¿Qué hace que perduren en el tiempo La Odisea, La Cenicienta, una fábula de Esopo, un mito griego, una leyenda nórdica o una parábola bíblica, y qué comparten estos clásicos con el reciente éxito cinematográfico La sociedad de la nieve (J. A. Bayona, 20231)? Todas son historias basadas en hechos reales o en eventos ficticios, que las generaciones han elegido transmitir al futuro para salvaguardar importantes valores universales que estas encierran. En 1972, un país de 3 millones de habitantes también enriqueció al mundo con lecciones de humanidad que algunos llaman tragedia y otros milagro.

El pasado 13 de diciembre se estrenó el último filme sobre el accidente aéreo del Fairchild 571 de la Fuerza Aérea uruguaya, rompió récords en Netflix a once días de su lanzamiento y está nominada a 28 premios cinematográficos hasta el momento. En ella se narra el periplo de 45 uruguayos que embarcaron en Montevideo rumbo a Santiago de Chile para que un grupo de adolescentes del colegio Stella Maris jugara al Rugby. Por un error de cálculo de descenso, la nave se estrelló contra un pico de la cordillera andina y dejó a 32 personas varadas en nieves de hasta -30ºC. 72 días después, 16 jóvenes continuaban vivos.

Basta con googlear las primeras palabras del título de la película para apercibirse de la enorme cantidad de entrevistas, documentales y narraciones con las que contamos hoy sobre el suceso2. También puede escucharse a muchos supervivientes que 51 años después brindan charlas motivacionales o conferencias en distintas partes del mundo. En cualquier caso, todas estas instancias destacan las lecciones de humanidad que forjaron los accidentados en la situación límite inimaginable que les tocó vivir.

Medio siglo después del acontecimiento, la historia de Los Andes es la más vista en la pantalla de 93 países que la descubren asombrados desde la comodidad de sus hogares. Para los uruguayos, sin embargo, el accidente es una experiencia impactante pero familiar que nos acompaña desde hace dos generaciones. Todos tenemos un tío, un suegro, un conocido o el padre de una amiga que falleció o sobrevivió a la montaña. Conocemos a alguna de las madres que fundaron la Biblioteca Nuestros Hijos, vemos a los héroes de la cordillera en el supermercado o en nuestras propias casas; yo misma escribo estas líneas un día después de asistir al cumpleaños del entrenador de los rugbistas accidentados y seguramente no hay un adulto en la república que no conozca la historia que hoy descubren millones alrededor del mundo.

Por eso, en estas líneas me propuse acercarme al relato «a la manera uruguaya» y compartir desde este territorio rioplatense las lecciones que con seguridad pasarán de generación en generación más allá de lo que conserven las películas y los libros.

Entre el aporte de muchas otras personas, los hijos de los supervivientes son los encargados primarios en la transmisión de la vivencia de sus padres hacia las generaciones futuras. Nadie mejor que ellos para develar las enseñanzas que ojalá nutran a muchos cuando nosotros ya no estemos. En este sentido, agradezco enormemente a Olivia Strauch3, María Eugenia Inciarte4, Gochi Páez Vilaró5 y Patricio Vizintín6 haber compartido tan entrañables palabras conmigo y con los lectores.

Preguntas y respuestas

¿Has hablado nada, poco, bastante o mucho con tu padre sobre la experiencia de los Andes? ¿Y con tus propios hijos?

Gochi Páez Vilaró: En casa se habla mucho del tema. Papá vive de dar conferencias por el mundo. Lo acompañamos mucho, siempre estamos pendientes. De hecho, yo escribí el libro Una vez en los andes para niños, con lo cual el tema en casa es recurrente… sumado a la película de La sociedad de la nieve que realmente no dejó a todos trastornados, con los sentimientos a flor de piel. No podemos parar de mirar todo lo que sale, nos dejó con ganas de preguntar y saber incluso más.

