Identidad es el conjunto de respuestas que damos a la pregunta «¿quién soy yo?». Identidad es el concepto que cada persona tiene de su individualidad y de su pertenencia a grupos; si respondemos por escrito a la pregunta «¿quién soy yo?», cada uno de nosotros puede escribir su propia lista con más de 20 palabras. Identidad es un concepto construido mentalmente con los factores propios que cada persona tiene de sí mismo y de sus semejanzas y/o diferencias con otros; incluye rasgos físicos, costumbres y valores; entre ellos pueden encontrase: religión, casta, equipo de futbol, orientación sexual. Todos ellos son factores construidos en la cultura en que se vive y pueden cambiar a la largo de la vida de una persona o trasladándose a vivir en otro lugar.

La identidad es el conjunto de rasgos de un individuo o de un grupo que los caracteriza entre sí y/o los diferencia de otros. Cada individuo pertenece simultáneamente a varias «identidades» sociales (familia, escuela, iglesia, equipo deportivo) no necesariamente opuestas entre sí. Cada «yo» es único y diferente de los demás, pero si quiere relacionarse con los demás tendrá que cooperar y compartir. Tenemos un yo corporal, un yo psicológico y un yo social.

¿Para qué nos sirve?: la conciencia de identidad personal permite al individuo sentirse único y escapar del entorno, distanciarse y tomar decisiones por si mismo.

¿Cómo se construye la identidad?

La persona no nace bajo una identidad, la va construyendo mientras se relaciona con otras personas (Blumstein, 1975); la persona es especialmente manipulable durante la infancia y adolescencia, de ahí el interés de los gobiernos por «civilizar» a los adolescentes dentro de las aulas. Los poderes dominantes pueden orientar esa identidad hacia cooperar (solidaridad, todos ganamos) o hacia competir (yo bueno, tú, malo; oposición/diálogo; cooperar/competir; supremacía social).

La identidad se va construyendo dentro de la familia, se potencia en la escuela primaria, luego se consolida mientras comunicamos con otras personas y guía nuestra relación con los demás. Los factores determinantes de la identidad cambian durante la vida, cambian en las culturas. Se construye durante la interacción mediante palabras o gestos o símbolos, cambia mientras nos trasladamos y vivimos en otras culturas. El compartimiento social de un individuo varía según las características de la persona, de sus relaciones con otras personas y su pertenencia a grupos (Tajfel 1974, 1978).

Identidad colectiva

La identidad colectiva se construye mientras los individuos participan en actos sociales o movimientos políticos. El psicólogo alemán W. Reich, que anticipó y vivió el surgimiento del fascismo, lo explica en su obra Psicología de las masas del fascismo (1933).

El sentimiento de pertenecer a un colectivo sube la autoestima y da seguridad; pero esa identidad colectiva también puede ser manipulada para exaltar valores «propios» y denigrar a quienes parecen diferentes. Esa división y posterior enfrentamiento se potencia en los partidos de futbol y béisbol con el lenguaje guerrero (ganador/perdedor). Así pasa directamente al pensamiento de los fans tras repetirlo como un mantra; luego, muchos de estos hacen propio ese lenguaje y esos valores, después lo aplican a la vida diaria para etiquetar a otros.

Relaciones entre grupos

La identidad tiene varios niveles: personal, grupal, de rol, social (hinchas de grupos deportivos como Barcelona-Madrid, en España), o colectiva.

Hemos visto que cada persona es única y diferente de las demás, y que cada individuo puede pertenecer a uno o varios grupos, no siempre opuestos, combinando esos factores de identidad. Nuestra identidad es personal (física y psicológica) pero si queremos pertenecer a otro grupo, por ejemplo, a un club de futbol o un club de fans musical, tendemos a cambiar nuestra conducta. Al principio, el individuo adquiere símbolos externos (banderas, vestuario, lenguaje) que muestran su voluntad de ser aceptado por el grupo, luego va adquiriendo los valores y comportamientos del grupo de referencia. Cuando nos sentimos pertenecientes y aceptados, lo sentimos como grupo de pertenencia, por ejemplo, cuando alguien cambia de escuela o de religión; así construye su nueva identidad a menudo opuesta a otros grupos, llegando incluso a ejercer violencia física.

Con el desarrollo de la sociedad industrial, las grandes migraciones internas llevaron a millones de personas a abandonar su vida rural para trabajar en las ciudades, llegaban con unas costumbres y confrontaron con otras nuevas. Había que sobrevivir. La mayoría de estos migrantes internos trajeron sus costumbres y asumieron las costumbres dominantes, se mezclaron con migrantes provenientes de otras culturas, se integraron en la sociedad industrial y se mezclaron con los nativos: la sociedad industrial incorporó nuevas costumbres, así crece el mestizaje. La especie que no se mezcla tiende a desaparecer. Lo mismo ocurre durante la transición de sociedades tradicionales hacia sociedades modernas, ahí se crían los kamikazes.

