WhatsApp de mis amores, ¡qué haría yo sin ti! «WhatsApp» de mis entretelas, ¡ni me acuerdo de ti! A pesar de tener que gestionar una importante adicción a la tecnología, hace más de un año que, ante la inminente compra del servicio de mensajería instantánea por el gigante de las redes sociales Facebook, decidí desinstalar WhatsApp de mi terminal.

Lo sé, una idea descabellada. Sin duda una locura y prácticamente un suicidio social. «¿No tienes tarifa de datos?» «Sí, sí tengo tarifa de datos, simplemente no uso WhatsApp». «Pero, ¿y cómo te conectas con la gente? ¿Han dejado de contactarte tus amigos?». Estas son algunas de las preguntas que me hacen cuando me escuchan decir «no, no uso WhatsApp».

Mis palabras no pretenden ser un alegato en contra del uso de servicios de mensajería, sino más bien todo lo contrario: pretenden objetivar una realidad que cada vez está más presente en nuestras vidas.

Hace ya varias décadas que empezamos a llenar por el mundo «cajas de zapatos» electrónicas, cuidadosamente guardadas en grandes almacenes –también llamadas técnicamente servidores–; fechas, cifras, imágenes, cualquier información que se pueda informatizar y procesar ya sea personal, corporativa o institucional. Cada «caja de zapatos» o conjunto de cajas de zapatos pertenece a empresas que almacenan toda esa información con el objetivo de facilitar el acceso de los usuarios a la información creada por empresas o instituciones, o bien de intermediar en el transporte de información entre usuarios.

Desde que se desarrollaran las redes sociales, y cada vez más con el progresivo avance hacia la era de la Web.3.0, en la que se pretende crear una experiencia de usuario más globalizada en la que la información que antes se almacenaba en discos duros locales pasa a alojarse en internet, los servidores almacenan cada vez más información, más datos. Las nuevas tecnologías, desde este punto de vista, pueden convertirse en un arma de doble filo. Por un lado aceleran y facilitan el acceso a información, pero por otro plantean nuevos problemas de privacidad que hasta ahora no existían. El lado oscuro de la moneda no consiste únicamente en la posibilidad de que nuestros seres queridos, amigos o enemigos puedan acceder a información personal, sino empresas corporativas que se beneficien y puedan usar esa información.

A raíz del problema de la privacidad, sobre todo en las redes sociales, se han redactado políticas de privacidad que protegen a los usuarios, pero que a la vez benefician a las empresas desde su rol de dueñas de las «cajas de zapatos».

Asumo que todos mis datos pertenecen a los dueños de múltiples «cajas de zapatos», pero ¿quiero que una única empresa disponga de toda mi vida?

Además, y esto ocurre solo en España hasta donde he podido ver, las empresas han empezado a utilizar estos servicios de mensajería como método de contacto, tanto a nivel interno como con clientes. ¿Cuánta información relevante les estamos dando a los dueños de esta gran «cajas de zapatos»? ¿Cómo nos puede afectar todo esto en un futuro? ¿Somos conscientes? Yo, de momento, vuelvo al SMS y al pico y la pala.