La noche fue pesada y pastosa, nerviosa como mercurio sin tope. Me levanté dos, tres, cuatro, cinco veces a beber, pero el agua dulce no saciaba mi sed. Luego supe que era hambre, hambre de sal, de mar, de azul y de arte y me dormí para entrar en una sala en mitad de la cual dos maestros se observaban respetuosos: un toro plantado entre columnas -rejones pétreos- atrapa con su pupila la oscura sangre grabada sobre papel verjurado, antes de girar su poderoso cuello y encontrarse con la sublimación lineal y Picassiana con la que un artista familiar tiende la mano al futuro del pasado. De pronto el animal se desvanece y sólo queda la huella de su estertor, en forma de bufido, flotando en el aire. Me desperté y fui en busca de la agenda de exposiciones…

Creo en las señales. Antes de dormirme había recibido otra, camuflada en las líneas de un relato escrito por el gallego Suso de Toro. En “Conversando con el agua” un anciano excatedrático que fuera médico de prestigio se pasa los días hablando con los turistas que descargan sus cámaras contra la fuente monumental en que él descansa. El buen hombre ha perdido la cabeza lo suficiente como para recuperar la lucidez que permitía a nuestros ancestros hablar con los cuatro elementos, lo suficiente como para despojarse de lo superfluo y caminar entre sueños en busca del murmullo fluido y constante.

El mismo camino de despojamiento fue recorrido en su momento por dos sonámbulos lúcidos que han transitado por el lado onírico de la realidad y su reverso, y que decidieron subirse a la caprichosa máquina del tiempo del arte, para citarse frente al vaivén sosegador del mar Cantábrico que mece Gijón. Desde las recias tierras donde nacieron, Francisco José de Goya y Lucientes (Fuendetodos, Zaragoza / 1746 - 1828) y Juan Galea Barjola (Torre de Miguel Sesmero, Badajoz / 1919 - 2004) llegaron a la costa asturiana para conversar, mirando al mar, destino natural de nuestras vidas, en el museo de arte contemporáneo al que da nombre el genio extremeño.

Los dos artistas ocuparon el edificio de la calle Trinidad para protagonizar una faena, comisariada por Luis Rubio Gil, que se constituyó en uno de los mejores ejemplos del hilo que conduce al arte desde las cuevas hasta un mañana en manos de todos aquellos revolucionarios que beben de las fuentes mientras miran hacia el horizonte. Así, las paredes del primer piso del Museo Barjola alojaron las tauromaquias que ambos creadores realizaron con siglo y medio de diferencia y que son muestra de su maestría con las planchas, siempre al servicio de la expresión.

Artistas de interior geográfico y vital, ambos bucean en el alma humana, en la tierra árida que sujeta nuestras raíces amargas, pero acuden al agua en busca del oxígeno que expande sus pulmones, es por ello que el aragonés viaja ya por 1790 a Valencia para tomar los "aires" y posteriormente a Cádiz en varias ocasiones, donde se recupera de sus achaques, que dejan su huella en forma de sordera, y donde conocerá a Leandro Fernández de Moratín, con el que trabaría gran amistad y cuyo padre, Nicolás, fue el autor del texto "Carta histórica sobre el origen y progresos de las fiestas de los toros en España" (1776), una de las fuentes en que se basan las estampas expuestas en Gijón. Por su parte, Barjola, hijo del terruño que sus padres labradores convertían en grano, desarrolló la mayor parte de su actividad creadora en Madrid, pero iría estrechando poco a poco vínculos con la costa, primero a través de su matrimonio con la asturiana Honesta Fernández, después por medio de varias exposiciones en el Principado, que en 1985 le nombra Hijo Adoptivo y donde acabaría expuesta de forma permanente su obra, que es decir su vida.

En el caso de Goya, uno de los más grandes artífices de la técnica del grabado, tercera pata de esa triada en la que aparece junto a Rembrandt y Durero, llegó al museo gijonés para celebrar el décimo aniversario de la muerte de Barjola, un hecho bastante excepcional en un centro que apuesta por el arte más actual, que se ha constituido en una referencia del panorama creativo contemporáneo y que tiene prácticamente cerrada una potente programación para 2015 que será cita obligada para los amantes de las últimas tendencias.

