Cuando regresé a Chile en 1991, de inmediato intenté ver la forma de insertarme en el ambiente del cine local. Pronto me di cuenta de que había llegado tarde a la repartición de pitutos. Existía una especie de castigo hacia quienes habían pasado parte de la dictadura fuera del país. Yo salí de Chile en 1977, pero no exiliado. Solamente cuando realicé mi segundo film clandestino en Chile en 1983, durante el rodaje tuve que huir con ayuda del cónsul sueco. Así me gané una orden de detención que me impidió regresar al país hasta 1988. Caminando por Lastarrias, en dirección del mítico Biógrafo, lugar de encuentro de la gente del cine durante la dictadura, según lo que había leído en la revista La Bicicleta, que de vez en cuando llegaba a mis manos en Maputo.

Fue una gran sorpresa encontrar a Wolf Tirado, acompañado de una botella de un exquisito vino que finalmente compartimos. Wolf, estaba de paso. Tenía la intención de examinar las posibilidades de quedarse en Chile. Nos habíamos conocido en los festivales de cine de Leipzig y Moscú. Festivales a los cuales yo asistía con mis dos filmes realizado clandestino en Chile y otros realizados en Mozambique, y Wolf, con sus filmes sobre la Nicaragua Sandinista, no lo actual.

Le propuse que nos instaláramos con una productora. Entre las conclusiones a que nos condujo el sabroso tinto, fue que debíamos instalarnos en el mejor lugar de Santiago. La idea era que el espacio nos motivara, que nos hiciera sentir que estábamos en el lugar justo, que funcionara como un trampolín de nuestros deseos. Teníamos que aparentar lo que aún no éramos y lo que nunca finalmente llegamos a ser. Ese lugar top era la calle General Holley con Suecia. Éramos vecinos privilegiados del Red Pub, y del Old Boston, entre otros. Todo muy criollo como los nombres lo indican. Era el Chile de los chicago boys que nos legara la dictadura, y que tan bien hemos conservado. El Red Pub me traía recuerdos complejos de septiembre de 1983 cuando filmábamos clandestino Rebelión ahora.

Después del rodaje nocturno con integrantes de las brigadas Rodriguistas en un subterráneo en la comuna de San Miguel, alguien nos vio y denunció. Muy temprano en la mañana siguiente fueron capturados tres de los participantes. El equipo de filmación escapó fuera de Santiago. Después que el cónsul sueco no me quiso recibir ya que desconfiaba de que yo fuera casado con diplomática sueca. Fue desde el Red Pub que llamé a casa de mis padres. Mi madre al levantar el teléfono y oírme, contestó: «equivocado», y colgó. Estaba claro que yo era el objetivo. Llamé al consulado. Esta vez el excelentísimo me exigió que fuera de inmediato. Minutos más tarde, nuestro auto con placa diplomática hacía una parada en el centro de Santiago. En la esquina de Estado con Huérfanos un tipo entrega al cónsul un sobre. Era mi pasaje de Lufthansa rumbo a Rio de Janeiro. Con Wolf nos fuimos habituando a nuestro café mañanero y souer del mediodía en el barrio mientras esperábamos ansiosos que sonara el teléfono ofreciéndonos alguna pega.

No fue difícil darnos cuenta de que no sería fácil persistir en el intento. Finalmente, Wolf partió a México en busca de cumplir su sueño. Yo al poco tiempo comencé con el programa cultural de televisión, Off the Record. Lo que representó una nueva lucha, ahora era por lograr obtener auspicio para un programa de conversación cultural conducido por Fernando Villagrán en televisión abierta. Esa televisión, absorbida y manejada por el rating. No fue sorpresa constatar que el facilismo que dominaba la programación de la televisora, también lo era en la publicidad. Era conocido que por los escritorios de los creativos de las principales agencias de publicidad circulaba un VHS con una selección de los mejores spots internacionales, principalmente de Inglaterra, donde sobresalía un director de cine sueco que admiro mucho: Roy Andersson.

