El silencio en la búsqueda de su identidad, desde la nada al todo, pasando por sus
distintas apariencias y que se adapta, como el lenguaje mismo, pragmático en todas sus
caras.
Es el descubrimiento de las figuras literarias para dar perfil a sus sentimientos de la
forma más sutil posible, como el silencio, que puede dejar de serlo, en un suspiro.
Para averiguar, finalmente, que no hay misión, comienzas y acabas en silencio, mueres
en silencio y tus recuerdos permanecen, en silencio, dónde los cipreses un día te vieron
crecer.

En el principio era la nada,
en forma de silencio,
pero llegó el hastío
de la primera campanada,
cuando ni siquiera existía el día,
pues el silencio todo lo ensombrecía,
hasta que el horizonte le abrió paso
dejando su oscura sonrisa soterrada,
pero bien sabía el universo,
que algo oculto guardaba.

Aguantó bajo la tierra amiga
esperando un atisbo de optimismo,
en medio de la sibilante madre naturaleza
que con su recóndito silencio contrastaba.
El silencio de la penumbra
jugaba con la sombra de los cipreses
hasta que el rugido de la Sabana
floreció de repente,
y de su guerra con el silencio surgió la vida.

Entonces se creó el universo
en un silencio absoluto,
con la montaña aliada,
como testigo,
de la nada al todo
en un suspiro.

El silencio despertó de su letargo profundo
y el camino se llenó de piedras palpitantes, fuego y agua,
y en él, el silencio, conoció sus distintas formas
creando su propio trasmundo
para intentar salir ileso
en todo ese proceso
que algunos ahora llaman existencia.

De lo certero de una ausencia,
la suya propia,
tan sigilosa que su presencia,
con discreción y recato
guardó un mutismo sin alegato,
a lo incierto de su esencia.

Al principio del camino
el silencio de una pieza musical invadía cada recodo,
y la luna caía rendida ante los acordes de un pentagrama
y, con cada silencio, su plenitud
y el silencio de sus ojos serenos.

El rocío de la mañana
acariciaba su silencio,
y entre nota y acorde,
descubría el silencio del amor infinito con gran quietud
mientras la aurora boreal con su halo de misterio
vestía la ausencia de ruido
al son de un lento silbido.

Aurora de rosados dedos
su luna de pergamino preciosa tocando venía
con su inquietante melodía
mientras las ondas de la luz al beso
palpitaban encendidas
mientras el sol desgarraba las nubes
y de lava y estrellas vestía.

Por su mirada un mundo, por su sonrisa, un cielo,
-parafraseando a Bécquer-
rompió, derribó, el silencio, su muro,
¡Oh, sol! Al amor yo saludo.

Al florecer las rosas madrugaron
ante la presencia de dos enamorados.
Que tu sepulcro cubra de flores primavera
que el grito deje en el viento
una sombra de mi amor por ti.
El olor a vida de tus prados,
me obliga a sentirme unida a ti,
el olor a ceniza de tus quebrantos,
irradia mi ira,
provoca mi llanto.

El silencio entonces en un intento de símil,
hiper voló a lo más alto
alineando el rastro que le dirigía.
Le pidió disculpas mil veces a su ingenio
por dotarle de inverosímiles metonimias
por miedo de llamar a las cosas por su nombre
Mientras la luna le sonreía desde lo alto del cielo
encontró la manera de decir lo más bello
y callado, construyó una alegoría
que le acercase a la forma de no decir nada.
Pero ni mucha ilusión ni poca,
ni mucha razón ni loca,
ni mucha lucha si toca,
pudo combatir al símil e ignorar las palabras de su boca.

Rudo camino,
dulce espera,
tierna alegría,
y yo ni lo sabía,
lo que significar para mí era.
Aliteración de mis sentidos,
Si la espera se hace esperar,
Paradójica la sinestesia de mis respiros,
Si siento que ya no estás.
Todas las etopeyas que lo describían
eran imposibles de explicar
este sin sentido absurdo
que no había hecho más que acabar.

Entonces vino la tiniebla,
al no recibir la respuesta esperada,
conoció el silencio que ofende,
y la ofensa del silencio
cara.
Su condición de silencio,
le hizo convertirse en su propio espectador,
conoció su verdad
esa que nadie entiende,
y encendió su nueva realidad.

Conoció en su viaje
impostores que se hicieron pasar por amigos,
amigos que no apostaron nada.
susceptible
y el amor incondicional de una madre, la madre tierra.

El silencio de la desdicha
le hizo retroceder en su trayecto hacia ninguna parte;
se vio sin esperanza, solo y, sin mover ficha,
esperó y esperó a ver el sol de un nuevo día.

El silencio, cabizbajo, fue apagando su luz en el humedal
y, junto a la sombra de los cipreses,
esta vez, con un rugido eterno,
se fundió en un silencio sepulcral.
Y con la profundidad abismal
de un suspiro sin fondo que resbalaba entre sus manos
en un silencio eterno, acabó todo.

Por un momento
no hubo pensamiento
la nada, el vació, todo ardiendo,
la barriga de la tierra encogida,
imágenes pasaban tan rápido y tan lento
mientras la luciérnaga y el galán de noche
intercambiaban un cuento
donde de pronto cesaba
para siempre el movimiento
y todo terminaba
en el latir de un lamento,
con la mirada clavada en el sentir del viento,
que agitaba sus alas
en su último intento.

Al final del viaje
acudió a su encuentro
lo arropó con sus raíces
ante el silencio deliberado
del que no quiere oír su propia muerte.
Un escalofrío tembló
ante su cuerpo inerte.