La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia.

(Sócrates)

Tradicionalmente, hubo cuatro tribus pilares de la aristocracia ateniense. El nombre tribu proviene del griego φυλή (phylé)1 que indica «porción de pueblo», «tropa», «batallón», «clase», «género» y «especie». Fueron tribus que hablaban variantes del griego antiguo: los aqueos, dorios, jonios, eolios, arcadios y pelasgos. En el mundo jónico de la Grecia arcaica, la tribu tenía *fratrias, prevaleciendo lazos de sangre. En la Atenas antigua era imprescindible pertenecer a una fratria para adquirir ciudadanía; la fratria tenía magistrados –encabezados por el fatriarca- y realizaba ritos religiosos y actos sociales como banquetes y cultos cívicos.

Prevaleciendo lazos de parentesco, cada tribu tenía tres tritias o distritos, siendo liderada por un jefe que reforzaba su poder con atribuciones de culto y prerrogativas navales. Clístenes aumentó el cuatro a diez tribus, incluyendo el entorno rural. Las recompuso y promovió la elección de arcontes en cada una; fijó que tenga territorio según criterios de heterogeneidad, ocupando el entorno urbano con acceso a la costa, a contrahílo de las viejas comunidades gentilicias de clientelismo político. Aumentó las doce tritias a treinta y estableció que la participación de los ciudadanos sería igualitaria, con cien demos del Ática como unidades básicas por vecindad. Las tritias tenían demos dispersos en la ciudad, el campo y la costa, con diversidad cultural y discontinuidad geográfica. Tres tritias formaban una tribu y en cada tritia había tres o cuatro demos, con 139 demos en Atenas con participación ciudadana.

Las tribus tenían el nombre de algún héroe epónimo, y cada una elegía por sorteo, a cincuenta representantes para el Consejo de los Quinientos. Clístenes eliminó el sistema censitario de Solón, reemplazándolo por la isonomía. Es la igualdad de los ciudadanos ante la ley; la equivalencia de prerrogativas civiles y políticas; el acceso a funciones políticas; el ejercicio de los derechos y la base democrática contra la tiranía. A los representantes de cada tribu se los sorteaba anualmente entre los ciudadanos mayores de treinta años, adquirían funciones deliberativas, administrativas y judiciales, por cinco óbolos de pago. Cada miembro del Consejo ejercía una vez en su vida la función de pritano durante un mes: 36 días. Asumía las tareas de magistrado organizando y velando por el funcionamiento, alojado y alimentado por la polis; sin restringir su concurso en el Consejo de los Quinientos. La presidencia la ejercía el epístata por sorteo, por un día, velando para que la discusión de las propuestas no vulnere el orden normativo.

El Areópago, otrora símbolo del poder oligárquico, desde Clístenes perdió atribuciones, se diluyó la exclusividad noble y los arcontes podían pertenecer a cualquier clase social. Los magistrados eras sorteados en 487 a.C. Posteriormente hubo representación de tribus con miembros del Consejo de los Quinientos, el boulé, dos veces en su vida como máximo. Estas y otras reformas de la asamblea popular otorgaron a Clístenes el prestigioso sitial después de Dracón y Solón, como último legislador de la democracia arcaica y, antes de Pericles y de Efiantes, como primer legislador democrático de la Atenas clásica.

La Heliea propiciaba la participación popular aún sin capacitación de los jueces. Cualquier ciudadano con vulgar procedencia, podía juzgar y condenar, con supina ignorancia. La Heliea, el Dikasterión o Tribunal Popular, juzgaba a magistrados, líderes y políticos; siendo evidente la vulnerabilidad de los jueces a la venalidad, las fáciles influencias demagógicas y la manipulación de los votos. Tal fue el escenario del juicio a Sócrates.

El fallo colectivo –Sócrates fue condenado por el 56% de los votos de 501 jueces- podía darse con ligereza, sin orientaciones del sentido común y, en los peores casos, por influencia de cualquier factor externo que extreme lo injusto. En el caso de Sócrates –como antes y después en la inconmensurable historia de la filosofía- múltiples circunstancias rodearon a sus detractores que lo denigraron acremente. Lo descalificaron mentando las innobles ocupaciones de su padre -un picapedrero- y de su madre -una partera-. Referían su patética educación por carecer de recursos económicos y el sofista Antifón, lo descalificó por su apariencia sucia, su barba descuidada y porque parecía que le gustaba una apariencia indeseable plasmada en su modo de vestir y el descuido de su alimentación.

