Los humanos tenemos, tanto una capacidad como una necesidad de generar vínculos afectivos. Es esta capacidad para vincularse la que permite que nos relacionemos unos con los otros; una relación de dependencia absoluta al comienzo de la vida, hasta llegar a la interdependencia o autonomía relativa en la vida adulta.

Es tal la importancia de los vínculos afectivos en salud mental, que la experiencia vincular satisfactoria permite la regulación cognitiva del estrés y la tensión emocional. Este vínculo humano produce variaciones que, en muchas ocasiones, pasan inadvertidas, pero en otras, afloran carencia de sintonía afectiva y, en consecuencia, situaciones de malestar y alteración en el desarrollo de las relaciones.

Es de esperar que, en algunos casos, estas variaciones sean la causa de alteraciones psicopatológicas, que no siempre tienen origen intrapsíquico, sino que, con frecuencia son producto de sus interacciones contextuales, capaces de generar perturbaciones psicológicas producto de una carencia de sintonía afectiva y del advenimiento de un trauma psicológico.

El trauma psicológico

La palabra trauma produce alarma. No es para menos, atendiendo a las definiciones sobre el hecho traumático. Los distintos manuales de diagnóstico psíquico coinciden en definir el trauma como:

Cualquier situación en la que una persona se vea expuesta a situaciones de muerte reales o no, lesiones físicas graves o agresión sexual, ya sea en calidad de víctima o testigo. De igual manera, se considera trauma a cualquier exposición a una situación estresante de naturaleza excepcionalmente amenazante u horrorizante que produzca malestar profundo (DSM-V, CIE10).

Las consecuencias de estos traumas pueden llegar a ser devastadoras. Pueden y suelen ser generadores de secuelas postraumáticas severas, como ocurre con la experiencia de flashbacks de la vivencia traumática, generando gran perturbación emociona, corporal y cognitiva tremendamente dolorosa. Trastornos de ansiedad y depresiones, duelo complejo o disociación con desrealización y despersonalización, entre otras consecuencias.

La resistencia de los pacientes (y también de los clínicos) a hablar del trauma hace que la comorbilidad y la problemática general del trauma psicológico se complique aún más.

Parecería, que un trauma psíquico de notable intensidad solo es posible o tan solo ocurre como resultado de un hecho puntual terrible que pueda afectar dramáticamente a la integridad física o psíquica, o ambas, de una persona. Sin embargo, no todos los traumas son los que se definen en las clasificaciones diagnósticas descritas, ni obedecen a suceso de gravedad extrema o aterradora. Episodios concretos, como el bullying (por nombrar uno destacado y muy relevante) o más genéricos como las experiencias reiteradas de menosprecio.

Son los sucesos negativos más genéricos y continuados los que causan mayor número de traumas psicológicos. Sin duda, son los que más atendemos los psicólogos en nuestras consultas. Nos encontramos con personas cuya afectividad es de papel de seda, es muy insegura y vulnerable como consecuencia de las experiencias traumáticas vivida y, frecuentemente ocultadas durante años por los sentimientos de vergüenza y también de culpabilidad, a los que subyace la vulnerabilidad al rechazo.

La vulnerabilidad al rechazo

La vulnerabilidad psicológica es un estado mental de hipersensibilidad, y que puede resultar un factor de desregulación emocional, sujeto a una amplia diversidad de factores como la edad, el entorno social y familiar, o los rasgos de personalidad.

Al hablar de vulnerabilidad, lo más habitual es hacerlo sobre la vulnerabilidad emocional, que básicamente hace referencia «a dejarse afectar o influenciar por los acontecimientos». Los traumas afectivos están en la base de esta inseguridad afectiva. Por lo general, estos traumas obedecen a un conjunto de experiencias dolorosas, de importante sufrimiento emocional mantenidas durante un periodo de tiempo largo. Una situación de abuso continuado, una vivencia de abandono pueden ocasionar trauma afectivo, una discusión o una decepción no lo provoca, no lo es.

Existen personas con una mayor sensibilidad al rechazo que otras. Las personas en que esta sensibilidad se transforma en vulnerabilidad tienden a esperar con mucha ansiedad y miedo el rechazo en las relaciones con otras personas. Esta característica viene vinculada, en parte, con diversos efectos negativos internalizados, como ansiedad social, soledad o síntomas depresivos, y en parte con respuestas de afrontamiento desadaptativas y conductas de evitación.

Estos comportamientos, desencadenan un bucle viciado donde, finalmente, se acaba obteniendo la respuesta temida, es decir, la percepción errónea del rechazo se acaba convirtiendo en una realidad, unos pensamientos distorsionados que nos llevan a una profecía autocumplida. Por si no sabes de que te hablo, la profecía autocumplida es un proceso que provoca que la expectativa, la anticipación ansiosa, incluso, respecto a unos determinados hechos futuros concretos, aumente la probabilidad de que estos hechos ocurran.

Nuestra mente desarrolla procedimientos defensivos cuando sufre y ante la memoria de hechos, sucesos y eventos dolorosos que le han causado un perjuicio severo o grave. Y esto lo hace, no solo en relación a circunstancias que degeneren en actitudes de hipervigilancia, posesividad y evitación a partir de un hecho que atente gravemente contra la integridad de una persona, como puede suceder, por ejemplo, con las agresiones sexuales o ataques violentos, sino que también se manifiestan cuando alguien ha experimentado un trauma afectivo como consecuencia, por ejemplo, de una situación cronificada de rechazo o abandono.