía que indicaba hacia acá. Los barcos no pueden atracar y se conforman con contar.

La casa

El panorama que se ve desde esta casa es bellísimo, valió la pena llegar hasta aquí. Ayer pensé que iba a morir. Recién llegado, la hija del guardián me dice que la siga en medio de la montaña, cargado de maletas, a pleno sol; bajo mis pies barrancos y más barrancos, sudor y latidos acelerados. Un descanso en su casa, agua, un café. «¿Ves esa calle estrecha? Tienes que seguirla hasta encontrar un portón de madera». Y lo encontré. Una terraza espectacular. Pruebo las llaves, y las acierto todas, luego cambio la disposición de las cosas. Muevo, destapo. Llevo algunas sillas afuera, mesitas. Dispongo unas velas, espirales contra los zancudos. Elijo como mi cama, una cama grandísima, como de castillo, parece un escenario, está cubierta por una enorme mosquitera de tul blanco.

Miro el mar, parece una caricia. Miro más lejos y creo que esa isla debería ser Alicudi. A mis espaldas él, el volcán Stromboli, como un hermano mayor al acecho. Faltas solo tú. Al paisaje le haría bien tu presencia. A mi vida tú le haces un bien divino.

Son las 20:15 y el sol está completando su lenta despedida. Hay un silencio lejano y el mar se pasea delante de mis ojos. La luna comienza a verse tímida y distante. Antes de que oscurezca, tomo papel y lápiz.

La isla

Esta mañana me desperté muy temprano pero después del desayuno me volví a dormir. Luego, tan pronto como me desperté, fui a la única placita de Ginostra en busca de un café. Me quedé sentado por más de dos horas leyendo un libro, después bajé a la playa. Es una playa que no conozco. No encuentro ni a Adriano ni a Rosanna. Estoy solo. Leo tomando el sol «que me servirá mañana», como dices tú. Me doy un baño cuidándome de mi apocalíptica pulcritud. Convivo con la desnudez durante varias horas. Luego leo y me quedo en silencio para contemplar...

«cada vez que miraba el mar o el fuego, podía permanecer durante horas en silencio, sin pensar en nada, sumergido en la inmensidad y en la fuerza de los elementos...».

Es de noche y tengo que volver al restorán donde voy todas las noches, para después comenzar el largo y solitario regreso entre las rocas, los barrancos y las tunas. Giro alrededor del volcán con la linterna que me ilumina, ya conozco estas calles de memoria ... primero los carbones, luego un muro de piedra con el altar de la Virgen, hasta encontrar un burro blanco, que a veces está y otras no está. En la isla hay diez burros, parecen animales sagrados ... Casi media hora después llego al portón de madera, enciendo las velas, bebo una cerveza y pienso. Frente a mí, a la distancia, un bote de pescadores se detuvo para pescar clandestinamente. Se mece el mar. Mis pensamientos se mecen. Hay una agradable brisa y la luna comienza a estar cada vez más presente.

El cuerpo

Hablé demasiado sobre el cuerpo. Tengo que vivir con mis límites. No hay conciencia que exista hasta que lo lastimas. Ayer volviendo a casa me resbalé logrando hacerme bastante daño. Este dolor ha provocado en mí una suerte de pausa, un estado de melancolía. Tener consciencia del propio cuerpo. Las heridas deben ser respetadas, tienen su propio camino. Y mientras no se recorra todo el camino, su huella te acompaña.

Hace calor pero hay una brisa fresca. Los halcones vagan sobre mi cabeza. Me duelen las rodillas. Tengo los labios con rasguños y algunas cicatrices en mi nariz. Estoy naturalmente en la naturaleza. Había confiado demasiado en mí mismo, pero la realidad está al acecho. Te empuja a resbalar cuando menos lo esperas, cuando ya has bajado la guardia, pero tal vez era necesario este paréntesis. La verdadera pausa comienza ahora. Puedo moverme poco. Puedo leer mucho. Me quedo sentado mucho tiempo contemplando el mar. Puedo pensar en ti. Puedo hacer muchas cosas. Frente a mí están Alicudi, Filicudi, Lipari, Panarea, Vulcano, Salina. Y detrás de mí la otra parte de la isla Stromboli.

Alguien ayer en el restorán dijo que hace dos días vio un ovni. El cielo, dicen, por un momento se incendió. Hay conejos salvajes aquí en el jardín. Hoy pasaron a almorzar conmigo Rosanna y Adriano. Pero yo estaba cansado. Las heridas me imponen inmovilidad. Creo que tal vez el agua del mar les haría bien. Y tal vez a mí también. Al final del día creo que lo pensaré. Ahora estoy cansado.