Así, en el equipamiento que mira al puerto deportivo se exhibieron 40 estampas, obra del aragonés, de las 45 cuya realización se constata entre la primavera de 1814 y el otoño de 1816 y de las que se hicieron ocho ediciones, siendo ésta la de 1921, que podemos disfrutar gracias a Francisco Esteve Botey, quien adquirió en París los cobres originales. La Tauromaquia, una de las cuatro grandes series salidas del buril del genio zaragozano, junto a Los Caprichos, Los Desastres de la Guerra y Los Disparates, ha sido objeto de variadas interpretaciones debido al momento en que fue realizada, justo tras la Guerra de la Independencia (1808-1814) y a la vez que los grabados dedicados a las terribles consecuencias de la misma, de ahí que sea imposible quedarse en la superficie de una estampa costumbrista dedicada a la "fiesta nacional" y no ver una crítica más sobre el devenir del país y sus horrores. Así lo atestiguan los rostros protagonistas que se enfrentan al envite salvaje de un toro que encarna las fuerzas descontroladas y todo en un espacio apenas sugerido, escenario invisible que arropa las acciones imbuyéndolas de un misterio inquietante, trasmutación del alma del artista. Características todas, salvando la distancia del color y la técnica, que se podrían extrapolar a la Tauromaquia realizada por Barjola en 1970, formada por 20 estampas litográficas que, acompañadas de una serie de poemas de Alberti, fueron editadas por la editorial Casariego.

Lydia Santamarina, directora del museo, no duda del mensaje de las obras expuestas y cree que no hay atisbo de elogio en las imágenes, a las que tilda de clara "metáfora de la violencia en unos momentos convulsos", despojándolas del sentido lúdico e incluso patriótico que a día de hoy siguen esgrimiendo los defensores de la carnicería animal sobre la arena y recalcando su sentido de “crítica feroz”.

En Gijón Goya y Barjola, Barjola y Goya, no dialogan, se reencarnan en una suerte de agujero de gusano que nos permite relativizar la linealidad del arte. Marcados ambos por la brutalidad de la guerra, se constituirán en máximos exponentes del realismo social de sus épocas, uno enmarcado en la corriente romántica que inauguró y superó a un tiempo y otro manteniendo una independencia en un siglo de vanguardias que fue una continua experimentación, y en ambos casos la expresión se erigirá en faro absoluto, de ahí que los artistas del siglo XX se definan en su mayoría marcados por Goya y que Barjola, que veía en el aragonés “la expansiva expresión de la vida”, sea considerado maestro del expresionismo figurativo.

Meses antes de su muerte en 1826 en Burdeos, donde ya en 1824 fue acogido por su amigo Moratín, quien relata cómo “llegó Goya, sordo, viejo, torpe y débil y sin saber una palabra de francés, y tan contento y tan deseoso de ver mundo”, el pintor retrata a Juan Bautista de Muguiro. Tenía 81 años y una fuerza creativa intacta que se traduce en una economía de la pincelada y una independencia matérica, madre de la abstracción, alimento de futuras vanguardias, las mismas que transitó Barjola, otro viejo y genial artista qué murió prácticamente creando, ya que un accidente en su taller fue el origen de su adiós. Tenía 85 años y un maravilloso mundo propio donde una fuerza informalista alcanzaba las más altas cotas de dramatismo existencial.

Los dos zahoríes se despiden. Goya, tan popular, tan estudiado, tan interpretado se va, pero Barjola, tan representante de la última frontera del arte como desconocido para el gran público, se queda en Gijón, en su casa, en su museo. No pierdan la oportunidad y acérquense a sus obras, descubrirán el grito desesperado que une a todos los grandes artistas.

Enlaces de interés:
http://www.museobarjola.es/
https://www.museodelprado.es/goya-en-el-prado/
http://www.juanbarjola.org/
http://www.museobarjola.es/upload/criticas/Cr%C3%ADtica_Luis_Rubio1795.pdf

Goya y Barjola se encuentran en Gijón from Miguel Gallardo on Vimeo