Olivia Strauch: En casa convivimos con la historia, a mi padre siempre le gustó hablarlo y compartirlo, y siempre fue muy abierto ante cualquier pregunta.

Patricio Vizintín: Como mi hija tiene dos años todavía no he hablado nada con ella, pero me puedo imaginar una situación como la que yo viví con mi hermana: en mi casa nunca hubo una instancia formal en la que nos sentaran y nos contaran qué pasó. Se dio naturalmente, mirando fotos y recuerdos, que nos fuimos enterando de la historia y fuimos consumiendo información en el día a día. Así fuimos armándonos la historia de Los Andes. Con mi hija supongo que pasará lo mismo: irá preguntando y hablará con su abuelo Tintín de forma gradual y natural cuando en ella aparezca interés e interrogantes.

María Eugenia Inciarte: Sí; desde que soy chica él me cuenta. No tengo recuerdo de cuándo realmente tomé conciencia de que papá había sufrido ese accidente, pero sí recuerdo que nos íbamos a dormir la siesta y él me contaba un cuento que era siempre el mismo: un avión venía por la montaña y chocaba (hace sonido de explosión); él me hacía ese sonido de choque en la panza mientras yo le decía: «¡papá, otro cuento!», a lo que él respondía: «es que es el único que me sé...». Y me ha contado mucho a lo largo de su vida lo vivido allá. Cosas lindas que pudo rescatar y cosas feas que vivieron. Fue muy abierto y habló mucho con nosotros y con el mundo.

¿Te parece que, directa o indirectamente, la experiencia de tu papá moldeó decisiones personales tuyas, que influye en tu vida diaria o en la forma en que enfrentas desafíos?

Gochi Páez Vilaró: Si bien no las tengo perfectamente identificadas, seguramente sí. Crecer con tanta fe, valorar el estar vivo, agradecer cada día... eso sin duda viene de ser parte de un milagro. Es muy fuerte que la vida de tu padre sea tan milagrosa y no hay vez que no les agradezca a Parrado y a Canessa por lo que hicieron. Le doy un valor muy importante en mi vida a los Andes, y con el paso del tiempo cada vez más.

Olivia Strauch: Las vivencias de mi padre en la cordillera influyeron en su forma de encarar la vida y en los valores que transmitió a sus hijos, por lo tanto, indirectamente nos marcó en muchos aspectos. Fuimos educados con mucha libertad, sin ataduras, con la idea de «hacer lo que te haga feliz». Cada uno hizo su camino, unos eligieron un rumbo más convencional; en mi caso fue lo opuesto. No sé si estará relacionado o no con la experiencia de mi padre, pero sí sé que el apoyo y el respaldo que me dieron desde casa para salir a buscar mi destino fue lo que me impulsó a hacer todo.

Patricio Vizintín: La experiencia de papá incidió en mis decisiones indirectamente, aportando sin imposición. La verdad es que nunca he tenido decisiones de vida o muerte, pero ante los desafíos de la vida me adhiero, quizás inconscientemente, a la actitud que eligió mi padre frente a los desafíos.

En este sentido me gustaría dar un ejemplo de una decisión de mi padre a la que me adherí y por la que estoy enormemente agradecido. Es una actitud que tiene que ver con los Andes: mi madre falleció de forma repentina cuando yo tenía 9 años; mi padre tenía alrededor de 40. Entre la tarde y la noche había sucedido todo: mamá ya no estaba, el velorio y el entierro ya habían pasado y yo me encontré en mi casa solo con mi padre, que estaba acompañado por otras personas. La decisión que él tomó frente a esta dolorosa situación fue seguir adelante; nos abrazó a mi hermana y a mí, nos acompañó, pero luego pasó página. No como si nada hubiera pasado, sino como manera de brindarnos un escenario donde no había lugar para la histeria, el horror o el pánico. Por el contrario, se levantó con entereza para que la vida siguiera con normalidad; él siguió trabajando y nosotros yendo al colegio. A mí todo esto me remite al momento en la cordillera cuando se enteran de que nadie más los va a buscar. Pero si bien el mundo había pasado página, para ellos esto sirvió de detonante para seguir y ser proactivos.

