Soy una chica de ciudad. Crecí rodeada de coches, asfalto, altos edificios y mucho, mucho bullicio. Eso sí, a tan solo cinco minutos del mar. Ese privilegio no me lo quita nadie. He sido de las afortunadas de saber cómo huele y luce la profundidad del mar a horas claramente intempestivas: a la vuelta de un botellón (cuándo todavía era legal beber en la calle) a los bordes del paseo marítimo, o simplemente cuando me animaba a salir a correr con el sol aún despertándose.

Pero a pesar de estos pequeños privilegios que da la vida, la casualidad, el haber crecido en un lugar y no en otro, también puedo decir que para mí descubrir la Naturaleza, en todo su esplendor, ha sido algo relativamente reciente. Cuando tenía 16 años vi por primera vez una vaca. Por supuesto que había visto antes una vaca, pero no más allá de los libros de texto o algún programa de televisión. En ese viaje de fin de curso –adelantado- a Galicia tuve la oportunidad de disfrutar la Naturaleza más de cerca, con el enganche emocional que ello supone.

Ahora, a mis bien entrados 32 (ufff), me emociono como una niña cuando veo, justo cuando la oscuridad hace presencia, a un pequeño zorro corretear por las calles del humilde barrio en el que resido en Londres. Algo muy normal en esta ciudad. Los zorros, las ardillas y el continuo estrés viven de la mano en la capital británica, que ha sabido mantener a la perfección la esencia de vivir en una urbe local con la posibilidad de disfrutar, a tan solo unos metros, de los encantos de la Naturaleza. Y entre los cientos de parques y zonas verdes con los que cuenta esta ciudad, de poner el acento en el área que más me ha sorprendido esa sería el parque/bosque de Richmond.

Richmond Park es una Reserva Natural Nacional del Reino Unido, declarada Sitio de Especial Interés Científico. Con sus más de 955 hectáreas se sitúa como uno de los parques urbanos más grandes de Europa, donde es posible disfrutar del espíritu de la vida salvaje en todo su esplendor a apenas unos metros de un “pueblo” lleno de habitantes.

Nada más acceder a su interior por cualquiera de las entradas que dispone el parque a lo largo de su perímetro, la sensación de estar inmersos en plena Naturaleza, sin apenas haber abandonado la gran ciudad, es inmediata. Un cartel avisa de la posibilidad de encontrar ciervos “deambulando” por el área. No en vano, son los auténticos dueños del parque. Más de 600 ejemplares vagan, se alimentan y procrean en la reserva, que también alberga una gran variedad de otras especies animales, entre ellas pájaros carpinteros, conejos, serpientes, ardillas, ranas, sapos, escarabajos ciervo y muchos, muchos otros tipos de insectos. Además de numerosos árboles centenarios, destacados como los más antiguos de todo el Reino Unido, especialmente los robles.

Refugio real

Haciendo uso de hemeroteca, la historia del parque se remonta a 1652, cuando Charles I se refugió de la plaga que azotaba la ciudad de Londres en su palacio en Richmond. Desde entonces se convirtió en lugar de caza para la realeza. Durante las guerras mundiales fue, además, punto de estrategia y refugio.

Hoy en día, con sus casi 400 años de historia, Richmond Park cuenta con una importante afluencia de público. Especialmente los domingos, cuando el tiempo también acompaña. Numerosas familias y visitantes, en general, acuden a disfrutar de los cuidados jardines, entre los que cabe destacar la Plantación de Isabel, un impresionante jardín de arbolado que se creó después de la Segunda Guerra Mundial. El jardín se mantiene de manera orgánica, dando como resultado una rica flora y fauna.

“Vista Protegida”

Existen, además, en el parque lo que se conoce como lugares de “Vista Protegida”, desde donde se pueden observar rincones específicos o edificios históricos de Londres ubicados a kilómetros de distancia. Estos enclaves están protegidos por una ley que vigila para que no se levante ningún tipo de edificación o vegetación que impida la contemplación. Uno de estos puntos de interés es el Montículo del Rey Enrique VIII, desde donde se puede disfrutar de una de las mejores vistas panorámicas de Londres, con atención a la famosa catedral de St. Paul, a más de 16 kilómetros de distancia.

Numerosos son los encantos de este rincón protegido. Enumerarlos supondría repetir una larga lista de elogios ampliamente publicados por blogueros y páginas especializadas. Mi humilde consejo: salir a respirar aire puro. Si vives en Londres o vienes por alguna razón, ya no tienes excusas para evadir las típicas visitas guiadas y descubrir más allá. La sensación de libertad que ofrece este paraje te sorprenderá.