Este mes he decidido meterme de lleno en un tema especialmente controvertido dentro del mundillo musical. Siendo sincero he de decir que llevo intentando evitarlo durante bastante tiempo, pero el enorme crecimiento que han tenido las bandas tributo durante los últimos años ha conseguido que se conviertan en ese elefante en la habitación imposible de obviar, así que sí, hablemos de ese elefante.

Para empezar quisiera decir que, al igual que muchos compañeros, yo también he formado parte de una banda tributo. Digo esto porque no pretendo escribir este artículo desde ninguna posición de superioridad moral, principalmente porque no la tengo, pero sí que quiero hacer una crítica razonada de lo que, en mi opinión, supone la existencia de estas propuestas para la escena musical.

Bandas de versiones y bandas tributo

En primer lugar creo que es necesario hacer una clara distinción entre lo que son las bandas de versiones y las bandas tributo. Las primeras son bandas que, incluso si su repertorio estuviese íntegramente formado por canciones de un solo grupo, no podrían considerarse tributo. Esto es porque su objetivo es tocar esos temas bajo su propia denominación como banda; en muchos casos esos covers están calcados de los originales y en muchos otros son aproximaciones creativas a esos temas, dándoles su enfoque personal. En ningún momento pretenden imitar al detalle a otros músicos, sino tocar temas populares siendo ellos mismos.

En el caso de las bandas tributo, lo que se pretende es imitar lo más perfectamente posible no solo las canciones, sino también el aspecto, la actitud y el show de esos músicos famosos. Cuanto mejor sea la imitación, más valorado será el tributo. Al fin y al cabo se trata exclusivamente de eso, de imitar, de dar al público la sensación de que están viendo al grupo original sin aportar nada de su propia cosecha.

Aquí me gustaría hacer una excepción dentro de los grupos tributo; me refiero al tema de los musicales como es el caso del musical de ABBA, en el que a pesar de tocar un repertorio basado en una única banda, su objetivo no es intentar parecerse físicamente ni imitar los movimientos en el escenario del famoso grupo sueco, sino ofrecer un espectáculo propio.

El dinero manda

Uno de los principales factores que ha potenciado la actual generalización de los grupos tributo es el dinero. Sí, tocar en un grupo tributo suele dar más dinero que tocar en un proyecto propio y además tienen la ventaja de que no hace falta grabar ningún disco, con todo el gasto que eso supone. Esto también se puede comprobar fácilmente al ver la diferencia en el precio de las entradas así como la acogida por parte del público. Lamentablemente vemos cómo el público está mucho más dispuesto a pagar una entrada más cara para ver una imitación que pagar una entrada más modesta para ver temas originales. Obviamente esto tiene como consecuencia que muchas salas acaben llenando gran parte de su programación con este tipo de espectáculos. En el caso de los músicos, esto hace que muchos acaben optando por formar parte de un grupo tributo con el fin de pagar las facturas, pues al fin y al cabo somos personas y tenemos que comer.

En este sentido me gustaría nombrar el caso de Creedence Clearwater Revisited, una banda que cuenta con Stu Cook y Doug Clifford en sus filas, respectivamente bajista y batería de la mítica Creedence Clearwater Revival. Comento esto porque la razón de la creación de este grupo se debió a que ambos conocieron a una banda tributo de CCR que tocaba habitualmente y ganaban más dinero que ellos.

Radiofórmula

Hay una frase circulando por las redes que afirma que no ir a ver un grupo en directo porque no te sabes sus canciones es como no ir a ver una película si no la has visto antes. Personalmente me parece una afirmación que tiene más trasfondo del que aparenta a simple vista. En primer lugar porque pone el foco en la peculiaridad humana de que cuando asistimos un concierto y la banda toca un tema que conocemos y amamos, te vienes arriba y además, para qué engañarnos, a todo el mundo le gusta poder corear las canciones, algo bastante complicado si no las hemos escuchado antes –aunque no imposible-.

El segundo aspecto que pone de relevancia esta afirmación es que, en mi opinión, se le sigue dando muchísima más visibilidad a los temas clásicos por encima de las nuevas propuestas. La radiofórmula sigue apostando por los mismos temas de siempre; puede que de cuando en cuando pongan canciones de grupos emergentes, pero es eso, te las ponen una, dos veces, a lo sumo. Nada comparable con la cantidad de veces que podremos haber escuchado Hotel California o Sweet Child O’ Mine, por poner los ejemplos más flagrantes.

Lo que queda claro con todo esto es que en España hemos ido perdiendo la cultura de prestar atención a cosas nuevas. Nos hemos acomodado en un repertorio cerrado y es normal escuchar eso de que «ya no existen bandas como las de antes» -sinceramente, me produce urticaria escuchar esa frase-. Parece como si consideráramos que ya no hay nada más que aportar en aquellos géneros que existían de antes como el rock, el blues o el jazz. Aquí me gustaría valorar el género pop, en donde aún hoy siguen creándose temas que en un futuro serán clásicos, como Happy de Pharrell Williams o el Uptown Funk de Mark Ronson y Bruno Mars. Se podrá criticar el género pop por muchas razones, pero la de estancarse en el pasado no es una de ellas.

Esfuerzo conjunto

Para terminar me gustaría hacernos a todos una llamada de atención; a los músicos, al público, a las salas y a las radios. La maltrecha escena musical no va a recuperarse por sí misma. Lo nuevo necesita amigos, necesita impulso, necesita ser valorado y reconocido. La música, como la vida, necesita refrescarse para seguir adelante. La lista de grandes canciones de la historia no debería estar nunca cerrada a nuevas incorporaciones, pero eso no será posible si no ponemos todos de nuestra parte.