Pienso en esa «inconsciencia» que tenían ellos frente a los desafíos de la montaña, inconsciencia por desconocimiento. Porque si se detenían a pensarlo, nadie hubiera hecho nada. Yo hoy lo aplico como un no tener miedo, asumir la realidad como es para solucionarla o para potenciarla, para no mirar hacia el costado cuando vienen las dificultades. Mientras uno enfrente la situación con todo lo que uno tiene para dar, la conciencia está tranquila y las consecuencias no son lo más importante.

Pongo sobre la mesa la historia de mi madre como una decisión que se tomó de forma familiar, que proviene de la montaña, y que agradezco mucho a mi padre.

María Eugenia Inciarte: No sé si la experiencia de papá moldeó directamente decisiones mías porque yo crecí con eso. Me formé con ellos y con esa vivencia suya. Quizás de forma indirecta, sí: el valorar la vida todos los días, porque es un regalo, disfrutarla y dar todo por ella. Hay que merecerla, hay que gozarla, ya sea cuando estamos bien como cuando estamos mal.

¿Hay algún valor que te haya enseñado tu papá que creas que proviene directamente de su vivencia en la montaña?

Gochi Páez Vilaró: Sí. Cumplir con los procesos, que nada es imposible y que la fe alivia el dolor. También, que el humor es sanador y necesario.

Olivia Strauch: Si bien provengo de una familia cristiana, y los valores familiares son esos, mi padre desde muy chicos nos transmitió que no existe un ser superior, que Dios o como se quiera llamarlo está en uno mismo. Él en la cordillera se hizo consciente del poder de la mente; meditaba sin saber lo que era la meditación. Entonces creo que eso fue lo más fuerte que me enseñó, a sonar e ir detrás de los sueños, a creer que es posible conseguir todo lo que uno se proponga.

Patricio Vizintín: He mencionado ya alguno, pero puedo resumirlos en tres: primero, la práctica diaria de agradecer. Luego, la entrega a las personas que te acompañan. Y por último la resiliencia, palabra que está tan de moda.

Agradecer es una gimnasia que deberíamos practicar en todo momento. Papá me cuenta que cuando fueron a la cola del avión encontraron la basura, que tenía sobrecitos de té, café y envoltorios con restos de comida. Ellos se lo comían felices de la vida, riéndose con la alegría de comer, aunque sea eso. De un momento a otro todo puede darse vuelta. Y cuando las cosas se ponen bravas es importante valorar y agradecer lo que uno tiene, porque hay cosas que no se pierden nunca.

Luego, el amor y el compromiso con el prójimo, que es mi principal motivador para el deporte y que extrapolo a varios ámbitos de mi vida. Me apasiona el deporte en equipo y mi principal motivador no es superarme a mí mismo sino estar a la altura de mis compañeros, no defraudar sino cumplir y aportar a ese pacto. Diría incluso que siento más compromiso hacia terceros que hacia mí mismo (ríe).

Y en cuanto a la resiliencia, la capacidad de sufrir es uno de los valores más profundos para cuando la vida te pegue sus cimbronazos. No hay que desistir, hay que permanecer en el esfuerzo, aunque todo parezca grave. Mi padre me enseñó que la capacidad humana siempre tiene un margen más de superación; cuando parece que no hay más siempre lo hay, es la condición humana de entrega de donde sacamos satisfacción más allá del resultado. El esfuerzo no se negocia. A esto añado la importancia de mantener la calma y no caer en pánico, con lo que mi padre siempre me ayudó en momentos difíciles.

María Eugenia Inciarte: Sí. Él siempre nos dijo que no nos quejemos, que siempre se puede estar peor. Que ellos cuando estaban en el avión creían que eso era lo peor que les podía pasar y después vino la avalancha. Ellos antes de la avalancha estaban mucho mejor, y eso lo tomo para mí cuando estoy mal con algo. Podría estar mucho peor.

