En todas las relaciones, tenemos al menos dos conceptos contrapuestos: la cercanía y la distancia. En la vida real, la cercanía es siempre la negación de la distancia. En vez, en el mundo virtual, en las redes sociales, uno está y no está al mismo tiempo y ese uno o yo, se fracciona entre el yo presentable y el yo oculto, ya que la distancia, que persiste en el contacto, hace posible este fenómeno.

El yo presentable cambia, en muchos casos, de interacción en interacción y acomodamos nuestra personalidad a la situación en que nos encontramos con una facilidad, que hace todo irreal. Las mujeres son más jóvenes, más bellas y libres, los hombres más adinerados, más galanes y altos. En muchos casos, la imagen personal, que se trasmite, no es una imagen verdadera, sino alternativa y cambiable a las exigencias del caso.

La virtualidad hace posible la superficialidad, la falsedad y el engaño, alterando el concepto de mundo, de una realidad, que se impone y nos obliga a adaptarnos, a una realidad maleable, donde sin mayores resistencias, nos acomodamos y modificamos. Pero la realidad virtual es insuficiente y la interacción directa con el mundo es necesaria para la sobrevivencia y esto provoca una nueva y reciente división a nivel de identidad, que refleja el abismo que hemos creado entre estas dos dimensiones: la virtual y la factual.

La causa de esta divergencia es explicable, usando como imagen el curso de las aguas de un río: en el ambiente real, la resistencia de terreno obliga a vueltas y saltos y sin resistencia, en el mundo del deseo, el río impone un curso ideal, como realidad virtual sin ser realidad o existente, ya que en lo virtual, nos proyectamos y en el mundo concreto, nos adaptamos y tómanos forma, haciéndonos como individuo.

En el cine o en el teatro, los actores viven un drama ficticio y su modo de ser y realidad, cambia de drama en drama, ya que usan nuevas máscaras y asumen nuevos roles. El mundo virtual es una escena teatral sin realidad circundante, donde nos convertimos en actores ficticios en un drama sin público y también, en un ser sin carácter, ya que este último se esfuma, al desaparecer todas las exigencias, los compromisos y realidades.

La relación entre virtualidad e identidad no está aún bien estudiada, pero la predominancia del mundo virtual tendrá una secuela de implicaciones interesantes. En cada persona existe un equilibrio entre identidad y emocionalidad y la posibilidad de cambiar identidad arbitrariamente, nos hará emocionalmente más dóciles y plásticos. A veces, me imagino un personaje en una casa vista del alto, que pasa de un cuarto a otro cuarto y cada vez que entra a uno nuevo, cambia de vestido, de carácter y de estado de ánimo, como en una obra de teatro con múltiples escenas y roles intercambiables y la pregunta que queda es: ¿qué significa ser en este teatro o ser en mundos insustanciales e infinitamente alterables?