Algunos siguen añorando el estatus que abandonaron, que perdieron, al salir de la antigua sociedad, construyen guetos o pandillas, ostentan supremacía de fe o de raza, viven bajo paranoia persecutoria, reconstruyen identidades falsas: todo por la patria que ya no existe. Este es el caldo de cultivo para nuevos talibanes. Cuando los fanáticos toman el poder político, lo primero que hacen es controlar la educación para adoctrinar a los jóvenes, dominar los medios de comunicación y monopolizar la cultura (como los talibanes en Afganistán). Algo parecido hacen los neotalibanes en Europa, en las llamadas «democracias avanzadas», utilizan sus parcelas de poder para encerrar a artistas en la cárcel y censurar canciones: son la Nueva Inquisición, como ahora en España. Cuando se pierden los valores de respeto y solidaridad, el conflicto social explota donde unos grupos compiten contra otros: por el territorio, por el derecho al trabajo, por el estatus. El conflicto social se suaviza cooperando para lograr beneficios comunes.

Prejuicio y racismo

Prejuicio es la opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal (RAE).

El prejuicio es una actitud de aversión hacia otra persona o grupo (VZ, 506).1 El prejuicio es una actitud, es una predisposición para actuar (VZ, 507),2 no es un acto; tiene tres componentes: cognitivo (racional), emocional y conductual.

El psicólogo social H. Tajfel (1919-1982) —sobreviviente del Holocausto y cofundador de la Asociación Europea de Psicología Social Experimental— estudió cómo el prejuicio había sido utilizado en personas normales para construir el nazismo. Tajfel demostró que el solo hecho de poner etiquetas a los grupos (A o B) provocaba la división, y que si alguien daba importancia a la diferencia ello aumentaba la percepción de «ser diferentes» (ejemplos: «nosotros-vosotros», «Barça-Madrid»). Esto es aprovechado para avivar sentimientos racistas.

Se están utilizando diferentes palabras, eufemismos, para nombrar lo que es lo mismo: rechazar al que es percibido como diferente. Aquí utilizo la palabra «racismo» en sentido genérico porque es más fácil de comprender. El prejuicio y el racismo tienen un componente cognitivo, otro emotiva y otro conductual. El componente emotivo, las emociones, son fácilmente manipulables para generar supremacía y rechazo de los otros. Mientras desde el poder fomentan la división, los de abajo se pelean entre si: «divide y vencerás».

Frustración y agresividad

La frustración es un sentimiento que contiene componentes cognitivos («el listón está demasiado alto», «tengo que esforzarme») y afectivos (apatía, agresividad). Cuando una persona desea algo y no lo consigue puede razonar la inviabilidad del deseo (por ejemplo, dieicndo «ese muro es demasiado alto»), alejarlo o sentir frustración; muchos atribuyen el fracaso al mundo externo (Heider, 1958); los alumnos dicen «me suspendieron el examen», no dicen «he suspendido el examen». El individuo va acumulando agresividad tras cada frustración —en un bidón de gasolina—hasta que encuentra un objeto o símbolo externo donde descargar la agresividad en forma de violencia, la descarga contra objetos no necesariamente relacionados con la propia fuente de frustración (por ejemplo, contra la bandera ajena, una fila de autos aparcados en la calle, el mobiliario urbano o contra otros individuos). Miles de personas descargan su agresividad durante los partidos de futbol y/o en conversaciones sobre «lo bien que jugó mi equipo, lo mal que jugó el otro»; algunos necesitan descargar más: se organizan en pandillas, se refugian en el anonimato del grupo y descargan a la salida del estadio.

El individuo se alía con otros formando grupos, se siente superior en grupo, ahí diluye la responsabilidad individual y se comporta como manada, deshumaniza a los «diferentes», intenta destruirlos; las pandillas descargan la violencia en batallas campales. Hasta aquí hemos conocido los fundamentos y el proceso para construir mentalmente grupos opuestos. Quienes tienen, interés, poder o los medios de propaganda (Goebbels y muchos vivos hoy) manipulan las emociones para provocar violencia entre grupos: «divide y vencerás».