Y, por otro lado, siempre nos enseñó cuánto más lindo es dar que recibir. Y que para alcanzar la paz que todos buscamos hay que transitar por el camino de la felicidad, y que la felicidad no se compra ni se encuentra en cualquier lado. La felicidad hay que merecerla. Para ser feliz hay que darse cuenta de cuánto más gratificante es dar que recibir. Eso quedó grabado a fuego.

¿Y qué valores relacionados con la vivencia de los Andes de tu papá desearías que también tus hijos o las generaciones futuras incorporen?

Gochi Páez Vilaró: Sigo con la fe: vivir con fe es una maravilla. Desearía que incorporen ser humildes y agradecidos.

Olivia Strauch: De los chicos que sobrevivieron en los Andes, todos o casi todos provenían de familias conservadoras; habían estudiado en un colegio católico y por lo tanto tenían muy incorporados los valores de familia y de amistad, de solidaridad, etc. Creo que esto fue en gran parte lo que los ayudó a salir con vida, y por supuesto que todo eso se potenció en la montaña y en su vida posterior.

Durante esos 72 días mi padre conectó mucho con la naturaleza. Nos cuenta lo que disfrutaba de cada amanecer, de los atardeceres entre las montañas, del resplandor de la luna, de la nieve. Siempre nos enseñó a valorar y a disfrutar de la naturaleza: mi vida estuvo siempre llena de baños de mar, de caminatas entre las rocas, de juntar caracoles, de idas al campo, del contacto con los animales... mucha vida al aire libre. Para mí es fundamental pasar esto a las nuevas generaciones: valorar y respetar la naturaleza.

Patricio Vizintín: No soy de ir con la historia de Los Andes por delante de los valores que mencioné antes; quiero decir, no tomo la historia como si fuera una acreditación que me da una autoridad especial para hablar. En ese sentido, les inculcaría varias cosas a mis hijos, pero de forma implícita. Creo que el recorrido de los valores de Los Andes a lo largo de nuestra descendencia se transmitirá de forma natural, y para eso obviamente es bueno tener a un abuelo y a la propia historia como referencia.

María Eugenia Inciarte: Mis hijas aún son chicas y están creciendo con esto de la historia, pero sí me gustaría transmitirles lo que él me enseñó: es más gratificante dar que recibir, a ser empático, a trabajar en equipo, que siempre dos o tres pueden más que uno, el cuidado de la familia y la amistad. Y de encontrar la paz en el camino que uno siga.

¿Compartirías con tus hijos libros o películas sobre el suceso?

Gochi Páez Vilaró: Por supuesto que sí. La sociedad de la nieve la vio mi hija de 20 años y mi hijo de 8. No me gusta esconderles nada, en casa las cosas se hablan, tienen derecho a saberlo todo y a poder sentirse libres de preguntar. Tienen una relación muy linda con papá, su abuelo, y eso hace que se sientan cómodos.

Olivia Strauch: Por supuesto que sí. Especialmente La sociedad de la nieve porque, según mi padre y todos los demás sobrevivientes, es la que mejor refleja la historia y está contada con veracidad y respeto.

Patricio Vizintín: Sí, compartiría libros, películas... Las segundas generaciones ya estamos «pasando la posta» de la experiencia a las futuras generaciones y hace tiempo estoy pensando que debería consolidarse un documento que cuente fielmente la historia, con el que ellos se sientan cómodos y los que no están también queden reflejados. En ese legado que nos toca a nosotros como hijos de sobrevivientes y luego a la tercera generación, los nietos, tendremos que contar la historia cuando ellos no estén. Me encantaría que existiera ese documento, consensuado por todos, para que el relato quede considerado. La película quitó un poco de nosotros algo de esa responsabilidad.

