La democracia deliberativa entendida en su acepción esencial1, posee un potencial importante en un contexto post-populista, más aún en un entorno político aun polarizado que requiere la negociación entre opuestos. A diferencia de la década pasada, la primera mitad de los años 2020 confrontará el modelo periclitado del centralismo iliberal frente a tres problemas esenciales: una economía postpandemia, la crisis climática y un mundo multipolar de poderes belicistas.

De tal manera que, abriéndonos al futuro, el fortalecimiento de los mecanismos de la democracia deliberativa en las sociedades post-populistas, requiere tener comprendidos sus atributos y los problemas locales para actuar en base a las virtudes aplicables en su contexto.

No obstante, entre los problemas que caracterizan a esta forma de democracia, destacan la falta de nivel cultural entre los sujetos llamados a la deliberación, y su limitado espacio de aplicación. Otro problema relevante es que una estructuración política efectiva debe estar vinculada con la democracia real, que está constituida por elites y grupos de presión (lobbies) que son estructuras no permeadas por otras visiones ajenas a su estructura partidaria fundacional, esto es así, porque sus debates son en sí mismos, «regresiones» constantes sobre los fundamentos identitarios de sí mismas. Por el contrario, un movimiento social está vinculado inicialmente -no continuamente- con la participación directa de sus miembros, quienes aportan distintas perspectivas que no proceden de un conducto jerárquico, sino semi-horizontal.

También se debe considerar que el sistema occidental democrático ha sufrido problemas y crisis de gobernabilidad en Latinoamérica que han partido desde su propio espacio económico-liberal2, a la constitución de partidos políticos de masas que han devenido en populismos autoritarios3; los estados de bienestar rezagados y debilitados por la volatilidad del sistema económico global posterior a la globalización de los 90 y los 2000 también terminaron favoreciendo políticas más autoritarias que han ido limitando las potencialidades de muchas formas democráticas, por lo cual, esta realidad histórica es usada por los menos democráticos para limitar cualquier intención de fortalecer la democracia participativa, primero criticando a las elites, para luego establecer regímenes desconectados de las bases populares.

Lo anterior es posible, debido a que los movimientos sociales confluyen en su mayoría a las ciudades, ya que la tierra ha dejado el significado que tenía en el siglo XX cuando obreros y campesinos luchaban por la misma, en una época de industrialismo que hoy ha dado paso a un post-industrialismo focalizado en las urbes y la tecnología de datos.

Así, los movimientos sociales son grupos minoritarios que buscan soluciones a demandas que no trastocan al sistema de poder global, sino solo a resabios conservadores preindustriales e industriales. Estos movimientos sociales muchas veces acaban por ser cooptados por grupos de poder que hoy usan con más frecuencia el discurso políticamente correcto, que ayer fuera políticamente incorrecto. Por otro lado, un movimiento social es una señal de falta de gobernabilidad sobre un espacio social o territorial que busca y posee características distintas a la estructura del Estado moderno constitucionalizado. Como rasgo general, un movimiento social cuestiona en sí mismo la identidad política preexistente (republicana), su legitimidad y su capacidad para dar soluciones. Lo que a su vez expone la crisis flagrante del sistema liberal frente a los modelos de corrección política.

El problema en el que caen los movimientos sociales, es que sus existencias acaban por convertirse en un fin en sí mismo, por lo cual se convierten en un gueto aislado de la realidad cambiante del mundo, limitando sus posibilidades de tender puentes con otras posiciones antagónicas4, no llegando a fortalecer proyectos más complejos, sino unilaterales, oponiéndose a toda gobernanza que no provenga del grupo de poder con el que coincidan sus políticas fundamentales.

Si bien todo movimiento social florece en un entorno liberal, la misma estructura liberal de democracia no es compatible con los caudillos, los dogmas, o la ideología única. Por lo que, el liberalismo siempre está acechado5.

No obstante, es evidente que los problemas de forma en la democracia deliberativa como: la justificación de las decisiones deliberativas, la idea de igualdad en la representación de las preferencias, la institucionalización, y el rol de competencia6, son elementos subsanables, por cuanto su encauce está sujeto, primero a la posible existencia de una estructura verdaderamente democrática7, no populista. Ya que, por fuera de una democracia real, los anteriores problemas son irrelevantes y solamente semánticos.

Debe considerarse que la democracia deliberativa considera los intereses minoritarios a un nivel más profundo que los términos de la democracia representativa8, buscándose un consenso desde abajo, iniciando los debates en el seno de la sociedad y no en las capas burocráticas o en la elite política. Esto es importante, por cuanto los movimientos sociales en el pasado han sido instrumentalizados y cooptados por el sistema político-económico más conveniente.

Respecto a lo anterior, el carácter no elitista del procedimiento por el cual se inician la construcción de las razones justificativas de una futura política pública evita aquella conformación tecnocrática y elitista que en sus errores dio paso a los populismos de derechas e izquierdas, los cuales en sí mismos significaron un paso hacia el autoritarismo9.

