¿Dónde termina el arco iris, en tu alma o en el horizonte?

(Pablo Neruda)

Somos formas condensadas luz procesada, caricias amarradas. Imposibles formaciones de carbón y ceniza, que vamos con prisa delineando y definiendo esta magia de ser.

Ignoramos la esencia que nos llama y nos sonríe. Sabemos que está ahí, pero fingimos que no lo está. Ignoramos universos mágicos, esencias de corazón profundas, momentos divinos, mientras perseguimos esta farsa, estos roles que desempeñamos, que hemos memorizado tan bien. Estas capas de adentro/afuera donde hemos fijado nuestras anclas, durante este efímero pasar por aquí.

Hoy es otro día. Regresamos del lapso de los sueños, donde «el músculo duerme y la ambición descansa» como dice el tango argentino. Aquí estoy de nuevo. El escenario es impresionante, el milagro de la vida es asombroso, con todos estos átomos, moléculas, galaxias, seres, relaciones, procesos, amaneceres, discusiones, paz, emociones y conceptos amorosos confundidos. ¡Dios mío! Tanto drama y comedia, variedad y apagones intercalados, entrelazados, tan infinita e inevitablemente. Y luego está la hermana muerte con todo su misterio, y las tantas teorías de lo desconocido, que solo se conocen, cuando se conocen.

No me estoy quejando, solo estoy notando la increíble maravilla de la vida, en estos últimos días de experimentarla. En esta mañana de silencio azul y vulnerable, sigo sin entender nada. Sin embargo, por un momento ocurre una profunda pausa de percepción sensorial, un estado de ánimo pasajero a la vez que eterno. Y mis ojos miran hacia adentro. Los juicios y las definiciones parecen congelarse, en este equilibrio eterno y efímero, donde uno siente que el ser, se asoma a la vida momentáneamente.

Donde de alguna manera hay una suspensión del pensamiento y la diferenciación, un alto a la acelerada película de la vida. Y todo es un ahora, silenciosamente sostenido por una certeza suprema. Entonces se experimenta una sensación de que en realidad uno es como un personaje en una novela. Me acosan muchas dudas sobre todos los convencionalismos existentes que me rigen. Y me convierto en un paria ante los participantes de los varios consensos, al mirar por ventanas no asignadas ni definidas.

¿Pero otra cosa puedo hacer? Hay universos que están más allá del marco del consenso, esperando a ser descubiertos. Y aún más importante, hay un amor tan profundo que parece estar fuera del alcance de todos, hasta de los poetas. Así que ahora, por un momento, atrapado en esta forma de cuerpo limitado, mi intención es orbitar cada célula y órgano, cada espacio que esté disponible, para buscar al productor de esta magia, y rendírmele de alguna manera. Pues quiero conocer al guionista de esta obra encantada de la cual soy personaje.

Los pensamientos son mariposas que pueblan la mente, precursores del autoconocimiento. Surgen de espacios oscuros, detrás de bambalinas. Su actuación en vuelo y canto cautiva nuestras energías y nos llevan a la ruina o a la risa. Se dice que estos bribones son engendrados por instintos e impresiones de antaño, cuando vagábamos vestidos de las diferentes formas concebidas en el espacio.

Así que, quién sabe lo que mis dedos están escribiendo ahora, mientras bailan a través de los símbolos alineados en filas, de este teclado, recibiendo pensamientos en ráfagas de mi mente.

La locura suele definirse como un comportamiento poco convencional derivado de percepciones inusuales. Pero la locura de amor es un caso especial. Parece manifestarse en explosiones que no pueden ser predichas o explicadas, y mucho menos entendidas o comparadas. ¿Quién sabe de dónde viene toda la resultante confusión interna? Pero las erupciones están ahí, y los ríos de lava devastan todas las vanidades y las poses, en una combustión espontánea.

Se escucha entonces un zumbido de océano en los oídos internos, un silencio ensordecedor, que no parece cesar. Una nueva vida va abriéndose paso por venas colapsadas, y la imaginación sueña con noches de vino tinto junto a plácidos lagos. Nacen conversaciones profundas, con tan solo mirar a los ojos de alguien, y aparecen anhelos sublimes, en espacios interiores iluminados por lunas adentro de uno mismo.

Todo el mundo tiene momentos así, pero pocos los reportan, ya que los otros los clasifican como extravagantes. La gente espera que uno hable sobre cosas como, el clima, los deportes, la última guerra, la política, las noticias de última hora, nuestra indignación por algún punto de vista, los chismes, la última medición de la ciencia, los impuestos, el dinero, el crimen, las vacaciones y la carrera.

Cualquier cosa, menos reconocer la magia de la vida que se percibe todo el tiempo, como las olas ondulantes que se ven desde la orilla, junto al mar. O el reflejo tembloroso del agua en un pequeño charco, cuando la mente se detiene y el tiempo se vuelve borroso, dando lugar al silencio, a la paz, a una tranquilidad libre de forma, y a la libertad de creencias y definiciones. Cuando el agua temblorosa se convierte en punto de entrada a otra dimensión, y todo se detiene y uno se disuelve en el charco, sin contexto, ni autodefinición. Sintiéndose solamente una quietud imperturbable.