Estaba claro que las millonarias campañas publicitarias que se realizaban en nuestra televisión, eran copia de la inteligencia creativa de otros. Nada de eso ha cambiado, nos sigue dominando la ley del menor esfuerzo. Se repiten fórmulas ya exploradas, con los mismos personajes, rostros, que nada de interés aportan. Era común en esos tiempos que existieran programas con 30 puntos -o más- de rating. La manipulación y el engaño del llamado rating, no es otra cosa que cifras muy frágiles, muy superficiales con las cuales miden la audiencia y, a partir de esos números, establecer los mensajes publicitarios y el valor de la campaña. Son esos números los que finalmente han facilitado a las agencias de publicidad, en complicidad con las marcas auspiciadoras, convertir nuestra televisión en chabacana, vulgar, donde predomina mayoritariamente lo flaite, contagiando la sociedad. Un detalle no menor es que los políticos también precisan de estos publicistas para ser electos.

El programa de televisión cultural Off the Record, que realicé durante 28 años, y tiene un patrimonio de más de 1.400 entrevistas, a los más destacados personajes de la cultura hispanoamericana, por falta de auspicios, derivó en lo que es hoy esta revista. El primer año en papel y los siguiente en digital. Recuerdo que hace unos pocos años visité en el barrio de Sanhattan una de esas famosas y prestigiosas agencias de publicidad con la persistente idea de lograr vencer la realidad y encontrar algún producto o marca que se interesara, que se sacrificara, en apoyar nuestro proyecto audiovisual o impreso. Luego de pasar varias puertas de vidrio del moderno edificio Titanium fui recibido por il capo di tutti. El amo y señor de lo que sirve o no sirve mostrar en la pantalla, y en los medios en general.

Rápidamente expuse el objetivo de mi visita; digo rápido, debido a que los minutos de estos gurúes, valen oro. Cuando la propuesta no les interesa, rápidamente comienzan a ser interrumpidos con llamadas y señas a través de los ventanales. Mientras yo mencionaba orgullosamente que Francisco Coloane, José Donoso, Gonzalo Rojas, Bolaño, Monsivais, Poniatovska entre miles que habían pasado por nuestro programa a lo largo de los años, los azules ojos del míster navegaban en las turbias aguas de un horizonte vacío, sin fin. Estaba claro que no conocía a los nombrados. Finalmente, la pandemia terminó por sepultar nuestro proyecto dejando campo libre a la televisión flaite que debía entretener a cualquier precio a la pipol que estaba hacinada en sus hogares durante dos años.

Hoy los artistas reclaman por más dinero del Estado para el arte y la cultura. Grandes discusiones sobre el criterio a usar para evaluar los fondos que otorga el Estado a través de los concursos. Hay grandes conferencistas, verdaderos filósofos de fondos concursables, expertos que venden su expertis en llenar las postulaciones, otros expertos en analizar porque la gente no asiste al cine, a las galerías, a los teatros, y postulan a esos fondos para escribir sus análisis sobre la crisis que los afecta. Cada año lo mismo, cada gobierno lo mismo, mientras transitan inexpertos ministros tras inexpertos ministros de cultura, y nada cambia.

El país está plagado de artistas que no se preguntan y menos les preocupa si los dineros ganados en esos fondos públicos cumplen alguna función en el desarrollo cultural de la llamada gente, pueblo o ciudadano de un país donde faltan más de 500 mil viviendas, donde la salud es cara y no está al alcance de todos; ni hablar de las pensiones, donde reina una desigual calidad en la educación, donde prima una justicia que no es justa, donde la inseguridad día a día crece en los barrios segregados, donde la droga y delincuencia dominan.

La realidad que se vive en los sectores marginales es el verdadero ADN que castra generación tras generación. Es una verdadera pandemia de desigualdad. Esa realidad es el verdadero caldo de cultivo de nuevos estallidos sociales. Lo lógico debiera ser que las obras artísticas financiadas por los fondos del Estado sirvieran como materia complementaria en la formación de las nuevas generaciones. De esta forma los artistas y su arte, estarían siendo consecuente con los discursos que la gran mayoría de los artistas suelen pronunciar, pero que caen en el vacío.

Los últimos resultados de la PAES, (Prueba de Acceso a la Educación Superior), indican que 97 de los 100 mejores puntajes, corresponden a estudiantes provenientes de la educación particular pagada, y solo dos de la educación municipal. De los 10 colegios que consiguieron los mejores puntajes, 8 son de las comunas más ricas de Santiago. Mientras tanto los artistas discuten y exigen más dinero para viajar en masa a los zoofestivales de cine en Europa. Los artistas visuales se pelean por metros más, metros menos de pabellones europeos. Creo que llegó la hora de que los artistas, en su mayoría de izquierda, realmente se den cuenta que son unos privilegiados en un país donde lo esencial de la vida de la gente común, aún no está resuelto, y asumir que su arte financiado con dineros públicos debe ser un compromiso con el desarrollo de nuestra sociedad (para los peladores que nunca faltan, yo también soy de izquierda).