Nosotros, la segunda generación, estamos capacitados, más que para contar los hechos tal como sucedieron, para transmitir el mensaje que queda de todo esto: las reflexiones, todas las aristas filosóficas, emocionales y psicológicas... sobre todos los componentes que no son fácticos podemos aportar nosotros. Todo esto es un legado que uno asume y una gran referencia para transmitir a nuestros hijos. Es una historia sobre el amor por la vida y por los amigos, sobre las circunstancias en las que uno aprende a amar y a entregarse por el prójimo. El amor es darse por otro.

Todo eso es lo que tenemos responsabilidad de transmitir los hijos. Los valores, más allá de la historia: darse a los demás y, cuando las dificultades llegan, seguir «subiendo la montaña», apretar los dientes y no parar. Da un poco de vértigo este desafío; entusiasma tener que contar todo esto a las generaciones futuras cuando nos pregunten. Pero a los hijos se nos dio la oportunidad de poder reflexionar al respecto y de transmitir los valores más allá de lo fáctico, que quedará en el ámbito de los sobrevivientes, de los que quedaron y el de la peli.

María Eugenia Inciarte: Compartiría algún documental. La última película puede ser muy fuerte o no, dependiendo de la edad de los niños. A mis hijas de 6 y de 8 no se las he mostrado porque todavía no saben de qué se tuvieron que alimentar, por ejemplo; no tienen edad para procesar esa información. Sí saben que su abuelo se cayó en un avión y más o menos lo que pasó allá arriba. Que para el abuelo terminó bien, que perdió muchos amigos y que con el trabajo en equipo y con mucho valor salieron dos a caminar y pudieron traer al resto de vuelta. De a poco vamos incorporando más cosas. El libro de Gochi es más para niños, por ejemplo.

Son muchas más que cuatro las personas que atesoran y transmiten los valores forjados en Los Andes desde aquel 13 de octubre de 1972. Entrega al prójimo, perseverancia frente al desafío o valorar la vida son algunos de los conceptos que atraviesan las palabras de los recién entrevistados y que la novel película también supo retratar, al parecer de los propios supervivientes. Tras años de escuchar el relato de sus padres y significarlo en sus propias particularidades personales, complementados con el aporte de todas las páginas y de todos los fotogramas creados sobre el famoso accidente, serán ellos los que transmitirán de la forma más perdurable los ideales universales que personificaron un puñado de adolescentes del país más pequeño de América del Sur.

Notas

1 La película de Bayona es la segunda adaptación cinematográfica del libro con el mismo título escrito por Pablo Vierci en 2008.
2 Entre los más conocidos están el libro Viven (Piers Paul Read, 1974), la película homónima de Frank Marshall protagonizada por Ethan Hawk (1993) y el libro del superviviente Fernando Parrado, Milagro en los Andes (2006).
3 Olivia Strauch es hija de Eduardo Strauch. Tiene dos hermanos, se dedica a la cría de caballos árabes y reside actualmente en Dubai.
4 María Eugenia Inciarte es hija del recientemente fallecido José Luis ‘Coche’ Inciarte, que tuvo tres hijos. María Eugenia es madre de dos niñas y es maestra en el colegio al que asistió su papá y el equipo de Rugby del accidente, el Stella Maris.
5 María Elena de los Andes ‘Gochi’ Páez es hija de Carlos Páez y madre de 5 niños. Su abuelo, el pintor uruguayo Carlos Páez Vilaró, fue de los pocos que mantuvo la esperanza de encontrar con vida a su hijo luego de que las autoridades dieran a todos por muertos y abandonaran la búsqueda de supervivientes, ocho días después del accidente. El artista se trasladó a Chile y nunca cesó de buscar a su hijo hasta el día del gran encuentro, el 22 de diciembre. A propósito de esta experiencia escribió el libro Entre mi hijo y yo, la Luna. La odisea de un padre en la tragedia de los Andes (Editorial Ambiente, 1982).
6 Patricio Vizintín es hijo de Antonio ‘Tintín’ Vizintín. Tiene una hermana, es padre de una niña y espera otra que está en camino.