Pedro Vergara Meersohn
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Pedro Vergara Meersohn

Nací en Chile, donde fui dirigente estudiantil y dejé el país en el 1973, inmediatamente después del golpe militar, a la fresca edad de 17 años. De Chile pasé a Argentina y de allí, después de unos 8 meses, a Dinamarca, donde viví por 16 años. Estudié psicología y trabajé en investigaciones sobre temas concernientes la psicología cognitiva. Desde Dinamarca me transferí en Italia, donde he trabajado con idiomas y traducciones por más de 35 años. Durante este período, he viajado y vivido en varios países profundizando siempre mi interés por las lenguas, las culturas y la relación entre lenguaje y realidad.

Desde hace años, escribo poesías y desarrollo temas en forma de breves artículos, que son publicados digitalmente en la red. Mi pasión es la comunicación como proceso y todas las posibilidades de malentendidos, que esta ofrece y abarca, postulando, que la esencia de lo humano está en los sentimientos, las emociones y la autorreflexión, que desgraciadamente, en muchos casos, no sabemos manejar; por eso, nuestra vida interior, se llena de fantasmas, sombras e ilusiones, dejando como única posibilidad de autoconocimiento, el volver siempre atrás y encerrarnos en nosotros mismos, hasta encontrar un poco de luz y una momentánea verdad en reflejos insostenibles. Ser humano es una relación que se auto-relaciona mediante el lenguaje, redefiniendo y redefiniéndose al mismo tiempo, como un texto vivo que busca un presente y sentido.

En este contexto, de reconstrucción retrospectiva y reflexión, la poesía se hace fundamental, ya que representa un vehículo de comunicación, que transciende la palabra misma, imponiendo imágenes y provocando sentimientos, donde la palabra, en sí, está sometida y transformada en un instrumento al servicio de la emoción y de una razón «intuitiva», que vive más allá de la racionalidad y el discurso lógico cotidiano y que se nos oculta en el silencio, donde todo inicia y todo termina.

Ser, amar, pensar y sentir es siempre una búsqueda, donde a menudo el sujeto es también el objeto de su historia y narrativa. Ser una narración interconectada con infinitos textos y, a la vez, capaz de reescribirse a sí misma, como hacemos con la memoria, identidad y la percepción del pasado sin tener control absoluto del destino del proceso y estar, al mismo tiempo, sumergidos en una realidad que se impone, nos arrastra a repeticiones y saltos que son parte intrínseca de la naturaleza humana como una hoja que se lleva el viento y que además sopla, dándose viento bajo las alas.

Con los años he llegado a la conclusión que el sentido de la vida está en cambiar y que esto requiere reflexión y coraje. A menudo alabamos la coherencia, el permanecer inalterados por el tiempo, conservando las mismas ideas y posiciones. Esto, en un ámbito donde todo cambia y cada verdad es pasajera e incompleta, nos lleva a una nueva definición del ser, donde el diálogo interno y externo a menudo nos hace sentir equivocados y autocorregirnos, sabiendo de antemano, que nuestras nuevas «posiciones» son y serán siempre frágiles y pasajeras. Por esta razón, mi único credo es la incapacidad de creer en un universo de dudas perpetuas, donde convencerse significa aceptar una existencia de convicciones perecederas. Ser, al contrario, es desprenderse de verdades absolutas y conservar la mente abierta sin ideologías ni cadenas.

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