Aparte de los sofistas y algún comediógrafo que odiaban al filósofo y que, sin duda, se refocilaron con su condena y muerte, hubo un pequeño grupo de mediocres que llevó a cabo uno de los actos más cobardes de la humanidad, urdido e implementado contra las ideas y el pensador. Los enemigos de Sócrates, concretamente Anito, Meleto y Licón, representan el odio, la envidia y el deseo de venganza de gente simple con inclinaciones bajas e intensas. Se trata, por definición, de individuos alejados natural y absolutamente, de cualquier reflexión filosófica y en cuyas almas arderían impulsos y sentimientos deplorables.

Se puede considerar como esencial, el llamado existencial a filosofar. Los filósofos se empeñan en cultivar conocimientos como necesidad ínsita, natural y profunda; pero, está claro que incluso en las sociedades mejor educadas, no es irrelevante la cantidad de gente que rechaza vivir racionalmente, guiándose apenas por inferencias instrumentales que satisfagan sus impulsos. Que algunas personas en las circunstancias socioeconómicas, políticas y culturales más diversas, hoy como en la Grecia antigua, elijan vivir filosofando, muestra que independientemente de sus aptitudes y sus rasgos psicológicos, responden al sutil llamado de la conciencia. Se trata de la interpelación a responder a resortes insondables, a rebelarse contra los lugares comunes, los prejuicios y los errores vulgares, como Platón los retrató en su alegoría de la caverna. Es el llamado a transitar por sendas de valores socioculturales y a constituir la vida siguiendo principios auténticos y libres. La filosofía constela modelos de existencia con la vocación que estimula la subjetividad ejercitando la inteligencia y el pensamiento.

Es conocido que Anito odiaba a Sócrates, pero su inventario rebosaba de sofistas detestados. Respecto del filósofo ateniense, no fueron las ideas de Sócrates las que motivaron el aborrecimiento, sino causas más prosaicas. Incluso es presumible que los preceptos morales de Sócrates no fueron tomados en cuenta por Anito o que no los haya entendido, por lo que el filósofo ateniense ni se molestó en responder a sus acusaciones en el proceso de la Heliea. Anito militaba en el partido democrático; contribuyó a la derrota de los oligarcas, los treinta tiranos, el año 403 a.C.; reivindicó la democracia; arremetió contra quienes tuvieron alguna connivencia con los treinta tiranos, Sócrates entre ellos, habiendo sido mentor de Critias y Alcibíades, políticos repudiados en Atenas; y participó con Trasíbulo en el ataque al Pireo enfrentándose a los espartanos. Su tirria a Sócrates no fue solo por razones eminentemente políticas, sino personales; aunque dijo que deterioraba las instituciones democráticas. Al parecer, le irritó la soberbia del filósofo ateniense cuando pidió en pleno proceso que, en lugar de condenarlo, la ciudad debería mantenerlo de por vida. Como artesano exitoso, enriquecido por curtir y trabajar las pieles, habría rechazado las críticas de Sócrates respecto de que su hijo continuara los negocios del padre.

La actitud soberbia y burlesca de Sócrates ante la situación grave del proceso, habría motivado también a que varios jueces, personas simples de la Heliea, decidieran su voto sumándose a la condena. No soportaron que un hombre feo y desaliñado de 70 años, se burlara del proceso solicitando que, por impiedad y corrupción de la juventud, la ciudad pagara su manutención de por vida. Con todo, Anito representa la acusación política y la animadversión del político a la verdad que, recurrentemente Sócrates descubría poniendo en evidencia a los demagogos y a los impostores ante diversos auditorios. Cabe preguntarse: ¿acaso no son los políticos quienes tienen el mayor interés por mentir, aparentar y manipular al auditorio con poses y discursos, quedando gravemente perjudicados si se descubre la verdad que les concierne?