En ese trance instantáneo, se revelan las cosas más importantes de la vida: esos ojos que traen luz a los tuyos, la compasión que mueve a uno a sanar, las manos de cariño que acarician a los caídos, los sonidos de la risa, las sonrisas que florecen como jardines en los rostros y el humilde reconocimiento de nuestra incertidumbre.

Las mañanas manifiestan su belleza, siempre lo hacen, pero la mayoría de las veces las ignoramos. Si, nuestros corazones deberían salir, dando pequeños saltitos de alegría, al darnos cuenta de ese maravilloso fenómeno llamado un nuevo día. Pero tendemos a dar las cosas por sentadas, como la vida y los nuevos días.

A veces, logramos escaparnos de las rutinas cotidianas autoimpuestas, y nos asomamos. Y recordamos, tantos días vividos, y damos gracias por la luz, por la consciencia, por el tejido de la vida. En esos momentos nuestro asombro ante la totalidad de todo es tan abrumador, que nos postramos en silencio, sin darnos cuenta, como lo hacen los árboles, cuando sienten la brisa mañanera, callados, en secreto.

En estos años postreros, cuando camino en la mañana, puedo ver los suburbios de la siguiente y desconocida estación, que señala el fin de este viaje. Mis articulaciones se están tornando rígidas, la mente obstinada y la memoria esquiva. Tal vez, pienso, los ángeles me estén esperando. O tal vez los mil demonios, hechos a mi semejanza, que me acompañan tras bastidores todo el tiempo.

Mi mente está llena de recuerdos, de nombres, teorías, miedos y creencias, además de las estridentes y agitadas noticias de última hora de los medios. Reflexiono sobre los muchos miles de días de este viaje. ¡Y con cuánta seriedad he perseguido tantos puntos de vista y teorías complejas mientras era sordo a los murmullos del mar y ciego a la luz de las estrellas!

Sin darme cuenta de las canciones de cuna para despertar, que constantemente entonan los océanos, ni estar consciente de la sublime belleza de la vida, que se manifiesta por todas partes con una majestad universal.

Y ustedes me dirán: «pero tenemos que ser prácticos», y sí, parece que esto es necesario, para que el espectáculo continúe. Pero al menos, deberíamos estar agradecidos por las colisiones, el colapso y la expansión, el desmembramiento y el recuerdo, la pérdida y el hallazgo, el dolor, la curación y la exuberancia, mientras perseguimos, en este carnaval eterno, las posibilidades de un abrazo y una sonrisa infinita.

A veces siento que el ser está en parto constante, dando nacimiento y fascinación a sí mismo de sus posibilidades infinitas. Que su imaginación, va galopando velozmente como un corcel desbocado a través de llanuras cósmicas interminables, alfombradas por sedimentos mágicos de polvo de luz. Y a medida que trota, va esculpiendo innumerables formas, vistas, escenarios y siluetas de personajes, en columnas energéticas y efímeras hechas de polvo luminoso de nada.

Y por un momento pasajero, todo surge y vive, como gotas-burbujas en una ola poderosa, para fundirse de nuevo en el mar. Sí, por un momento efímero de siempre, la imaginación de la existencia se disuelve en su sombra de nada y genera una cascada de gestos, erupciones, pasiones, lealtades, amoríos, ceños fruncidos, belleza, crímenes atroces, supremos sacrificios de amor, risas, alegrías, dolores insoportables, bigotes, rosas y vino. Además, de infinitas formas, tramas y subtramas, dentro de ciclos infinitos de polvo y posibilidad.

Así todo emerge como un espejismo, un majestuoso tapiz multidimensional que corre a ninguna parte sin tiempo. ¡Cuánto damos por sentado cuando desempeñamos nuestro papel en este pasar!

El silencio siempre vibra en silencio, en nuestro viaje diario, mientras nuestras palabras corren desesperadas, catapultándose desde los recovecos más profundos de la mente hasta la punta de los dedos y de la lengua. Pero en realidad estamos vestidos de botánica y sangre, nacidos de arcilla estelar radiactiva. Somos una sopa de vida, un brebaje de la existencia, donde las corrientes más profundas de su belleza y alegría se manifiestan compasivamente en abrazos silenciosos.

Sin embargo, en lugar de tomar consciencia de la magnificencia del ser, nos convertimos en un coro de balbuceos, derramando palabras desesperadamente. Incluso hasta la oración, esa aspiración más íntima de alabanza y asombro se convierte en una cacofonía irreflexiva, en lugar de una canción que nace del alma. Nuestro torbellino de egos arremolinados se multiplica en verbos acelerados, en esta burbuja azul suspendida infinitesimalmente, que inundamos de aire caliente, sin darnos cuenta de la inmensidad del universo.

Y seguimos perdidos, en la adoración de imágenes y sonidos fatuos momentáneos, y nos postramos ante los espejos y ecos de nuestra propia vanidad intelectual, perdiéndonos ese silencioso silencio que vibra en todo. Nuestra cosmovisión materialista le llama a esta confusión «normalidad» y a la percepción de la magia y la unicidad del universo, «locura».

Cuando la locura es dicha, es una necedad permanecer cuerdo.

(Meher Baba)