Son las futuras generaciones las que mañana se constituirán en las nuevas audiencias. Debemos facilitar que desarrollen sensibilidad por las artes, y el deporte. Solo de esta manera lograremos que el rating de mañana sea favorable para espectáculos y programas de calidad. De esta forma estaremos todos ayudando a provocar un mayor desarrollo cultural e intelectual en nuestra población.

El verdadero artista es aquel que no claudica ante la adversidad, ante las dificultades por lograr expresarse a través de su arte. El problema son los cientos de artistas titulados por las múltiples universidades que de forma desregulada inundan el mercado.

Hay que entender que el mundo ya no es lo que fue. La gente hoy esta formateada de forma individual, consumista, la mediocridad parece que no le incomoda. La tecnología ha traído nuevos formatos, lenguajes, adicciones. Los dos años de pandemia activaron un verdadero acelerador de partículas, que nos cambió la vida, y nos empujó al cuestionamiento de todo. El mundo líquido nos inundó. Debemos adaptarnos a lo nuevo, hay que perder el miedo a lo desconocido. La internet es lo que fue la rueda en su tiempo. La IA está en pleno desarrollo. Hay que ser vanguardista, debemos aventurarnos en nuevas soluciones y propuestas que finalmente nos lleven a cumplir los objetivos no resueltos, como la construcción de una sociedad más igualitaria, más homogénea, más democrática, más representativa de la rica diversidad que nos compone. Debemos combatir, con calidad y originalidad, la incertidumbre que domina hoy el ambiente en todo el mundo.

El vacío de contenido, el doble estándar, los discursos sin consistencia de artistas, intelectuales y académicos, que rumean en silencio por miedo a las «funas» de las redes, han permitido que la mediocridad nos domine.

El poder del marketing es tan tremendo; es una especie de combustible que nos conduce para bien o para mal. Esta realidad me lleva a recordar una anécdota sucedida en 1987, cuando filmaba The rigth to survive para las Naciones Unidas en Mozambique. Aterrizamos en Mueda, lugar muy cerca de la frontera de Mozambique con Tanzania. Cientos de niños cubiertos por la tierra que levantaba el aterrizaje de nuestro vuelo corrían al costado nuestro en la improvisada pista. El avión se detuvo a un lado del monumento en conmemoración a la masacre de Mueda, ubicado en lo que se podría llamar la plaza del pueblo.

Mueda está ubicado en un plan alto y es habitado por los Makonde. Este grupo étnico fue muy temido en el pasado colonial. Eran hábiles guerreros. El movimiento de liberación Frelimo, que luchó contra los portugueses, estaba compuesto por muchos soldados y jefes militares de esa etnia. Hasta no hace muchos años, era casi un derecho adquirido que el ministro de defensa de Mozambique sea makonde. Lo más increíble sucedió cuando bajé del avión y se me acercó un joven para ofrecerme una bella escultura de un guerrero Masái, tallada maravillosamente en ébano. Quedé descolocado, no entendía lo que me quería decir, aunque me hablaba en portugués.

La población de Mueda vivía en un completo aislamiento, solo era posible ver televisión en la zona céntrica de la capital Maputo, o sea a 1.600 kilómetros de allí. La prensa escrita, el jornal Noticias era el único periódico y no llegaba a esta región. Solo la radio se podía oír en ciertos lugares del país. En ese desierto en vida, el joven de la escultura me ofrece cambiar esa obra de arte por mis sudados calcetines nique, que era lo que él me decía, mientras apuntaba mis Nike insistentemente.

¿Era imposible creer que para este joven mis Nike tuvieran el mismo valor que su magnífica escultura de ébano? ¿No entendía que, en esa soledad, en ese aislamiento casi lunar en que vivía esa gente, este joven fuera víctima de la seducción y el poder del marketing viviendo en esa realidad tan primaria? Es algo que hasta el día de hoy no me logro explicar. Para mi placer y goce estético, dos de esas maravillosas esculturas que en el pasado inspiraron a Picasso, a Modigliani y al arte europeo, hoy adornan el rincón africano de mi casa, y digo ese par de esculturas gracias a que mi amigo Patel, quien se vio empujado a comprar otra de las esculturas -como fiel musulmán no adoran las figura-, me permite que yo las disfrute a plenitud.