Correspondió al poeta erótico y trágico mediocre, Meleto, argumentar la acusación contra Sócrates. Sustanció los cargos de impiedad y de corromper a la juventud, motivado por las críticas socráticas a la poesía y a los poetas, comprometiéndose a pagar una multa de mil dracmas si no conseguía un quinto de los votos. Las fuentes registran dos cargos contra Sócrates: i) Induciría a desdeñar las leyes y a descalificar el sorteo para escoger a los magistrados, suscitando desdén y violencia. ii) Sócrates habría enseñado a atenienses antidemocráticos que ocasionaron gran daño a la ciudad2. El filósofo respondió a veces con sorna, por ejemplo, mentando la nariz de Meleto; pero refutó los cargos con consistencia, invocó a su daimon para mostrar que no era ateo; en tanto hubo testigos que contribuyeron a esclarecer su inocencia, a pesar de que Meleto pidió la pena de muerte y no pudo contraargumentar las sutilezas del raciocinio socrático.

De Licón que inició el juicio se conoce muy poco. Al parecer, habría coadyuvado a las acusaciones de Meleto, como acólito de Anito, defensor de la democracia. Habría acusado a Sócrates de no adorar a los dioses de Atenas; de introducir nuevas divinidades y de pervertir a los jóvenes. Asociaba su resentimiento a los treinta tiranos por la muerte de su hijo con la retaliación contra Sócrates.

En 428 a.C. Anaxágoras, maestro de Demócrito, Eurípides, Sócrates, Tucídides y Pericles, fue obligado a abandonar Atenas después de enseñar durante tres décadas, exiliándose hasta su muerte. Acusado de impiedad por Cleon, un comerciante venido a político que persiguió a Anaxágoras, cometiéndose la injusticia de condenarlo a la pena capital. Huyó gracias al apoyo de Pericles que regía la polis y porque, al parecer, el odio de Cleon fue contra Pericles porque detentaba el poder. Los mediocres rumian sus frustraciones con la envidia que carcome su subjetividad, sin que soporten que sus convicciones prejuiciosas profundas se cuestionen con teorías devastadoras. Necesitan reafirmar su pensamiento arremetiendo ad hominen. El filósofo de Clazomene enseñaba que el Sol era una masa de hierro candente y que la Luna era una gran roca que reflejaba la luz solar, habiéndose originado de la Tierra. Después de su condena y huida, Anaxágoras se refugió en Lámpsaco, inauguró una escuela que también generó molestias entre los ignaros que le denigraban. Habría muerto de hambre por decisión propia o habría sido envenenado para silenciarlo.

El caso de Eróstrato, a mediados del siglo IV a.C., es otro ejemplo de cómo ardió el alma de un pobre y simple pastor, con el deseo insano de que la gente hable de él y no se le ocurrió algo mejor que convertirse en famoso por la nefanda acción piromaníaca contra el templo de Artemisa quemando la obra de Heráclito, resguardada con seguridad por el filósofo de Éfeso con la esperanza de que sea comprendida y valorada en la posteridad. Eróstrato patentiza la visión retorcida de un ignorante; la necesidad de acciones que aterroricen; el gozo porque el mundo condene la destrucción de tesoros magníficos y la pulsión insana de llamar la atención de persas, efesios, jonios y atenienses sobre él, reprobando su piromanía que le fascinaba por las llamas y exaltando la respuesta a su ira intensa. Las pasiones bajas de un huérfano, violento y colérico, de tez oscura, casto y opositor al sexo, le motivaban a odiar el templo de Artemisa, la cultura de Éfeso, sus tesoros y a Heráclito. Al filósofo oscuro lo detestaba porque representaba la antítesis de él mismo. Su fama fue inconmensurable; su pensamiento críptico atraía más como un tesoro porque solo lo conocían sus seguidores, oteándolo superficialmente; su estirpe y poder de basileus eran tan imponentes como envidiables y porque Heráclito expresaba el conocimiento de la elite esclavista de una ciudad griega bajo el sometimiento persa, siendo receptáculo de contenidos perfectos de la ciencia y la filosofía como sabiduría de fama excelsa.

Notas

1 Diccionario griego-español ilustrado, Rufo Mendizábal, Conrado Pérez Picón, Francisco Ibiricu & Martín Andrés Muguruza, Vol. I, 1992, p. 575.
2 Mogens Herman Hansen, “El juicio de Sócrates desde el punto de vista ateniense”, Universitas Philosophica, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 2016. Vol. 33, N° 67, pp. 17-52.