Una lagartija

Hoy volví al lugar donde me caí. Estaba buscando la linterna, esencial para moverme de noche. Luego vuelvo a la terraza, necesito reflexionar. Una lagartija ha escapado asustada bajo mis pies y se deslizó hacia su guarida. Pero luego volvió sobre sus pasos y se quedó observándome. También yo la observo. Ella se acerca cada vez más. Entonces vuelve a mi memoria un cuento que me contaban de niño, el cuento de la lagartija que se enamoró de la lavandera. Se reunían todos los días cerca del río. Un día el terror se apoderó de la lavandera y huyó. La lagartija, no pudiendo retenerla, apareció de improviso y se pegó a su pierna como un tatuaje. Para siempre.

La lagartija, mientras mis pensamientos fluyen, me mira fijamente, como si entendiera, y entonces le hablo. Le propongo un trato. Se lo digo en voz baja. Despacio. Cantaría una canción toda para ella si me ayudaba a encontrar mi linterna. Se lo canto. Al final, ella sube aún más y la distrae un mosquito que atrapa al vuelo. En ese momento, en otro parte cae sobre el suelo otra lagartija, pequeña, pequeña. Mi mirada se vuelve hacia ella. Ella se queda entre mí y el lugar que he descubierto, el lugar más fresco de este jardín. Me acerco y encuentro la linterna perdida debajo de un cojín. Recuerdo que no la había traído conmigo, por eso me caí. Me faltaba la luz, pensé que podía hacerlo, convencido de mis facultades. Me tumbo en el suelo, iluminando el cielo. Comienza la puesta de sol. Tengo sed.

Al día siguiente fuimos a la plaza - estaba muy oscuro - y el cielo era un espejo brillante; recostado en el suelo mirando las estrellas, hablaba de todo un poco con Adriano cuando una voz joven ahí, cerca de nosotros me preguntaba de dónde venía y le digo de dónde. «¡Ah!» exclama la chica: «también mi padre es chileno y llega mañana». «¿Y cuál es el nombre de tu padre?» le pregunto. «Rolando Toro» responde, «vive en Brasil». Rolando Toro fue un hombre extraordinario que ha dejado una huella significativa y tangible en diferentes partes del mundo.

Psicólogo y antropólogo, nacido en Concepción, fue el creador de Biodanza. Por un pelo no nos conocimos, pero despertó en mí una tremenda curiosidad.

The day after

Esta noche tuve que levantarme a cerrar las ventanas. Había un gran viento. Miré el mar y estaba muy movido. Quizás sí mañana podremos irnos. Con el tiempo así, me dijeron que aquí no se mueve una hoja. De todas maneras me gusta este sometimiento a la naturaleza. A esta naturaleza salvaje. Los habitantes (veinte residentes) querrían el puerto, la electricidad. Ojalá no llegue nunca, sería su ruina. Mientras escribo me dan tímidos destellos de sol. Hay dos hermosos arco iris. Las islas se vislumbran a la distancia. Es la paz después de la tormenta, que supongo hubo esta noche. Yo me di cuenta solo en la mañana. Son días de descanso estos. No sé si la palabra correcta sea hermosos, pero definitivamente muy relajantes. No hay teléfono, ni periódicos, solo una cita para cenar. Siempre en el mismo lugar. Me faltas solo tú. El resto es dejarse ir, pensar más de lo normal, pero sin actuar, mirar las lagartijas. Soñar contigo.

The End

Salimos de Ginostra el domingo a las 16:00. El mar era grande. Fue tremendo llegar a donde debía alcanzarnos el aliscafo, en este pequeño bote. Yo estaba muy tenso. Pero cuando finalmente estamos arriba, a pesar del viento y las olas, todo salió bien. El aliscafo se detiene y recoge los pasajeros de todas las islas hasta Milazzo. Luego el coche, una lluvia torrencial, y la llegada a Catania. Es de noche y mientras Adriano y Rosanna se duchan, yo desde su terraza miro a mi alrededor: el cementerio, la playa, el volcán, más allá una pequeña tormenta, música en la distancia, una fiesta de pueblo; a mi izquierda unos bellos fuegos artificiales. Atrás quedan las lagartijas, las tunas, el regreso nocturno, las rocas y el sonido de las olas. Aquí siento el perfume de las flores de un espléndido jardín colgante. Recuerdo el aroma de las flores (ese que es saludable ...) y me gustaría tenerte aquí. Suena el teléfono, es Claudia. Tengo ganas de verla. Querría partir hoy mismo.