La segunda novela de ciencia ficción que leí en mi vida (justo después de Sueñan los androides con ovejas eléctricas de Philip K. Dick, a quien casi le copio el título de este texto), El Juego de Ender fue un libro que me impactó en gran medida; en primer lugar porque el autor utiliza como protagonistas a niños de escasos 7 años para salvar al planeta Tierra de una amenaza espacial conocida como los Insectores. Estos niños héroes son descritos como fríos y temibles estadistas y estrategas militares, entrenados al límite en el arte de la guerra y a su corta edad son expertos en muchas disciplinas avanzadas como la astrofísica, las matemáticas y la computación. De entre todos estos genios, claro, destaca Ender Wiggin, el cabecilla del clan y el encargado de comandar el exterminio de los Insectores cuando llegue la hora de la batalla final. El libro (que en realidad es una saga) contiene varios personajes sumamente interesantes y sobretodo situaciones que nos llevan a plantear los posibles escenarios que encararía la humanidad en el momento en que estuviera preparada para viajar por el espacio y se encontrara con otros seres alienígenas. Y también nos habla mucho sobre la actualidad del planeta Tierra y la raza humana en el inicio de la verdadera era espacial.

Pero en segundo lugar, hubo un personaje de esta saga que llamó poderosamente mi atención desde que se introdujo en la historia, y es la razón y punto principal de este texto que les escribo ahora. Su nombre es Jane y es introducida por primera vez en el segundo libro de la saga, llamado La voz de los muertos, como una compañera inseparable y pendiente de Ender a todas horas. Jane es un ente avanzado computacional que existe en una especie de Internet, conocida en la historia como la red ansible; ella es un programa extremadamente potente y complejo; es capaz de realizar trillones de tareas simultáneamente y posee millones de niveles de percepción, captación y ubicación; puede proveer información de cualquier tipo en el universo instantáneamente y se comunica con Ender por medio de una pequeña perla añadida a su oreja, aunque también es capaz de presentársele de manera holográfica y entonces adopta la forma de una mujer de rostro juvenil. Ella únicamente se revela ante Ender y no puede hacerlo ante la humanidad, pues sabe que representa la mayor amenaza que pueda darnos la creación de una inteligencia artificial (I. A.) tan avanzada, porque posee una inteligencia muy superior a la humana y, peor aún, no puede ser controlada.

Si bien esto es un libro de ciencia ficción, este personaje de Orson Scott Card nos ofrece una pequeña mirada a lo que el futuro, en no más de 20 años quizá, nos depare.

Control absoluto del tablero

Cuando se acuñó por primera vez el término de Inteligencia Artificial, precedido de las investigaciones de grandes personajes como Alan Turing, se encausó duramente el esfuerzo al trabajo de saber cuándo una máquina poseía realmente I. A. o no.

Turing propuso en aquel entonces el Test de Turing, que básicamente es la modificación de un juego el cual pretende confundir a un receptor sobre si el emisor es un hombre o una mujer mediante una serie de preguntas efectuadas al mismo. La diferencia radica en que en el Test de Turing la máquina pretende engañar al receptor, convenciéndole con sus respuestas de que es un humano y no una lata. Principalmente todo esto de saber si algo poseía I.A. se hizo a travéz de juegos, que incluían un nivel de raciocinio exigente para poner a 'pensar' a la máquina y, por supuesto, el contrincante o juez siempre iba a ser un humano.

Muchos más famosos han sido, por ejemplo, los juegos de ajedrez entre las super computadoras y los campeones mundiales de ese deporte. Una de las anécdotas más sobresalientes de la historia de estos encuentros fue cuando la máquina Deep Blue, le ganó al campeón Kasparov en un juego de ajedrez, a pesar de la muy sobrada experiencia e inteligencia del contendiente humano. Básicamente esto es muy simple de explicar y aquí puedo incluir a Jane nuevamente. El cerebro humano es capaz de observar los detalles finos de algo, una situacion o un problema y por supuesto analizarlos más allá de la razón; somos capaces de incluir emociones, sensaciones y sentimientos imposibles de reproducirse (hasta ahora) en un cerebro computacional. Pero un humano no puede competir contra el poder exponencial de cálculos que puede realizar una computadora en segundos; Jane y Deep Blue son capaces de anticipar los movimientos y todos los caminos posibles que pueden llevar un juego directo al jaque mate. Llevándolo a un nivel más simple, compitan contra su calculadora de bolsillo empezando a duplicar un número y el resultado nuevamente, n número de veces, al principio, si eligieron empezar con números de una sola cifra, muy probablemente estarán igualados, pero conforme el problema aumente de cifras numéricas, su cerebro ya no será tan rápido para ganarle a la aparente calculadora 'dummy' (a menos que sean unos genios artiméticos).

Pero no se sientan mal. A pesar de que Deep Blue, Jane o su calculadora de la secundaria les gane, no quiere decir que les gana porque aprenden o saben más que ustedes o porque tienen mayor inteligencia; ganan por su enorme poder computacional de ejecutar cálculos. Retomando el ejemplo de la duplicación, dependiendo de sus recursos y del algoritmo aprendido para f(2x) donde x es cualquier número, para el humano será casi imperceptible diferenciar el tiempo que tarda una máquina en obtener el doble de 2 o el doble de 2329339043240320432324.222333222. El pensamiento lógico-matemático y racional es lo que una máquina ya hace mejor que el humano desde hace tiempo.

En conclusión, a pesar de que existe un enorme e interminable debate por saber cómo se mide exactamente la inteligencia, incluída la humana, y en qué momento podremos otorgar el título de 'inteligente' a una máquina, no solamente con las pruebas que les describí, sino con un sinfin de experimentos que se realizan en diversas comunidades científicas por todo el mundo, investigadores de gran renombre como Stephen Hawking ya nos avisan del peligro que puede suponer crear una inteligencia artificial, que no sea neutral y que no esté bajo el completo control del ser humano, ya que puede representar una amenaza mayúscula para nuestra existencia, por increíbles que parezcan los beneficios de tener a una Jane operando aparentemente de nuestro lado. Porque si un día llegamos a tener una I.A. que nos conteste lo que Jane a Ender, citando el libro de La voz de los muertos, deberíamos preocuparnos bastante:

"Pero tengo ojos — añadió —. Y oídos. Veo todo lo que pasa en los Cien Mundos. Contemplo el cielo a través de mil telescopios. Escucho un billón de conversaciones cada día — se rió —. Soy la mayor chismosa del universo".