Discriminación

Los psicólogos sociales Tajfel y Turner (1979)3 demostraron con experimentos de campo que las personas tienden a situarse en grupos excluyentes y construyen parte de su identidad forzando diferencias con los otros («nosotros buenos, vosotros malos» dualismo, populismo), como en grupos religiosos o deportivos. El prejuicio es una actitud, una predisposición para actuar, la discriminación es un acto, un hecho que daña a otros.

Manipulando identidad, prejuicio y emociones surgen la discriminación, el racismo y el odio. El odio no se elimina; después de sembrado, crece, se multiplica y se transmite de una generación a otra, como en Palestina. Muchos jóvenes franceses, inmigrantes de tercera generación, fueron educados para la «nueva sociedad» (Libertad, igualdad, fraternidad, en Francia) y tienen alto nivel educativo, pero, cuando buscan empleo y dicen que residen en las banlieue son rechazados por las empresas, no encuentran ni empleo ni consiguen sus deseos... luego, descargan su frustración, su odio, en las revueltas nocturnas tipo «Arde París». El odio se ataja desde la familia y desde la escuela educando en la solidaridad y la cooperación, y defendiendo los valores democráticos.

Identidad, prejuicio y emociones, son amplificados por los medios de (in)comunicación para aumentar el odio, que crece y amenaza la paz en todo el mundo; odio y racismo que ya han llegado a varios gobiernos en Europa.4 Este enero de 2024 se encendió la alarma en toda Alemania y millones de personas salieron a las calles para manifestarse contra el racismo que viene5 y defender la democracia. Las campañas de polarización política —con dualismos del tipo «yo bueno, tú malo»— no dan argumentos al ciudadano para que piense, elija y decida, simplemente arrojan mensajes primarios, emocionales, levantan pasiones, para que el ciudadano vote A o B sin pensar, buscan polarizar como en los partidos de fútbol o béisbol: inducir hacia A o B. Durante este año 2.024 media humanidad celebrará elecciones generales, tenemos la oportunidad de fijarnos, analizar, aprender y decidir.

En la Alemania nazi, usando la propaganda emocional y el miedo, lograron el apoyo del 42% del censo electoral, ganaron las elecciones de 1933. Etiquetaron a los «otros», los deshumanizaron, los eliminaron y provocaron la mayor catástrofe de la humanidad. Ya Wilhelm Reich, psicólogo alemán, escribió en su libro Psicología de las masas del fascismo6 (1933):

Hitler ha repetido a menudo que no hay que abordar a la masa con argumentos, pruebas, erudición, sino con sentimientos y creencias.

El solo hecho de poner etiquetas marca diferencias, lleva al enfrentamiento. En nuestra historia reciente observamos que miles de personas se alían en grupos de identidad para descargar violencia global, se alistan voluntarios para matar a otros: Palestina, blancos/negros en EE. UU., guerras con fondo religioso. La propaganda pone etiquetas para aumentar las diferencias; pero nosotros sabemos que no todos los que viven en Israel son sionistas, ni todos los que vivían en Palestina son terroristas. Los conflictos forzados en la identidad llevan a destruir el Estado.

De todo lo anterior nacen las preguntas: ¿qué conviene al individuo?, ¿qué conviene a la especie humana?, ¿mestizaje o división? Tu responsabilidad individual, estimado lector, es conocer dónde estás y decidir cómo quieres actuar en los conflictos diarios y, también, frente a los conflictos en Ucrania, en Palestina y en muchas regiones europeas.

El individuo entrenado para competir pelea para ganar; la persona educada para cooperar dialoga para encontrar soluciones. Por esto, el odio y las violencias se atajan desde la familia y desde la escuela, educando en la solidaridad, el respeto y la cooperación, y defendiendo los valores democráticos. Necesitamos politicos que solucionen los problemas, no los que se pasan la vida riñendo entre sí. Los parlamentos están para dialogar; mientras pelean, generan desconfianza hacia las instiuciones, y esto lleva a lo mismo que sucedió en Italia con Meloni, en Argentina con Milei, en Holanda, en Dinamarca, en los países nórdicos, ahora en Portugal... Los palamentos tienen que dar el ejemplo; los representantes públicos tienen que eliminar el sectarismo, fomentar el diálogo, cooperar y defender las instituciones democráticas antes de que sea demasiado tarde.

Notas

1 VanderZanden, J. W. (1989). Manual de psicología social, p. 506.
2 Ibid. p. 507.
3 Tajfel y Turner (1979). Teoría de la Identidad Social.
4 ¿Por qué hay protestas para prohibir el AFD en Alemania?
5 Schuetze, C. F. (2024). ‘Ya hemos estado allí antes’: los alemanes protestan contra la extrema derecha. The New York Times.
6 Reich, W. (1933). Psicología de las masas del fascismo, p. 114.