Una ventaja de la democracia deliberativa es su exigencia de ponentes para el debate, lo que significa que además de una posible elección azarosa, los colectivos, minorías y movimientos sociales afectados por políticas públicas respectivas, deben enviar a sus mejores ponentes y esgrimir los mejores argumentos para defender sus posturas, lo que conlleva una interacción con otras posiciones antagónicas, provocando una cascada de informaciones contrastadas que luego son revisadas por los legisladores, quienes a su vez deben negociar sobre una plataforma de datos ya discutidos, limitando la fuerza y presión de los lobbies y grupos de interés económico/político.

Una de las críticas iniciales manifestaba que esta forma democrática es más efectiva en ámbitos pequeños, no obstante el uso de la tecnología para la acumulación de perspectivas y los debates en línea podrían aumentar considerablemente la calidad y cantidad de los discernimientos argumentativos a favor de las posiciones que por efecto centrípeto, tenderían a dejar los radicalismos y los fundamentalismos, lo que es precisamente contrario al efecto centrifugo de las redes sociales actuales, que terminan por fomentar las parcializaciones y sesgos grupales.

Otra crítica es la carencia o diferencia considerable entre el nivel cultural entre ponentes de los debates, a ello, es una exigencia válida solicitar que los ponentes de cualquier grupo minoritario elijan a sus ponentes con marcos temporales prudenciales para constituir las cargas de pruebas y argumentos a ser esgrimidos. Lo que tiene otro efecto positivo, el abandono de posiciones simplificadoras, a favor de investigaciones que estarán en competencia con las del otro opuesto. La exigencia de que se elijan representantes al interior de los grupos afectados tiene que responder a la clara afectación directa al grupo, algo que no sería comprendido por una persona ajena a los intereses de un grupo minoritario al cual no pertenece.

Otra ventaja de la democracia deliberativa es que su proceso da lugar a la formación de cuadros políticos serios que están dispuestos a establecer estructuras políticas, dando espacio a nuevos liderazgos menos radicalizados, menos ideologizados, más pragmáticos y más enfocados. Esta posibilidad de interactuación entre los extremos (desde realidades distintas) fomenta la inteligencia colectiva, es un acercamiento al conocimiento del «otro».

También es destacable que se fomente la autodeterminación descentralizada del sujeto y del colectivo, lo que compatibiliza con las premisas autonómicas de una sociedad libre. Fortaleciéndose grandemente el principio de ciudadanía, más aún hoy, cuando la tendencia poblacional mundial se dirige a las ciudades como centros de vivencia y oportunidades. Así, al ser la democracia deliberativa una forma semidirecta y sustantiva, que a su vez se constituye en antítesis de los procesos centralistas dogmáticos de una ideología única, se constituye en un sistema que entrelaza de manera profunda y con puntos de anclaje, la comunidad política, las autoridades, el régimen político, las ideas pre-formativas, y las políticas adoptadas para afectación sobre la comunidad política. Por lo que, si se piensa en una forma realista de entender la democracia, ni directa que es un estado casi puro y tampoco representativa que sigue siendo el modelo fallido de los años 90, se debe trabajar en el ejercicio de la democracia deliberativa que es el entrenamiento colectivo e individual de los grupos que debatirán los problemas que ya experimentamos y que se agudizaran en el futuro, como son la crisis climática, la sociedad liquida postpandemia y un mundo multipolar heredero del carácter beligerante de la Guerra Fría.

Notas

1 Véase, Elster, J. (Comp.), La democracia deliberativa. Editorial Gedisa, 2001, pp. 129-154.; Rostbøll, C. F., Deliberative freedom: deliberative democracy as critical theory. State University of New York Press, 2008, p. 2.
2 Véase, Calderón, F. & Castells, M., La nueva América Latina, Fondo de Cultura Económica, 2019.
3 Una buena apreciación de los populismos autoritarios extendidos hacia el norte está en: Levitsky, S. & Ziblatt, D., Cómo mueren las democracias, Ariel, 2018.
4 Una interesante revisión de los movimientos sociales y su paso temporal/histórico está en: Tilly, Charles & Wood, Lesley J., Los movimientos sociales, 1768-2008. Desde sus orígenes a Facebook, Crítica, 2010.
5 Véase, Levitsky, S. & Ziblatt, D., op. cit., cap. 4.
6 Véase, Robles, J. (2011). Cuatro problemas teóricos fundamentales para una democracia deliberativa. Polis, vol. 7, (1), pp. 45-67.
7 Entendido en su conceptualización más aceptada: Sartori, Giovanni, ¿Qué es la democracia?, Editorial Patria, 1993; y La democracia en 30 lecciones, Taurus, 2009.
8 Clásicamente demostrada en: Sartori, G., Elementos de teoría política, Editorial Alianza, 1992.
9 Juan J. Linz ha trazado un sendero desde los 80s hasta inicios de los 2000, anticipando muchos de los escenarios autoritarios que sobrevinieron a las democracias liberales. Véase, Linz, J. J., La quiebra de las democracias, Alianza Editorial, 1989.; y, Totalitarian and authoritarian regimes, Lynne Rienner Publishers, 2000.

Bibliografía

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